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Disfrazada de "rebelde", la extrema derecha gana terreno mundial
Para servir al capitalismo corporativo, la ultraderecha adopta expresiones de izquierda, simulación que irrumpe hoy en la escena global para hacer al mundo más desigual, jerárquico, racista y sectario.
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Para servir al capitalismo corporativo, la ultraderecha adopta expresiones de izquierda y con esta simulación irrumpe hoy en la escena global para hacer al mundo más desigual, jerárquico, racista y sectario, mientras asume el control de los recursos naturales. Seducidos por esta máscara de rebeldía del extremismo excluyente, los países de Occidente caen uno a uno en esa trampa; mientras las izquierdas, rebasadas por este tsunami neofascista, idean formas de frenarlo y reconquistar la confianza ciudadana.

Consciente de que pierde hegemonía, Occidente, representado por Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE), impulsa la emergencia del extremismo de derecha. Éste es un momento inédito porque, desde mediados del Siglo XVI, es la primera vez que las fuerzas tradicionales reaccionan con tal intensidad. No es para menos, ya que la actual transición geopolítica de la unipolaridad occidental hacia el multilateralismo, que se expresa con eficacia en Asia Pacífico y Euroasia en vigorosa oposición frente a esta hegemonía.

 

 

El declive del viejo orden euroatlántico no ha sido pacífico y antes produjo masacres en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen, los golpes parlamentarios y la judicialización de mandatarios en América Latina. A la par, el Occidente paranoico y sus huestes ultraderechistas asocian la nueva realidad con teorías de la conspiración y fobias a todo lo exterior.

No obstante, las nuevas derechas han sido eficientes y su visión geopolítica les ha ganado éxitos notables. Han tejido eficaces redes trasnacionales e ideado estrategias para proyectar sus intereses de formas cada vez más temerarias.

Amparadas por instituciones y partidos políticos, esas entidades proyectan su siniestro impacto en ambos lados del Atlántico y el Pacífico. En solo una década, los extremismos se han fortalecido; y hoy exhiben su músculo al mundo.

Tal como sucedió en 1930, con la primera ola fascista, el extremismo xenófobo y ultranacionalista emergió entre 2016 y 2018 y ganó espacios políticos, en Alemania con Alternativa para Alemania (Alternative Für Deutschland, AfD) y Matteo Salvini con su Liga del Norte en Italia.

La “nueva derecha” también libra una batalla cultural para facultar a los que bautizó como guerrilleros culturales para que libren una batalla en defensa de los valores más rancios de la reacción.

Es en este contexto que el líder del derechista partido VOX en España, Santiago Abascal, creó el concepto “iberósfera”, con el que esboza la idea de que los partidos radicales libran una batalla transoceánica entre buenos –la derecha española y americana– contra los malos: los progresistas, socialistas y comunistas.

En su medio, La Gaceta, se lee el lema “Ser es defenderse” y sostiene que Jair Bolsonaro, el aún presidente de Brasil, es el “penúltimo dique de contención del socialismo que esclaviza a Iberoamérica”.

El ascenso de la ultraderecha internacional fue posible por los pecados (omisiones y negligencia) de las izquierdas y el liberalismo del centro. Ambos permitieron el retorno del oscurantismo neofascista al ruedo político y sus más improbables alianzas.

La necesaria autocrítica apunta a la ausencia de autocrítica, la división y el anacronismo; de ahí el apremiante proceso de repolitización y fortalecimiento de las normas e instituciones del progresismo, apunta José Antonio Sanahuja.

 

Expansión posfascista

En años recientes, las fuerzas más reaccionarias, autoritarias e ignorantes del planeta alcanzaron tal vigor que ya gobiernan en casi la mitad de los países. Para algunos analistas, esa avanzada es populista y para otros, como Michel Lowry, es lisa y llanamente posfascista.

Es así como el nuevo mapa geopolítico mundial de las derechas dibuja el modelo unipolar, donde EE. UU. y el capital corporativo lucen como dioses para ser adorados. Y para proyectar su poder regional e internacional han contado con autoridades de facto: iglesias, medios de comunicación y grupos paramilitares.

Es así como su visión antiinstitucional, ultraelitista y expoliadora permea y tiene su creciente base de simpatizantes en el Tea Party del Partido Republicano y los “anti-sistema” del expresidente Donald J. Trump.

En Europa lo hace con los avances de Marine Le Pen, en Francia; Beatrix von Storch, en Alemania; Víktor Orbán, en Hungría; la triunfadora italiana Giorgia Meloni y el imparable Santiago Abascal, de España.

En su visión del mundo coinciden con ellos el presidente de Polonia, Adrzej Duda, aliado con el partido Derecha Unida; al igual que Naftali Bennett, de Israel. Y como este pensamiento excluyente es universal, lo vemos posicionado políticamente en Japón, Birmania, Filipinas.

 

Ingenio contra el extremismo

 

 

La pregunta surge en todo el mundo: ¿Cómo construir un frente de lucha contra las fuerzas que amenazan a la humanidad? Para algunos, superar el prevaleciente sentimiento de frustración y desmovilización que explotan las derechas requiere medidas que no se limiten a instrumentos fiscales y laborales, sino que además reúnan la típica creatividad e ingenio de las izquierdas.

Así sucedió en Alemania, donde el ingenio superó al neofascismo. Meses antes de las elecciones parlamentarias de septiembre de 2021, artistas y activistas crearon la falsa empresa de reparto Flyerservice Hahn para repartir la propaganda electoral del partido ultraderechista, Alternativa por Alemania (AfD).

Los activistas, miembros del Centro para la Belleza Política (CBP), ofrecieron a unos 80 grupos regionales del AfD distribuir sus cinco millones de volantes (con un peso equivalente a 72 toneladas). Se justificaron con el argumento de que su empresa no mintió al partido, pues distribuyó el material “para el reciclaje” y que la suya es una firma “líder mundial en el no-reparto de propaganda nazi”.

El líder del partido, Tino Chrupalla, los acusó por haberles tendido una trampa y “dañar la democracia liberal”, pero no presentó pruebas. En respuesta, el CBP sostuvo que sus acciones también pueden realizarse por cualquier ciudadano, ya que –dijo– solo “industrializamos el proceso”. Ahora, los artistas abrieron una cuenta para financiar el juicio que los espera.

Un mes antes, el CBP acusó al Ministro de Exteriores, Heiko Maas, por no auxiliar a unos siete mil afganos que tenían derecho a asilo en Alemania, ya que retrasó tanto su rescate que, cuando llegaron los talibanes, no pudieron viajar, denunció la periodista Carmela Negrete.

Exit, organización británica, es otro ejemplo de creatividad, pues ayuda a miembros de grupos de ultraderecha a abandonarlos. Opera gratis desde 2017 y es el símil de una iniciativa alemana con 20 años de vida. Ofrece apoyo y asesoría a quienes desean salir de la militancia neonazi. “Estamos para ayudarte a dejar la ultraderecha. No es fácil, pero te apoyamos en cada fase del camino”. En EE. UU. existe el grupo Life After Hate (Vida después del odio), revela el periodista Alberto Mesas.

 

En América Latina y el Caribe, la derecha gobierna el destino político, social y económico de cientos de millones de personas; su representante es Bolsonaro en Brasil, a quien acompañan los partidos gobernantes de Guatemala, Costa Rica, Panamá, Ecuador, Panamá y Uruguay.

Este asombroso panorama global confirma que persiste la derecha volcada en el capitalismo corporativo que, en primera instancia, representa EE. UU. De ahí la advertencia del lingüista y politólogo estadounidense Noam Chomsky, un lustro atrás: “Trump no es un error que ocurrió en 2016, es una tendencia mundial hacia el fascismo”.

El ascenso de estas fuerzas obedece a una coyuntura: la percepción de frustración entre amplios sectores sociales por el fracaso de sus gobiernos en garantizarles el bienestar del que gozaron en el pasado.

 

 

Los líderes derechistas saben que la situación no remontará y que por ahora persistirá el bajo crecimiento económico –sustentado en el fin del ciclo de las materias primas baratas y accesibles– aunque ilusiona a sus simpatizantes con la idea de que ellos cambiarán el sistema.

Sin embargo, todos han impuesto gobiernos autoritarios cuyo rumbo se aleja de los intereses de las mayorías. Y lejos de denunciar ese engaño, los politólogos se han centrado en definir el fenómeno, en cómo llamarlo: neofascismo, posfascismo o populismo de extrema derecha, cuando el problema ya está ahí, denuncia Enzo Traverso.

 

Modus operandi

Las derechas radicales se proponen cambiar el mundo que abraza lo multipolar y convencen a sus partidarios de que necesitan eso. Con mensajes y actos destinados a seducir a millones, estas fuerzas combinan el nacionalismo con posiciones antiEstado, xenofobia, racismo y misoginia. Es el posfascismo, advierte Enzo Traverso.

Para ganar popularidad y adeptos optan por la polarización y por alejar a las mayorías de todo ímpetu de cambio social y defensa de sus intereses. Se valen del boom de las nuevas redes y la vigorosa reaparición de antiguos actores sociales de gran poder aglutinador –iglesias evangélicas y grupos neonazis– para tener mayor impacto.

 

 

Es notable la capacidad de “reinvención” de las derechas radicales. Hoy ya no solo se organizan en grupúsculos y partidos de nicho, sino que adoptan las nuevas tecnologías de red social, como antes lo hizo la izquierda, e incluyen en su liderazgo a intelectuales “plurales” y personas étnica y sexualmente diversas.

Ésta es la “derecha híbrida” que ahora logra éxitos electorales en Hungría, Chile, Italia, Francia y Reino Unido, porque los electores confían en ellos más que en los partidos tradicionales de izquierda.

Estas derechas han puesto la mirada en un sector clave: los jóvenes urbanos, desencantados de partidos de centro e izquierda, que no ven oportunidades ni satisfacción a sus demandas. Y logran que ellos se adhieran públicamente –porque suena transgresor e incluso cool– revela el sociólogo Steven Forti.

Para seducirlos, engañarlos y cooptarlos se enmascaran como “derecha alternativa” y dan un giro casi esquizofrénico, opuesto a su tradicional radicalismo, y se denominan “rebeldes”. Así, su nueva estrategia hace guiños a las causas feministas, ecologistas y a la comunidad LGBTI.

En síntesis, se apropian de las consignas insurgentes y libertarias, ideadas y expresadas desde la izquierda durante décadas. Es así como hoy, la más reaccionaria derecha global se enmascara como “derecha alternativa” para acercarse cada vez más al corazón y mente de los jóvenes.

Y aunque la prensa lo oculta, la extrema derecha colma partidos que aún no gobiernan pero cuya base electoral aumenta en Suiza, Francia, Suecia, Dinamarca, Bélgica y Holanda, advierte Michael Löwy.

 

Rebeldía o fascismo

Tal como refiere Karl Marx: “la burguesía se apropia de expresiones del proletariado”, de ahí que los movimientos de derecha se hayan apropiado del discurso y las tácticas de la izquierda. Algunos invaden espacios de la socialdemocracia y del centro para presentarse como la “salvación” ante el caos.

Estas derechas “rebeldes” son en el fondo grupos xenófobos, antiinmigrantes, euro-escépticos y nacional-populistas. Se disfrazan para atraer al voto femenino, homosexual y adoptan ese lenguaje que por mucho tiempo fue patrimonio del progresismo y las izquierdas. Son las “Derechas 2.0”, como las llama Pablo Stefanoni.

 

 

Se apropian del imaginario colectivo y esgrimen el peligro “del otro” peligroso ante mujeres inseguras o atacan a gobiernos de izquierda, a los que acusa de “atentar” contra la “libertad occidental”. Para atraer simpatizantes, efectúan mensajes telefónicos contra el ecocidio e insólitas ofertas de tratamientos contra la depresión, denuncia Nuria Alabao.

Tal estrategia se fortaleció en la década 2010-2020, cuando la centro-derecha ya practicaba nuevas formas de activismo para “mejorar la democracia”. Eludieron los valores progresistas de la igualdad, la dignidad, valorar la biodiversidad y opusieron todo tipo de utopías neo-reaccionarias o anarco-capitalistas que sueñan con sociedades sin Estado y hasta se ilusionan con no pagar impuestos.

 

Detrás del espejismo

El ascenso de la ultraderecha se apoyó en la histórica dependencia de las élites locales hacia actores externos, que maniobraron para garantizar el desarrollo y la prosperidad de corporaciones y operaciones empresario-financieras en el contexto neoliberal. A la par, la globalización homogeneizó, de forma brutal, las expresiones culturales y reprodujo formas de pánico de identidad, observa Daniel Bensaïd.

Eso favoreció que, en los últimos 30 años, los partidos radicales se afianzaran y evolucionaran sin trabas. Es así como un puñado de nostálgicos defiende la ideología nacional-socialista (nazi), hoy la mayoría de extremistas y separatistas conquista su respetabilidad y proyecta sus ideas con estrategias muy seductoras.

Esgrimen amenazas que impactan en las emociones, pero que son improbables, como la supuesta islamización de la sociedad, el riesgo de que los inmigrantes los expulsen de sus casas, que “hordas de miserables asalten sus casas”, que el aumento de grupos étnicos distintos altere la demografía local; y que las mafias extranjeras destruyan lo que llaman su “paradigma civilizador”.

El estatus de miedo, incertidumbre y xenofobia favorece a la hornada de líderes de la derecha radical que, sin importar la latitud y dimensión de su país, integran una vasta red comunicante cuyas acciones privan de plena libertad a los ciudadanos. Y aunque rehúyen el concepto de populismo y se inclinan por el término “nueva derecha neo-patriótica”, los líderes privilegian el regionalismo contra el multilateralismo, afirma el experto de la Universidad de Maynooth, Irlanda, Barry Cannon.

 

En pleno Siglo XXI sostienen que la libertad depende del color de piel, del origen, de las creencias y los estratos oligárquicos, explica el analista Gabriel Montali. De ese modo fue como, en una década, la UE fue incapaz de frenar el ascenso del nuevo oscurantismo. Es así como la “extrema derecha está ganando la batalla a las izquierdas”, afirma el eurodiputado de Izquierda Unitaria Europea, Javier Couso Permuy.

La amenaza neofascista se cierne también sobre nuestra América. El rostro del neofascismo que, desde 2018, lidera Bolsonaro en Brasil, aparece en el chileno José Antonio Kast –quien peleó varios rounds contra Gabriel Boric– y el argentino Javier Milei, quien dio la batalla a Alberto Fernández.

Estas expresiones extremistas se han fortalecido debido a que los gobiernos progresistas de los últimos 25 años no cumplieron las expectativas que generaron. Ese resentimiento social, acumulado, fortaleció a los movimientos radicales que desarrollaron tal vigor que han rebasado a la derecha tradicional “democrática”.

Es así como al comenzar la segunda década del Siglo XXI en América Latina y el Caribe, el escenario es de un avance imparable de la derecha y una izquierda rebasada. Detrás está la crisis financiera internacional que intensificó el renacimiento del extremismo con ángulos fascistas.

Pareciera imponerse la preferencia por la desigualdad, escribe Demian Panigo. Por ello vemos una “normalización” de la crisis en Perú, donde la derecha persiste en encender sucesivos focos de tensión. 


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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