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La tercera causa de la crisis de la izquierda en América Latina, siguiendo el razonamiento y análisis del apartado anterior, posiblemente la de mayor trascendencia, dado que de ella devienen en parte los dos argumentos esbozados en el primer apartado, radica en la desideologización de la izquierda. Para partir de algo concreto retomamos la definición de Martha Harnecker en suReconstruyendo la Izquierda: “Entiendo por izquierda el conjunto de fuerzas que se oponen al sistema capitalista y su lógica del lucro y que luchan por una sociedad alternativa humanista y solidaria, por una sociedad ‘libre de la pobreza material y de las miserias espirituales que engendra el capitalismo’, por una sociedad socialista construida a partir de los intereses de las clases trabajadoras”.
La izquierda, en otras palabras, o es socialista o no es. No representa esto ningún tipo de dogmatismo, es un reclamo de la realidad, es una necesidad histórica independiente de subjetividades. La descomposición del capitalismo, la imposibilidad de este sistema de sostener la superestructura que por siglos ha creado, y a la que nos referimos en las primeras líneas, reclama un nuevo sistema estructurado sobre superiores relaciones de producción. Por ello, y en correspondencia lógica con este razonamiento, “el verdadero conflicto ideológico/cultural del Siglo XXI no es el ‘choque de civilizaciones’ a lo Huntington, sino el conflicto que enfrenta a la cultura política del capitalismo, que va derivando hacia la barbarie, y la del socialismo” (Samir Amin).
El abandono del marxismo por parte de los partidos de izquierda después de la desintegración de la Unión Soviética tiene hoy sus amargas consecuencias en América Latina. La “nueva izquierda” sin principios y sin ideología no es más que un instrumento del neoliberalismo y, por ende, una herramienta de sometimiento tan útil como la derecha. Que las mayorías hayan decidido bajarse del barco de estos nuevos partidos no es, pues, sorprendente. No significa con ello que igualemos los dos fenómenos, la derecha en cualquiera de sus formas es mucho más peligrosa, más siniestra; sin embargo, y a pesar de todo, el contenido de ambas tendencias políticas es el mismo.
Finalmente, de entre todos los elementos que todavía requieren análisis, destaco un último y determinante. Si la izquierda moderna, representada por la mayoría de los partidos de hoy en América Latina, con excepción (parcialmente) de Venezuela, Cuba y Nicaragua, es neoliberal, populista, antipopular y no marxista, ¿qué fue de la izquierda marxista en estos países?, ¿por qué, a pesar del fracaso de todos los grupos, partidos y organizaciones políticas, nadie los ve como opción? La respuesta no es sencilla y, sin embargo, ya fue planteada y discutida por Marx, Lenin, Mao y otros grandes pensadores marxistas décadas atrás. La gran mayoría de los países en los que el marxismo fracasó no debieron su fracaso a los errores de la teoría, a que el socialismo no respondiera realmente a las necesidades que el sistema reclamaba. El fracaso de muchos de los partidos autoproclamados marxistas en todo el mundo se debió, esencialmente, a la imposibilidad de interpretar la teoría y aplicarla a una realidad concreta. El marxismo no es una receta, no puede ni debe copiarse tal y como se implantó en un país en el que diera resultados factibles. La realidad de Rusia y China son distintas a las de cualquier nación latinoamericana. El marxismo, para realizarse, necesita análisis concretos de realidades concretas, y esto requiere el conocimiento sólido y específico de la historia y la actualidad de cada nación, tanto de sus contradicciones internas como de las externas.
Hoy el mundo abre una posibilidad sin precedentes. La realidad está reclamando un cambio. Éste, sin embargo, más allá de análisis teóricos y académicos relegados por la historia, tiene sólo dos vías: socialismo o barbarie. Depende de la voluntad de cada nación, de su vanguardia, de su capacidad de organización y concientización, de la posibilidad de enrumbar el cambio hacia uno u otro puerto, ambos antagónicos. América Latina, incluido nuestro país, no puede quedarse fuera de la reorganización del mundo. Es un momento histórico único para consolidar un nuevo partido, un partido que aglutine en torno a sí a la clase trabajadora, a las grandes mayorías hoy dispersas e inconscientes de sus propios intereses. Por la firmeza de sus principios y la grandeza de sus objetivos, porque hoy como nunca antes la realidad clama por una transformación radical, este nuevo partido requiere del arrojo, la voluntad y la osadía de los hombres más valientes, decididos y conscientes de la patria. La lucha por la liberación de América Latina será socialista o no será. ¡Muera la izquierda neoliberal! ¡Viva la izquierda socialista!
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).