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Y reflexiona sobre quiénes promueven la guerra en el mundo: “La derrota de la URSS (…) dejó el escenario libre al capital, para demostrar al mundo que él sí serviría para erradicar las viejas plagas de la humanidad. ¿Y qué ha pasado? Hoy, hay más guerras que nunca, más agresiones –y más descaradas cada vez– a la soberanía de los pueblos (…) ¿A quién le debemos eso? A Estados Unidos (…) ya no se le puede echar la culpa al comunismo ni a la URSS, aunque quieran” (Pág. 45). Y basado en su análisis sobre la causa profunda de las guerras, predice que éstas ocurrirán mientras el imperialismo exista, pues le son consustanciales. Aún no estallaba la de Ucrania, pero ya el autor adelantaba que la OTAN estaba cercando peligrosamente a Rusia con bases militares y de misiles, buscando destruirla (por sus recursos y porque el gobierno de Vladimir Putin representa un obstáculo a los afanes imperialistas). Ello, advertía, la obligaría a defenderse. Esto ocurrió siete años después, en Ucrania.
Y el sector armamentista presiona y exige guerras, señala el autor. Lo confirma literalmente hoy Jens Stoltenberg, el jefe de la OTAN: “Ucrania es un buen negocio para EE. UU. La mayor parte del dinero que el país norteamericano proporciona a Kiev en realidad se invierte en la industria de defensa estadounidense (…) la OTAN está creando un gran mercado para la industria de defensa estadounidense…” (RT, 1º de febrero). Y los tales apoyos son sólo dinero prestado, que Ucrania, por supuesto, deberá regresar.
Enfrentando la versión oficial sobre el ataque a las Torres Gemelas, el autor sostiene: “El ataque a las torres gemelas, que dejó dos mil 996 muertos y más de 25 mil heridos, fue orquestado por el Estado profundo norteamericano, porque la intención era crear un pretexto para desatar la invasión en Iraq porque éste era un país rico en petróleo (…) Inventaron, entonces, ese acto terrorista” (Pág. 61). Confirmando esta aguda visión, declaró recientemente el expresidente Donald Trump, a quien suponemos bien informado: “… sugirió que los atentados contra las Torres Gemelas del 11S de 2001 fueron una operación de falsa bandera (…) con la excusa de luchar contra el terrorismo (…) Hay reproducciones varias en las redes sociales. Así lo muestra el Telegram de QAnon de España, la organización de ultraderecha que apoya a Trump (…) ‘Así que durante cuatro años cerré mi boca. Pero ahora hablo de eso todo el tiempo. No hubo tal ataque exterior contra el World Trade Center” (Tiempo Argentino, 28 de enero de 2024).
Otra importante premonición del ingeniero Córdova es que Rusia ganaría la guerra de medios. “Los norteamericanos saben que una de las agencias rusas que más daño les hace es Russia Today (RT), precisamente porque les está ganando la guerra ideológica”. Lo dijo en 2015, y ¿qué vemos hoy? Los propios estrategas occidentales lo reconocen. Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, señaló que los medios europeos: “… deberían seguir el ejemplo de RT (…) Russia Today ha llegado al mundo árabe y se anuncia como una buena fuente de información en árabe. Tenemos que hacer lo mismo: hablar y utilizar la misma lengua. (…) Porque hemos visto imágenes de personas en el África subsahariana a las que la propaganda rusa ha empujado claramente contra los países occidentales” (RT, 25 de enero de 2024).
Abordo, de paso, otro tema, que, aunque no expuesto a la letra en esta obra, forma parte conocida de los estudios de nuestro autor; me refiero a su posición sobre el pretendido “fin del socialismo” a la caída de la Unión Soviética en 1991. Francis Fukuyama, profesor de la Universidad Johns Hopkins, escribió en 1992 en El fin de la historia y el último hombre, que el socialismo estaba derrotado y la humanidad tenía como única perspectiva el liberalismo capitalista norteamericano. Caído el socialismo, avizoraba un futuro de paz y prosperidad mundial. Contra tal pronóstico, el ingeniero Córdova, ese mismo año, expuso sus propias ideas al respecto: afirmó que sólo había fracasado una interpretación del marxismo, pero que esta teoría seguía siendo la única capaz de interpretar al mundo y de servir como guía para transformarlo. Predijo que el socialismo se levantaría de nuevo.
¿Quién tenía la razón? La práctica dio su veredicto. Hoy el socialismo se consolida en China y otros países y, transcurridos 26 años, Fukuyama ha dado marcha atrás en su predicción. En entrevista concedida a George Eaton, Editor político de The New Statesman (17 de octubre de 2018), se lee como encabezado: El socialismo debería regresar. Al cuestionársele específicamente sobre el socialismo, respondió: “Si te refieres a programas redistributivos que intentan corregir este gran desequilibrio tanto en los ingresos como en la riqueza que ha surgido, sí, creo que no sólo puede regresar, sino que también debería regresar (cursivas mías, APZ). Este periodo extendido, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se impusieron ciertas ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, tuvo un efecto desastroso en muchos aspectos. En esta coyuntura, me parece que ciertas cosas que dijo Carlos Marx están resultando ser ciertas. Habló sobre la crisis de la sobreproducción (…) que los trabajadores se empobrecerían y la demanda sería insuficiente” (Tomado de Revista de Centroamérica, cuatro de noviembre de 2018).
Finalmente, el autor no se limita a explicar la crisis terminal del capitalismo. Vislumbra alternativas. “¿Cuál es el remedio? O frenar al capital financiero o desaparecerlo. Porque el capital financiero (…) es el fruto directo del mismo desarrollo del capital, es su hijo natural (…) el enfermo no tiene remedio: se está muriendo como consecuencia de su propio éxito, de su propio desarrollo y concentración de la riqueza (…) Para curar [el mal], se debe eliminar al sistema que lo genera y cambiarlo por otro que sí pueda resolver ese problema” (Págs. 62-63).
Y atisba la solución, ya existente en el terreno de la práctica. Se guía por la tesis de Marx que postula: “la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”. Así, el autor no imagina: visualiza la salida: “La opción es un nuevo orden mundial, y “Aquí está, otra vez, la importancia de Rusia y de China (…) es una gran ventaja que la alternativa exista; quizá no se vea tan clara en Rusia, pero sí en China.” Y dice enseguida: “Y, gracias a que gobierna el PCCh, China ya se coloca como la segunda economía más poderosa del planeta, y no la han podido hacer entrar en crisis ni la caída del petróleo ni los cierres del mercado ni nada. (Pág. 63).
Y va a la acción. Concluye preguntando: “En esta coyuntura, ¿qué podemos hacer nosotros? ¿No podemos hacer más que echarle porras a Rusia y a China?” Y responde: “… debemos educar al pueblo. Por eso reseñaba que parte importante de la victoria de Estados Unidos y sus aliados en la Guerra Fría fue que ganaron la guerra de medios, la guerra ideológica. Nosotros no podemos hacer mucho en la cuestión militar y poco podemos hacer en la económica, pero en la guerra ideológica sí podemos apoyar mucho, y, para ganar una guerra, hacer eso es tan importante como las armas”. En fin, concluyo, tanta riqueza de ideas y tanta profundidad en el análisis contenido en esta obra deben ser aprovechados por los lectores que deseen adquirir una visión científica del mundo actual.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.