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La Ruta de la Seda fue una gran ruta comercial que conectó a China con Europa del siglo uno al XIV de nuestra era. Discurrió por Mongolia, India, Persia, Arabia, Siria y Turquía y a través de ella fueron transportados miles de productos originarios de Oriente que eran consumidos en los mercados europeos, de los que a su vez partían productos de factura occidental hacia China. La gran red, que floreció durante más de mil años, dejó maravillados a los europeos que la cubrieron, tal como lo prueban Los viajes de Marco Polo. Pero, como ocurre con todo, la Ruta de la Seda desapareció cuando se desintegró el Imperio Mongol fundado por Gengis Kan. Setecientos años después, China ha lanzado un ambicioso plan para crear una versión moderna: la Nueva Ruta de la Seda.
En 2013, Xi Jinping, presidente de China, anunció que su país tomaría la iniciativa para construir un gran corredor comercial que comunicará a China con Europa, pasando por todos los países intermedios. Su nombre oficial es La Franja y La Ruta, pero se le conoce más como la Nueva Ruta de la Seda por su eminente parecido con la antigua red comercial. Su objetivo principal no es desconocido: ampliar la zona de influencia de China. El poderoso Estado gobernado por el Partido Comunista ejerce ahora una incuestionable hegemonía en el Extremo Oriente y en el Sudeste Asiático, y el crecimiento económico de China en las últimas décadas lo proveen de la capacidad suficiente para expandirse hacia espacios más lejanos. Con la Nueva Ruta de la Seda, China se proyecta como un firme competidor de Estados Unidos en la disputa de la hegemonía no solo de Asia sino del mundo.
Originalmente, la ruta estaba pensada para integrar a países asiáticos, europeos y africanos, pero la propuesta ha tenido tanto éxito que ya son varios los Estados latinoamericanos que han expresado su deseo de participar en el descomunal proyecto chino. Los pasados 25, 26 y 27 de abril se celebró en Beijing el II Foro sobre la Nueva Ruta de la Seda, al que acudieron representantes de 150 países, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y del Fondo Monetario Internacional (FMI), así como 37 presidentes y jefes de gobierno. Sebastián Piñera, presidente de Chile, fue el único mandatario latinoamericano que asistió al Foro, sin embargo, la lista de las naciones de América Latina que ya se han integrado a la iniciativa china no es corta: Panamá, Uruguay, Venezuela, Ecuador, Chile, Bolivia, Costa Rica, Cuba y Perú. Es así como nuestra región forma parte ya de la Nueva Ruta de la Seda.
El fenómeno no es nuevo. Tiene más de una década que los capitales chinos comenzaron a invertirse en los mercados latinoamericanos; de hecho, desde antes de que Xi Jinping lanzara esta iniciativa comercial, China ya era el segundo socio comercial de la región, solo por debajo de Estados Unidos. Lo que sí puede considerarse como novedoso es el interés que ahora muestran algunos países “aliados” del imperialismo estadounidense, como Chile y Perú. Los dos pertenecen a grupos políticos que claramente obedecen a los dictados de Washington, por ejemplo, la Alianza del Pacífico y, más recientemente, el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur); los dos Estados se han posicionado como enemigos del chavismo en particular y del socialismo en general. Hoy estas piezas que tradicionalmente han estado al servicio de Estados Unidos, levantan la mano para establecer alianzas con el gigante asiático. ¿Qué está pasando?
Lo que ocurre es que la superpotencia estadounidense ha comenzado a perder incluso el control de una región que siempre consideró como su “patio trasero”. La presencia económica de China en América Latina ya tiene un peso tan considerable que, como pasa siempre, la realidad económica empieza a generar un correlato político. Estados Unidos puede alertar a sus “aliados regionales” sobre los peligros de acrecentar las relaciones económicas con los chinos, pero la realidad es una.
El paulatino debilitamiento estadounidense y el ascenso de los asiáticos poco a poco van modificando la correlación de fuerzas a nivel global. Así, piezas que en el ajedrez mundial tradicionalmente se plegaban al mandato estadounidense, han comenzado a acercarse al otro gran competidor: China. La Nueva Ruta de la Seda es un nuevo episodio en la disputa que mantienen China y Estados Unidos por la hegemonía planetaria. A juzgar por los cambios observados, es cuestión de tiempo para que la balanza se incline definitivamente hacia el país que vio nacer a Mao Tse Tung.
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional