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Japón se mantuvo hermética a influencias extranjeras hasta bien entrado el Siglo XIX; podemos decir que el curso que el arte siguió ahí hasta entonces fue paralelo al de Occidente. La apertura comenzó en la era Meiji y la asimilación de obras europeas fue inmensa e intensa. Natsume Soseki fue el paradigma de esa integración cultural: erudito en literatura occidental fue, al mismo tiempo, conocedor profundo del arte de su país; este escritor de haikús sintetizó la polémica entre la renovación y la conservación de la tradición; su apego a lo cotidiano con “microrrelatos” humorísticos es rico en caracteres psicológicos y extraordinarias descripciones físicas. En su narrativa no hay cambios bruscos, violentos, o inesperados, sino una calma gradual, una fijación por el detalle con filo irónico y sagaz sátira.
Soseki se inició como crítico, poeta y colaborador en revistas literarias; fue gracias a estos trabajos que concibió su novela más insigne: Yo, el gato, publicada en la revista de vanguardia Hototogisu en 1905.
En pocas palabras, se trata de una sátira social de un Japón cambiante, convulso y moderno, aunque sus referencias no son exclusivas del país del Sol naciente: en no pocos pasajes se hallan referencias de la vieja Europa. Sus personajes aparecen bajo la mirada crítica de un gato anónimo, testigo mudo que, con su silencio y su mirada cristalina y ávida, inquieta a los seres humanos (en México Juan García Ponce nos regaló un relato erótico bajo este prisma: el gato como voyeur). Este peludo protagonista es sabio y psicólogo a la vez. Los personajes de Soseki son juzgados despiadadamente por el gato; por ejemplo, su dueño es un profesor con aspiraciones intelectuales fallidas. Frustrado, antisocial, llena su diario con duras lamentaciones. A pesar de sentir aprecio y gratitud por este señor soso, se expresa de él con un dejo de agria conmiseración.
El humorismo cede paso a lo patético y de éste a la reflexión. Es una novela, pero luce como un ensayo: nutridas opiniones personales, cultas e irónicas. Se ríe de la nula solidaridad humana: “Viviendo como vivo entre humanos, he de decir que cuanto más los observo, más obligado me siento a constatar su egoísmo”. El retrato no es esperanzador; el ser humano es un ser mezquino y ruin: “si en alguna ocasión derrama lágrimas, es para cumplir con las exigencias sociales y con algunas normas, como cuando se pagan impuestos”.
El tono tiende a acentuar estos rasgos ásperos de la humanidad, quizás por ello el narrador, el gato, ensalza su compasión, ternura y amor, El felino denuncia la chapucería de hombres y mujeres que hacen el bien a otros solo como un cálculo para obtener algo en lo individual.
¿El arribo de la modernidad en Japón trajo como consecuencia un hombre que resulta incapaz de sentir misericordia? El capitalismo engendra un hombre enraizado al consumo, al negocio. El autor Natsume Soseki es diáfano al respecto; en palabras de un personaje, el profesor Kushami, advierte: “He de confesarte que, desde mis días de estudiante, no he sentido ninguna simpatía por los hombres de negocios. No hacen nada si no hay dinero de por medio. A mi entender, son lo que se solía llamar antiguamente, en los buenos tiempos, la escoria de la sociedad”. Y en otro lado se expresa categórico: “Si el dinero, la autoridad o el intelecto pudieran comprar los corazones de la gente, las personas más queridas serían los prestamistas, los policías o los profesores de universidad”. En varios pasajes vuelve al ataque contra la fanfarronería: “En definitiva existen hombres mejores que otros; los humildes, por ejemplo”.
Estamos ante una obra a ratos costumbrista, pero con reflexiones sobre la naturaleza, el arte (pintura), la literatura (escritores japoneses u occidentales); la mujer, la comida, el teatro, la música y la historia (son frecuentes los pasajes sobre la guerra ruso-japonesa). Las opiniones sobre el dios cristiano son fascinantes y critica su omnipotencia y omnipresencia. En fin, la cultura parece un medio para la salvación de una sociedad materialista y absurda. Es una obra social, una confrontación con la naturaleza humana en tiempos del auge capitalista. Un escarnio para los “sabihondos” y los petulantes de su cultura e inteligencia, a los que describe grotescos y ridículos. El peludo narrador no deja de sentir compasión, en tanto trama una próxima conquista de los gatos sobre el mundo.
Su pluma no solamente da muestra de lo más elevado que puede alcanzar el ser humano en la transmisión de ideas por medio de la escritura.
En la obra "Nuestra Señora de París", el autor aborda un tema que da motivo a este artículo: los criterios estéticos de la ética, con Quasimodo como expresión de la fealdad, y la sociedad, que lo enjuicia por eso.
Este libro es una selección de novelas cortas del autor inglés, en los que escribe sobre las costumbres de las familias clasemedieras, burguesas y “monárquico-feudales” de la Gran Bretaña de los años 20 a los 40 del Siglo XX.
Tanto la literatura, como el cine al ser expresiones artísticas, tienen la posibilidad de narrar historias que, aunque basadas en la realidad, presentan situaciones hipotéticas que muestran versiones distintas de los acontecimientos, adelantándose al futuro, recomponiendo la realidad.
Su posición con respecto a la vida independiente de México halla su expresión en su oda En el grito de Independencia, compuesta por 117 versos endecasílabos en los que el poeta compara las desgracias que azotan a la patria mexicana .
La ciencia como actividad fundamental de los seres humanos ha buscado profundizar en el conocimiento de la realidad que rodea al hombre.
La literatura se convirtió para ella, a partir de entonces en un refugio ante las carencias de todo tipo y comenzó a crear sus primeros textos, que nunca vieron la luz.
En 1895, Diederich Hessling vio al emperador Guillermo II cabalgando sobre un caballo en la Puerta de Brandemburgo, se deslumbró, se quitó el sombrero y lo agitó para rendirle pleitesía mientras pensaba que aquél era el poder mismo:
El satélite terrestre, con toda su belleza y misterio, ha sido fuente de incontables mitos.
En Recife hubo un “criadero de negros” en el que incluso se vendían mulatos con ojos azules porque eran hijos de su propietario: un inglés de apellido Reeves a quien los lugareños conocían también con el apodo de El Patriarca.
El pueblo mexicano continúa con una fe ciega esperando que su suerte cambie.
En una de las páginas de este libro, el autor afirma que la política partidista-electoral siempre le causó la “más profunda repugnancia porque en ella se camina en zigzag”.
Es una periodista, poetisa y activista de los Derechos Humanos nacida de ascendencia palestina. La mayoría de sus poemas reflejan el sufrimiento que viven los palestinos desde que el Estado de Israel ocupa ilegalmente su territorio.
La lectura atenta de estas páginas sugiere que el gran guerrillero Vicente Guerrero vio en Agustín de Iturbide y Arámburu un genuino sentimiento de nacionalismo mexicano.
Tuqan ha sido descrita como una de las tres grandes poetisas árabes de la poesía moderna junto a la iraquí Nazik Al-Malaika y la jordano-palestina Salma Jayyusi.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista