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Tras un año de la caída anual de 8.3 por ciento en el crecimiento económico, es posible afirmar que la economía mexicana tocó fondo y que su lenta recuperación, iniciada a mediados de 2020, no será suficiente para aminorar su impacto. En lo que va de este año, la tendencia apunta a que en 2022 podría alcanzar el nivel que tenía antes de la pandemia. Sin embargo, no todos los sectores están recuperándose al mismo ritmo; gran parte del repunte se debe a la exportación de manufacturas no automotrices y el sector servicios –principal generador de empleos– sigue muy afectado.
Cuando se analiza el mercado de trabajo, los resultados son aun menos halagadores. La pobreza laboral aumentó y en el último año se ubicó en los máximos históricos, porque pasó del 31.7 al 35.3 por ciento. Simultáneamente, la masa salarial se contrajo en casi 800 millones de pesos a pesar del aumento en el salario mínimo (SM); del mismo modo, la población que gana más de tres SM disminuyó en el último año. A estas tendencias preocupantes hay que agregar que el enorme incremento de la subocupación, que pasó del 8.4 al 13.8 por ciento y que una parte importante de la recuperación del empleo en realidad es autoempleo, una forma de desempleo disfrazado. En marzo de 2020, el 21.6 por ciento de los ocupados se econtraba en esta categoría, pero ahora este sector representa el 22.5 por ciento, porcentaje equivalente a 12.3 millones de personas.
El mercado laboral de México difícilmente será el mismo que cuando empezó la crisis. Pero este hecho no debe atribuirse solo a la pandemia, ya que el patrón de crecimiento de la economía nacional se caracterizaba por su muy baja generación de empleos formales. La causa central de este problema comenzó en la década de los años 80 del siglo pasado, cuando las manufacturas conectadas a través de las Cadenas Globales de Valor (CGV) se convirtieron en el sector clave del crecimiento económico. En teoría, las metrópolis industriales enviarían a los países periféricos los procesos laborales más intensos para que la fuerza de trabajo no calificada los realizara y se aprovecharan del enorme diferencial salarial. De esta forma, las naciones subdesarrolladas podrían industrializarse o terminar su industrialización, sin pasar por el tortuoso camino de la construcción de cadenas de oferta completas y limitándose a la especialización de ciertas etapas en los procesos productivos globales. Y aunque esto sucedió en alguna medida y recientemente, en ciertos países crece el desarrollo industrial con inversión externa directa (IED), dicha tendencia ya no representa una alternativa viable para países como México.
Esto sucede porque, entre otros motivos, el cambio tecnológico hace cada vez más difícil emplear a grandes cantidades de personas en los sectores manufactureros más modernos, incluso cuando los salarios son muy bajos. Varios estudios documentan, por ejemplo, que los empleos directos e indirectos generados por las exportaciones manufactureras han disminuido en todo el mundo del inicio del milenio a la fecha. El caso de la industria manufacturera en México ilustra esta situación. De 1990 a 2015 la inversión en “capital” (maquinaria, equipo, materiales, etc.) necesaria para crear un puesto de trabajo se triplicó. Adicionalmente, varios estudios documentan que estos procesos requieren, cada vez en mayor proporción, fuerza de trabajo “calificada” en relación con la “no calificada”. Esto explica la creación de universidades adecuadas a las necesidades de las grandes empresas trasnacionales, como la Universidad Politécnica de Aguascalientes (UPA) –para la Nissan– o Universidad Aeronáutica de Querétaro (UAQ) para la fábrica de esta industria en esa ciudad. A pesar de los efectos positivos de esta formación técnica, queda claro que la expansión de estas cadenas productivas no podrá emplear al ejército de sub y autoempleados informales que habitan en prácticamente todas las ciudades del país.
En síntesis: antes de la crisis había ya suficiente evidencia de que el modelo económico mexicano orientado hacia afuera era incapaz de atender las necesidades de las masas populares de México. Pero las recientes tendencias en el cambio tecnológico y la crisis desencadenada por la pandemia solamente lo han hecho mucho más evidente. México necesita un nuevo modelo económico que aproveche las oportunidades que ofrece el comercio internacional, pero que no se someta a ellas. La crisis del empleo en México demanda privilegiar el desarrollo de un mercado interno robusto basado en la satisfacción de las necesidades más urgentes del pueblo. Las tendencias políticas internacionales parecen favorecer ese cambio de rumbo; pero todavía se han de librar importantes batallas políticas en el país para que esto materialice.
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Escrito por Jesús Lara
Licenciado en Economía por El Colegio de México. Doctorante en Economía en la Universidad de Massachusetts Amherst de EE.UU.