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Yo no estoy hablando de pruebas para localizar a personas contaminadas con Sars-Cov2, que mucha falta le han hecho al pueblo de México durante la pandemia que ya le cuesta al país más de 23 mil muertes. Me refiero a las pruebas que cualquier persona mínimamente responsable está obligada a aportar cuando lanza acusaciones en contra de otra persona o grupo de personas, obligación mucho mayor que tiene una persona que ostenta el cargo de Presidente de la República cuando, públicamente, aprovechando la tribuna que le facilita su cargo, acusa a algunos de sus gobernados de quedarse con dinero ajeno, con dinero destinado a los más pobres de México.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se ha contradicho muchas veces, de hecho ya tiene la fama de ser uno de los Presidentes más incongruentes que México haya tenido. Hoy, con motivo de sus reiteradas incriminaciones contra el Movimiento Antorchista, cuyo único delito ha sido ser su adversario y de su partido, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), debo recordar las contundentes palabras del mismo Presidente de la República cuando se trataba de defender a su director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett Díaz, quien fue acusado de poseer 23 valiosos inmuebles y no declararlos. En ese momento, sin dudas y con vehemencia digna de mejor causa, AMLO dijo: “no se puede acusar sin pruebas”.
Surge entonces la pregunta: ¿y por qué el señor no se aplica a sí mismo esa gran verdad? El pasado 17 de junio y por enésima ocasión el Presidente acusó sin pruebas a los miembros del Movimiento Antorchista Nacional de haber robado dinero de programas sociales en el pasado mediante el expediente de fungir como intermediarios de ellos. “Seguramente que nos están escuchando… están también escuchando una manifestación ¿por qué esa manifestación de protesta de la organización Antorcha Campesina? Porque como nos mencionó aquí el ciudadano Gobernador –dijo el Presidente– antes el dinero que se destinaba a la gente se entregaba a intermediarios de organizaciones sociales, de organizaciones no gubernamentales, no se entregaba de manera directa a la gente”, señaló. “Y ¿qué sucedía? –continuó– que lo que se enviaba a la gente no llegaba o llegaba incompleto, llegaba con moche, con piquete de ojo y ahora, directo a cada beneficiario, sin intermediarios. Entonces esto no les gusta, estaban acostumbrados a jinetear y a manejar el dinero del presupuesto y se quedaban con una cantidad considerable”. (Cita del diario Reforma del 17 de junio de 2020).
Éstas son las ocupaciones del Presidente de la República: difamar a una organización del pueblo que se manifiesta pacíficamente exigiéndole que cumpla sus promesas de la campaña política y haga honor a sus declaraciones de Presidente de la República. El pueblo es bueno y sabio, pero cuando no se manifiesta porque le falta alimento y empleo; es digno de su admiración y respeto, pero solo cuando se limita a extender la mano y recibir sus dádivas.
El Presidente está de gira electoral y no le preocupan el presente y el futuro cercano de sus gobernados, que se hunden en la peor crisis sanitaria, económica y social que haya vivido el país en toda su historia. Su discurso es otro. Ignora o parece ignorar que según los datos propios de su gobierno, datos de la Secretaría de Salud, precisamente en estos momentos en los que se dedica a vilipendiar al pueblo organizado, la tendencia a la ocupación hospitalaria está subiendo constantemente en 22 estados de la República y los contagios del peligroso virus Sars-Cov2 están creciendo en 76 ciudades, incluidas las 35 con mayor densidad de población y que, por tanto, son de tomar en cuenta las opiniones de especialistas que estiman que entre mediados de junio y mediados de julio se pueden alcanzar niveles de saturación hospitalaria en el país. La situación sí es grave. Según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), para enfrentar la demanda de pacientes críticos con Covid-19, México dispone de 3.3 camas en la unidad de cuidados intensivos por cada 100 mil habitantes, mientras que el promedio reportado por 13 países de América Latina y el Caribe es de 9.1. La pandemia no cede y una autoridad responsable debería estar muy preocupada de cómo se va a proteger a la población.
Pero el Presidente se dedica a hacer política electoral. Nótese como mediante sus infundios, cuando acusa al Movimiento Antorchista Nacional de haberse quedado con dinero de los programas sociales, no acusa a personas, que son siempre los que cometen los delitos y, en todo caso, los que se hacen acreedores a las sanciones, sino que acusa a la organización política en su conjunto, no le interesa la justicia, le interesa desacreditar a la única organización del pueblo que existe actualmente. No dialoga ni va a dialogar, no reflexiona acerca de si tiene razón en sus reclamos ni va a reflexionar; para él, no hay más verdad que la suya.
En fin, sus airadas declaraciones fueron la respuesta a una manifestación popular que le reclamaba comida, empleo y obra pública en la ciudad de Puebla. Sus palabras y su coraje evidente no tienen nada que ver con los consejos que él mismo impartía ocho días antes con respecto a unos individuos violentos que vandalizaron equipamiento público y propiedades privadas y que asaltaron comercios en la Ciudad de México. Dijo sensato en esa ocasión: “Hay que actuar con tranquilidad, aunque se tenga el corazón caliente, la cabeza fría, no caer en provocaciones, no enojarse, no ver a nadie como enemigo, son adversarios; no odiar, que no nos llegue el odio, es un asunto político, entendernos y cada quien, como he venido diciendo, sostener su postura, respetando con urbanidad política y con sentido del humor, nada de enojarnos”.
Ahora que se trataba del pueblo organizado en el Movimiento Antorchista, ¿dónde fue a parar el llamado a “no enojarse”, a no permitir que “llegue el odio”?, ¿dónde quedó la “mesura”, la “tranquilidad”, la “cabeza fría” y la “urbanidad política” que juicioso recomendaba una semana antes?, ¿qué pasó?, ¿por qué ahora tanto infundio y tanto coraje?, ¿tan pronto olvidó sus lecciones? De todo lo anterior se deduce que AMLO aplica un doble rasero: justicia, equidad y sensatez con sus partidarios y atropello de la ley, partidarismo y furia con sus adversarios. Eso lo puede hacer cualquier ciudadano casi sin consecuencias, solo que en este caso se trata del Presidente de todos los mexicanos, de los morenistas y de los no morenistas. ¿No estamos entonces en nuestro legítimo derecho a la defensa, si frente a las calumnias de Estado que nos lanza le exigimos pruebas? ¡Pruebas, Presidente!
2021 brindará la oportunidad de iniciar el fin del viejo régimen, pero para ello hay únicamente una salida: organización y educación.
En ambos países se despliega actualmente una campaña electoral. Trump y su partido tratan de obtener la reelección; AMLO y Morena luchan por conservar su amplia mayoría en el Congreso de la Unión y repetir su triunfo en 2024.
A pesar de las protestas del pueblo estadounidense que exigían reformas en las organizaciones policiales, más de un millar de personas ha perdido la vida.
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Es decir, donde vaya, el presidente López Obrador no podrá tomar sana distancia del clima de ingobernabilidad que está generando y afecta ya las capas populares.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".