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La Zona del Silencio no existe, es un mito construido por charlatanes al que se han sumado gobernantes ignorantes que repiten como loros que, en un triángulo entre Chihuahua, Durango y Coahuila, las ondas de radio no se propagan, entre otras muchas supercherías.
El fallecido Doctor en Geología, don Carlos García Gutiérrez, quien hasta el último día de su existencia se mantuvo como un crítico implacable de todos quienes difunden la seudociencia, rechazó siempre la denominación de Zona del Silencio. Explicó el científico que ese nombre y toda la carga de falsa ciencia que rodea al concepto, son pruebas de la falta de crítica, de criterio y la pobreza intelectual de algunos gobernantes, quienes han elaborado mapas turísticos del estado en los que se consigna, con letras mayúsculas y todo, que existe en la geografía regional algo que se llama Zona del Silencio.
Lo que sí existe es el Bolsón de Mapimí y su Reserva de la Biósfera, que es una región del desierto chihuahuense en donde no ocurre nada que no pase en cualquier otro desierto de la Tierra. Y, a contrapelo de todos los visitantes que van en busca de hechos extraordinarios fuera de este mundo, existe ahí una estación del Instituto Nacional de Biología, donde se hacen investigaciones y ciencia seria.
El público, influido por la notoria propaganda seudocientífica, asocia a esta región con ovnis, con la caída incesante y continua de meteoritos, con visitas de extraterrestres, con extrañísimos vórtices magnéticos que hacen ver a esta parte de México como una zona fantástica, llena de atractivos imposibles.
Pero, ¿cómo es que no existen todas las maravillas que se cuentan sobre esta región?
“El nombre es sugestivo de misterio y fascinación hacia lo desconocido”, apuntó el geólogo Carlos García Gutiérrez. Refirió que, mientras Augusto Harry de la Peña trabajaba para Pemex en los oleoductos de Gómez Palacio a Camargo, notó ciertas anomalías en la recepción radiofónica frente a Ceballos, Durango, y le nombró Zona del Silencio en 1966.
Pero la zona se hizo famosa cuando los estadounidenses lanzaron el 11 de julio de 1970, desde Green River, Utah, un cohete del tipo Athena que, en lugar de caer en White Sands, Nuevo México, casi llegó a San Ignacio, Durango, a mil 770 kilómetros de distancia.
En defensa de las quimeras que se manejan insistentemente en la prensa, entre fanáticos y crédulos, y que se atribuyen a la “enigmática” zona, la revista Duda, número 451, del 20 de febrero de 1980, dedicó al tema un número especial.
Existe en la Zona del Silencio, sostienen los “investigadores” de Duda, una excepcional abundancia de aerolitos. “Entre ellos, algunos particularmente notables, como el que cayó en la población de Allende el 8 de febrero de 1969 que, según minuciosos estudios realizados por científicos norteamericanos, se llegó a una pasmosa conclusión… la materia del aerolito era ¡la más antigua conocida en el universo!”.
Y apunto yo, Froilán Meza: la caída del meteorito de Allende, que sí fue un acontecimiento de importancia mundial y que ha contribuido sobremanera al estudio del origen del Sistema Solar, no sucedió en la Zona del Silencio, sino a cientos de kilómetros al Noroeste, en el municipio de Allende, Chihuahua, un lugar al que ningún otro fanático se ha atrevido nunca, por la enorme distancia, a incluir dentro de la Zona del Silencio. Ésta de Duda ha sido la única –y desafortunada– mención al respecto.
Duda citó los “argumentos” de quienes ellos llamaron “destacados científicos”, como Augusto Harry de la Peña, el mismísimo inventor de la Zona del Silencio, quien “explicó” las luces misteriosas avistadas en la región, como “fenómenos luminiscentes naturales”, basándose en que, en épocas prehistóricas, la región de Ceballos, Durango, estuvo bajo las aguas oceánicas. “De ahí, las altas concentraciones de azufre y fósforo, que producirían luminiscencias, junto con otro factor: ¡el intenso magnetismo de la Zona del Silencio!”.
Y la revista presentó también a W. Richard Downs, “técnico de la NASA”, quien trató de explicar los misterios de la zona con la supuesta “hipótesis” de que el movimiento de rotación de la Tierra ocasionaría, en determinadas zonas “la formación de torbellinos electrónicos y vórtices magnéticos”. Dice la tal “hipótesis” que “el vórtice de Ceballos” funcionaría como una bomba absorbente para atrapar los cuerpos celestes de las inmediaciones de la Tierra; y que, además, en el interior del torbellino se formaría una especie de túnel, que produciría la entrada directa de los rayos cósmicos para producir… las asombrosas mutaciones de la Zona del Silencio”.