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El gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han extendido sus campos de batalla al territorio de Rusia y al espacio extraterrestre y con ello han generado un conflicto geopolítico cuyas ondas expansivas amenazan con desestabilizar al mundo.
Esta actitud beligerante de la superpotencia ha realizado una ruptura de todos los principios del jus bellum (derecho de guerra) y de las líneas rojas de la segunda posguerra mundial, las potencias de Occidente están asesinando civiles y arrasando infraestructuras en territorio ruso con armas estadounidenses operadas desde Ucrania.
Con esta estrategia, el aún presidente estadounidense, Joseph Biden, espera provocar una respuesta bélica de gran intensidad de Moscú y así lograr su reelección en noviembre de este año.
El pasado dos de junio, la artillería de Kiev usó armas estadounidenses para destruir un sistema de misiles S-300 situado en territorio ruso, reconoció la vice primera ministra ucraniana Iryna Vereshchuk. Apenas 24 horas antes, Biden había autorizado al gobierno de Kiev la ejecución de “ataques limitados” contra la Federación de Rusia.
Por primera vez en la historia contemporánea, el poderoso arsenal estadounidense y europeo sirve a un tercer país para dañar al rival estratégico de Washington. Y a pesar de este vuelco innegable, Biden lanzó un esquizofrénico mensaje: “No autorizamos ataques a Moscú”.
Este permiso también sorprendió al vocero del Pentágono (Departamento de Defensa estadounidense), John Kirby, quien poco antes había asegurado que su país no “fomentaría ni permitiría el uso de armas estadounidenses en suelo ruso”. Sin embargo, el belicoso Antony Blinken había sugerido que EE. UU. podría adaptar su posición, según las condiciones del campo de batalla.
Hoy, ese campo de batalla es Járkov, centro neurálgico ucraniano por su economía, industria, agricultura, población de origen ruso y fundamental para llegar a Crimea por tierra. En esta fase de lucha por posiciones, se concentran ahí miles de soldados ucranianos mientras la aviación y las tropas rusas mantienen un intenso cerco.
La recuperación de la que fuera la primera capital de la Ucrania soviética y centro de investigación científica, sería un éxito para el Kremlin, pues Járkov está a sólo 45 kilómetros de la frontera con Rusia, el oscuro objeto del deseo de Occidente.
Entretanto, y para mermar la capacidad de Rusia, el régimen neonazi de Kiev ataca con drones los sistemas de radar con alerta nuclear temprana. La complicidad estadounidense y europea durante el ataque pretendió ocultarse con expresiones como la de que Washington se habría “preocupado” y la recomendación de “prudencia” emitidas por la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, a los miembros de la OTAN.
Para el experto en armas del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, Rafael Loss, esos ataques ucranianos en territorio ruso están probando la respuesta del Kremlin.
El análisis de esta nueva fase en la confrontación Occidente-Rusia resulta muy importante para México por su impacto en la escena global y porque su territorio no es ajeno a las tareas del complejo industrial bélico estadounidense, porque en nuestro país operan más de 85 empresas estadounidenses y europeas del sector aeroespacial, como Albanym, Bombardier y GE Aerospace, que fabrican fuselajes, diseño de turbo-máquinas, y ensamblaje de aviones.
La posibilidad de involucrarse en la carrera espacial militar de las potencias representaría un riesgo innecesario para México.
Es muy delgado el hilo que separa la guerra directa entre EE. UU. y Rusia por Ucrania. La coartada de Washington es que “ayuda a la defensa” del régimen de Kiev mediante el suministro de armas. Desde 2014, Occidente tenía “esa tentación” cuando apoyó al régimen neonazi de Ucrania y su racismo contra la población del Donbás.
Hasta ahora, Washington, Londres, Ottawa y sus aliados de la Unión Europea (UE) decidieron cruzar las líneas rojas que limitan la paz de la guerra; y el lanzamiento de una escalada implicó a la OTAN. El objetivo, provocar que Rusia reaccione con operaciones bélicas de escenario imprevisible.
Esto confirma que la “guerra proxy” contra Rusia ha entrado en una nueva fase. Y para ejecutarla, se ha designado como agitador al presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien con entusiasmo asume su rol instigando a sus aliados para enviar tropas a Ucrania. Incluso, el ejército francés ya se alista para combatir contra fuerzas rusas.
Desde febrero, Macron ha voceado tal posibilidad, que incluso EE. UU., Alemania e Italia han desdeñado. Sin embargo, después de la derrota de su partido (Renacimiento), ante la Agrupación Nacional, de ultraderecha, en las elecciones europeas del nueve de junio, el atormentado político disolvió la Asamblea Nacional y convocó elecciones para conservar el poder.
Apenas tres días antes, Macron y Volodymir Zelenski, el presidente de Ucrania, se dieron un caluroso abrazo en la conmemoración del 80 aniversario del Desembarco de Normandía (Día D). Esta imagen, según los analistas, constató la rendición de Francia a las presiones de la OTAN.
Con Macron rendido a sus pies y ordenando el envío de tropas a Ucrania, el gobierno estadounidense espera dar un nuevo aire a su conflicto con el Kremlin. Pero ese deseo puede fracasar, pues cada arma que cruza la frontera entre Ucrania y Rusia muestra la agonía del régimen neonazi de Zelensky, según la vocera del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia.
Pero no sólo Macron ha pagado cara la sumisión ante Washington. El primer ministro de Bélgica, Alexander de Croo, recientemente donó a Kiev 30 aviones de combate F-16, aunque advirtió que “sólo se usarán” en territorio ucraniano, y debió dimitir después del mal resultado de su partido en los comicios europeos.
Es así como el pesimismo recorre Europa. “Nadie habla de paz, sólo hablan del curso de la guerra; la paz es casi una palabra prohibida”, lamentó el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, por la actitud occidental en Ucrania: “piensan que ganarán a Putin en Ucrania, que luego entrarán en el espacio y al final en Rusia; pero lo subestiman a él y a Rusia”, reveló a Die Weltwoche.
El uso del poder bélico con toda su capacidad luce como una estrategia de cúpula político-económica que hoy gobierna en EE. UU. respaldada por sus aliados. El afianzamiento de la hegemonía occidental y el desinterés por resolver la crisis y conflictos han disparado la tensión mundial.
Así lo confirma el aumento sideral en el gasto armamentista que, en 2023, batió récords cuando alcanzó la cifra de 2.44 billones de dólares, según el informe (del 22 de abril) del Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación de la Paz (SIPRI).
Es un incremento de 6.8 por ciento con respecto al de 2022; y coloca al mundo en una posición de riesgo desde la que se desprende una espiral de acción-reacción militar. Washington y sus contratistas militares son los mayores proveedores de armamento de Ucrania. Y desde principios de junio han puesto en sus manos la más formidable potencia destructiva o, al menos, así lo demuestran sus tropas.
Se trataría, entre otros, de los misiles tácticos tierra-tierra de largo alcance ATACMS, fabricados por Lockheed Martin, capaces de borrar del mapa objetivos a 300 kilómetros de distancia: es decir, en suelo ruso. Londres permite que aviones lancen sus misiles Storm Shadow sobre Rusia, semejantes a los Scalp franceses (con alcance de 240 km).
Alemania autorizó usar sus misiles de alta movilidad (HIMARS) y Noruega sus Mirx (ambos de mayor alcance, unos 350 km). Para esta ola militarista, otros países han facilitado misiles de mediano alcance y bombas de pequeño diámetro (entre 80 y 145 km).
A fines de mayo, Canadá y una decena de países autorizaron a Kiev el uso del armamento que le han administrado contra objetivos militares en Rusia. Se dudaba si aviones F-16 holandeses atacarán a Rusia, pero la Ministra de Defensa de Holanda, Kajsa Ollongren, no descartó tal posibilidad.
Reino Unido aprobó que Kiev use su armamento y Francia persuadió a Alemania de que cediera sus misiles Taurus (con alcance de casi 500 km). Los siguieron, casi festivos: República Checa, Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania.
Suecia condiciona el uso de sus armas, pero con el pretexto de que sea “dentro del marco del derecho internacional”. Únicamente Bélgica e Italia han negado que sus armas sean utilizadas en tierra rusa, alegando riesgos de alcance impensable. EE. UU., Reino Unido, Francia y otros países también aprobaron que su personal militar dirija los misiles y seleccione objetivos. Cínicamente, el Pentágono intenta encubrir esa operación alegando que “no controla” los misiles otorgados a Ucrania.
Algo está claro: cuando en esta “guerra proxy” estadounidense esos misiles impacten en los objetivos señalados por estrategas del Pentágono, terminará la concepción de “santuario” de tierra rusa y todo podrá suceder. La eventual activación de una escalada militar semejante a la de 1939-1945 está en la agenda y México no quedará fuera.
Sin embargo, el cinco de junio y desde el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, el presidente ruso Vladimir Putin advirtió que esa acción hostil marcaría la participación directa de EE. UU. y sus aliados en la guerra contra la Federación de Rusia.
Ante directivos de agencias informativas internacionales durante una sesión que rebasó las tres horas, Putin añadió que su país se reservaba el derecho a una reacción simétrica, como la entrega de armas a otros países para atacar objetivos sensibles de países que dañan a Rusia.
En respuesta a si Rusia recurriría al uso de armas nucleares, Putin explicó que la doctrina de seguridad de su país establece las condiciones para usar ese arsenal. Si alguien amenaza la soberanía e integridad territorial, se considerará usar todos los medios a su disposición. “Por alguna razón, en Occidente creen que Rusia nunca los usará”, subrayó.
Provocar al Kremlin es la finalidad del suministro de misiles de largo alcance a Ucrania. El Pentágono, la OTAN y sus aliados saben que las armas nucleares tácticas rusas son mucho más poderosas que las usadas contra las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial.
Éstos son tiempos decisivos en los que las potencias mundiales proyectan sus intereses estratégicos en el espacio extraterrestre. El rearme de Occidente ya rebasa la doctrina del derecho internacional vigente en los últimos 70 años, basada en el equilibrio de fuerzas para garantizar la paz, la gobernabilidad y la seguridad del presente y futuro. Pero hoy, ese ámbito se ha vulnerado y su alteración afectaría a México.
EE. UU., el país con mayor arsenal desplegado en el espacio exterior, lanzó, el 16 de mayo, una campaña global de mentiras al denunciar una “supuesta nueva arma” de Rusia que acechaba, en la misma órbita, a una de sus naves.
Según la cadena CNN, la inteligencia estadounidense habría “sugerido” que Rusia estaría a punto de usar un arma contraespacial. Esa supuesta arma –que Moscú ha negado– podría atacar a satélites en órbita terrestre baja, y a su lanzamiento le siguen otros probables “sistemas contraespaciales” desplegados entre 2019 y 2022, afirmó el vocero del Pentágono, Pat Ryder, sin mostrar una sola evidencia de tales suposiciones.
El antecedente fue el veto de Washington, dos días atrás, a una moción rusa de no proliferación de armas. Moscú tenía evidencias de que EE. UU. quiere emplazar armas en el espacio. “Ha mostrado que su prioridad es colocar más armas en el espacio exterior, no mantenerlo libre de armas, sino convertirlo en escenario de confrontación militar”, declaró la vocera del Ministerio de Exteriores ruso.
El 16 de mayo y en la reunión en San Petersburgo de los países del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el jefe de la agencia espacial rusa Roscosmos, Yuri Borishov, llamó a mantener el espacio extraterrestre libre de armas y de conflictos. Con él, los jefes de las agencias espaciales de ese bloque denunciaron la militarización del espacio y anunciaron su cooperación para el interés común y por el progreso de la humanidad, explicó el director de la misión de Emiratos Árabes Unidos.
El 23 de mayo, Rusia denunció, en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que el despliegue armamentista de Occidente y las potencias nucleares han convertido al cosmos en un campo de batalla.
Pocos Estados despliegan su capacidad bélica en el espacio y han concebido artefactos de gran potencial para destruir al enemigo; otros país