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La soberanía nacional (primera de dos partes)
AMLO, convertido en jefe de Estado, se encontró con la vieja y terca realidad: la soberanía de los países sometidos termina donde empiezan los intereses de las potencias que controlan el mundo.
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Los atentados a la soberanía nacional son unos de los problemas más graves de los países dependientes. La historia de las guerras, conquistas, sometimiento y explotación que sufrieron los pueblos americanos, africanos y asiáticos, no es solo parte del pasado sino también del presente. En la actualidad, las mismas potencias colonizadoras de antaño son las que someten a regiones completas del mundo en los ámbitos económico, político y militar. Las acciones de sometimiento de ahora se realizan a través de mecanismos menos evidentes. Por ejemplo, si un país depende económicamente de otro, puede decirse que existe una relación de sujeción. Tal es el caso de México, que mantiene una dependencia innegable con respecto a la economía estadounidense. ¿Qué grado de soberanía puede disfrutar un país económicamente sometido? La dependencia económica de un Estado deja márgenes muy estrechos para el ejercicio de su soberanía.

En México, la defensa de la soberanía nacional es uno de los asuntos más sentidos por las grandes capas populares. El amor a la patria se infunde desde los primeros años escolares y, luego, se fomenta mediante la conmemoración de los grandes hechos de la historia nacional. Por ello, el mexicano promedio sabe de la Independencia, las invasiones francesa y estadounidense. Este culto permanente a la patria y a sus héroes ha creado, entre los mexicanos un arraigado amor al terruño. A esto se debe también la importancia que tiene la soberanía nacional en el discurso y la práctica de nuestra clase política. Por eso, al Presidente se le exige enérgicamente que dé la cara por el país en el ámbito internacional y que responda ante los agravios realioozados por algún representante de otro Estado contra México.

Sabedor de esto, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) busca manejar la carta de la soberanía nacional para ampliar su popularidad en el país. Siendo candidato, se proyectó como el hombre fuerte que daría la cara por México en caso de que otro país intentara humillarnos. Criticó a Enrique Peña Nieto por su actitud tibia ante los insultos lanzados por Donald Trump contra los migrantes mexicanos y afirmó que, si él era electo Presidente, obligaría al millonario estadounidense a tratar a México con respeto.

Su elección, como adalid de la soberanía nacional, gustó mucho al electorado mexicano, que veía en los candidatos de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN), además de la encarnación de la corrupción, la desventaja de no asumir la defensa de México con la fuerza necesaria. En este tema, AMLO superó enormemente a Anaya y a Meade, que no tenían nada qué ofrecer.

Las cosas cambiaron cuando AMLO llegó al poder. El episodio más emblemático tal vez sea el de la amenaza estadounidense de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas si el país no se comprometía a frenar el flujo de migrantes centroamericanos, que había puesto en crisis a Estados Unidos (EE. UU.). Ésta fue la primera prueba importante para el Presidente, en cuanto a la defensa de la soberanía nacional.

¿El resultado? Haciendo a un lado los discursos nacionalistas que tanto emplea, AMLO prefirió acatar las órdenes de Donald Trump: instaló retenes en las fronteras sur y norte, envió a la Guardia Nacional a frenar las caravanas provenientes de Guatemala y comenzó una persecución para detener y deportar a todos los migrantes ilegales. Fue entonces cuando AMLO, convertido en jefe de Estado, se encontró con la vieja y terca realidad: la soberanía de los países sometidos termina donde empiezan los intereses de las potencias que controlan el mundo.


Escrito por Carlos Ehécatl

Maestro en Estudios de Asia y África, especialidad en China, por El Colegio de México.


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