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“No me ayudes compadre”. Adelanto que, desde mi punto de vista, el aumento al salario mínimo que anunció el gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T) será contraproducente y contrario a la clase trabajadora de México, porque lejos de resolverle su demanda histórica, la dejará en una condición peor.
Primero un poco de teoría. El salario, según la visión marxista de la economía, representa la parte que el obrero recibe de la riqueza creada. Al trabajador no se le paga con base en lo que produce, porque de ser así, no habría riqueza para las clases poderosas; ya que dentro de las mercancías hay una que es “mágica”: la “fuerza de trabajo”, que durante el proceso de producción aporta más valor que el que cuestan aquéllas. Éste fue el magnífico descubrimiento de Carlos Marx y que consolidó, en muchas de sus obras de economía, disciplina que elevó al rango de ciencia en su obra cumbre: El capital.
Efectivamente, el patrón no contrata al obrero por su trabajo, pues éste no vende su trabajo cuando hace su solicitud de empleo. Cuando empleador y trabajador establecen un convenio laboral, se pacta un precio por el tiempo en el que éste laborará, por lo que no es su trabajo el que vende sino su “fuerza de trabajo”, es decir, su capacidad para laborar de manera normal y por un tiempo determinado humanamente posible.
Una de las preguntas que se hacían los economistas clásicos consistió en determinar el “precio del trabajo” y, como no distinguían entre trabajo y fuerza de trabajo, incurrieron en grandes confusiones y errores, pues si el trabajo se medía en horas, entonces una hora de trabajo era igual a una hora de trabajo; pero como esto no les decía absolutamente nada y el trabajador laboraba muchas horas, pero no recibía el fruto de su trabajo por ese tiempo, sino muchísimo menos, los economistas clásicos no sabían explicar esta situación hasta que Marx demostró que el trabajador genera mucha más riqueza que la que le pagan por su fuerza de trabajo. Efectivamente, los patrones determinaron que el pago de los trabajadores debería estar basado en lo que cuesta producir y reproducir al obrero (a la fuerza de trabajo), de tal suerte que el salario se ha calculado con base en lo que cuesta una canasta de bienes mínimos indispensables para la supervivencia del obrero, para que reponga sus fuerzas de un día a otro y que, con su descendencia, sea sustituido cuando se ausente.
Por su parte, la economía neoclásica ha visto al trabajo como un insumo más, es decir, como la gasolina, la tela, la luz, la madera, etc., de manera que al hacer la maximización de las funciones de la producción, el salario es determinado por la productividad marginal del trabajo; es decir, a mayor productividad del trabajo, deberá recibir mayor salario (en México, el doctor Gerardo Esquivel ha demostrado que la productividad se ha incrementado, pero no el salario del obrero).
En la economía capitalista, dividida en clases, los intereses de los obreros son antagónicos con los de la clase capitalista; de tal suerte que una mejora en los salarios del obrero repercuten en las ganancias de los capitalistas. Por eso, desde siempre, los patronos han procurado cercenar el salario del obrero inventando sanciones, extendiendo las jornadas laborales sin pagar tiempos extras, cargando sobre el obrero las cuotas de la seguridad social que corresponden a la empresa, reteniendo las utilidades, etc.
La política de bajos salarios ha hecho de México un país “competitivo”, sin que a los patrones ni a los gobiernos les haya importado que la clase trabajadora sea una de las más castigadas por su bajo nivel de vida, como lo evidencian las evaluaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que sitúa al país en los últimos lugares por el pago del trabajo. En estas condiciones se justifica, indiscutiblemente, un incremento en el salario de los trabajadores, porque se les paga mucho menos de lo que producen, o bien porque el incremento de su productividad no se ve reflejado en sus salarios.
Sin embargo, el aumento del salario no puede ser resultado de un decreto arbitrario que no ha analizado con objetividad si las condiciones para instrumentarlo con éxito son las adecuadas. En Salario, precio y ganancia, Marx demostró a Weston que el obrero, ganando, pierde; y éste es el caso en el que se halla ahora México. Veamos por qué.
Efectivamente, mediante un acuerdo de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos (Conasami), el gobierno de la 4T ha propuesto un incremento del 15 por ciento al salario mínimo para el año próximo, con el que su cuota diaria pasaría de 123.22 a 141.7 pesos. Por su parte, el sector empresarial propuso que el incremento fuera del seis por ciento; y una de sus organizaciones, la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), indicó que “con la falta de apoyos gubernamentales y ahora un incremento irracional al salario mínimo, sin gradualidad ni lógica, se agrava el riesgo de que 700 mil empresas más desaparezcan en los próximos tres meses”. Al no ser considerados para definir la nueva cuota salarial, los empresarios, congruentes con su posición de clase capitalista neoclásica, trasladarán el aumento del 15 por ciento a sus costos, con lo que no habrá un aumento en la productividad y sucederán dos cosas: un incremento en el precio de sus productos o bien, como advierte la Coparmex, cerrarán sus negocios y no habrá incentivos para la creación de empleos formales. Es decir, habrá más desempleo y crecerá la informalidad.
Para que el aumento de salarios tenga un efecto real, debe ser el pueblo organizado el que tome el poder político nacional y llegue a un acuerdo con las clases empresariales del país, de tal manera que, de preferencia y coordinadamente, el aumento sea gradual, racional y efectivo. En caso de que la clase empresarial se negara, entonces el pueblo organizado debe garantizar un férreo control de precios para evitar abusos, pues lo que ganan los obreros en el aumento nominal, lo pierden en términos reales; ya que con la inflación solo pueden comprar lo mismo o menos que antes. La gente votó por el Movimiento Regeneración Nacional, pero hoy no es el pueblo el que gobierna nuestra patria, sino una parte de las clases gobernantes que actúa en su nombre; y aunque su intención fuera buena el resultado, a no dudarlo, será malo. Por ello, ese incremento al salario equivale a un “no me ayudes compadre”. Éste será otro resultado fallido de la política del gobierno de la 4T.
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El problema es, entonces, más profundo. Y las soluciones posibles solo podrán llegar a realizarse si se aborda el problema en sus dimensiones reales.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.