Los investigadores chinos replican avances occidentales de primer nivel apenas meses después de que se publiquen.
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La prensa occidental hegemónica y algunos académicos prestigiados en el campo de las Relaciones Internacionales sostienen que China quiere ser la siguiente super potencia mundial. Desde su punto de vista, después de desarrollar sus capacidades económicas, tecnológicas y militares, ahora Beijing va por la conquista del mundo; detrás de todas sus propuestas e iniciativas internacionales estaría oculto un plan maestro de dominación global. La realidad es que, a pesar de sus capacidades, China no busca ser una potencia.
Para saber qué quiere China, es necesario conocer qué quiere el Partido Comunista de China, el actor político que guía los destinos del país. En el marco del XX Congreso del Partido Comunista, realizado en 2022, el secretario general del Partido, y presidente de la República Popular China, Xi Jinping, señaló claramente que el objetivo del Partido es “culminar la construcción integral de un poderoso país socialista moderno”. Esto se hará en dos etapas: “de 2020 a 2035, cumplimiento de la modernización socialista; de 2035 a 2049, transformación de nuestro país en un poderoso país socialista moderno, próspero, democrático, civilizado, armonioso y bello”. Todas las relaciones de China con el mundo están orientadas a cumplir el plan mencionado en los tiempos señalados.
¿Pero qué significa esta formulación? La “construcción integral de un país socialista moderno” puede entenderse como la culminación de la primera etapa del socialismo con características chinas. En 1987, Deng Xiaoping señaló: “El socialismo es la primera etapa del comunismo, y en China estamos en la primera etapa del socialismo”. A partir de ese análisis, el Partido asumió que la construcción del socialismo era un proceso de larga duración, que tomaría no sólo décadas (como pensaba Mao), sino posiblemente siglos. La construcción integral de un país socialista moderno sería la terminación de la primera etapa del socialismo, para pasar a una etapa superior, en teoría más cercana al comunismo.
Pero China también busca ser un país “poderoso”. ¿Qué significa el poder para Beijing? Durante dos milenios, China fue un país con una economía grande y muy avanzado tecnológica, cultural y políticamente, comparado con el resto del mundo. Sin embargo, a partir de la Revolución Industrial comenzó a rezagarse hasta quedar superado por Europa y Norteamérica. En el Siglo XIX, China fue invadida y colonizada por las potencias imperialistas, dando inicio a cien años de opresión y saqueo. Esta etapa terminó con el triunfo del Partido Comunista y la fundación de la Nueva China. En 1949 Mao Zedong declaró: “Nuestra nación no será más una nación humillada. Nos hemos puesto de pie”. Las consecuencias del imperialismo, incluida la invasión japonesa a gran escala entre 1937 y 1945, están muy frescas en la memoria del pueblo chino.
Para China, ser una nación poderosa no significa tener la capacidad de someter a otros países, sino tener la capacidad de defenderse de potenciales agresores. Estos peligros no son imaginarios. Durante la Guerra de Corea (1950-1953), el general estadounidense Douglas MacArthur amenazó con lanzar bombas atómicas a China. En 1969, hubo enfrentamientos fronterizos entre las tropas soviéticas y las chinas, después de lo cual la Unión Soviética apuntó la mayor parte de sus misiles al territorio chino. En 1999, la aviación estadounidense bombardeó la embajada de China en Belgrado. En 2001, un avión espía de Estados Unidos ingresó al espacio aéreo chino y chocó a un avión del Ejército Popular de Liberación chino. Por otro lado, Taiwán recibe permanentemente armamento y asesoría militar estadounidense, Filipinas ha abierto nuevas bases militares para uso de las fuerzas armadas de Estados Unidos y Japón ha iniciado una nueva escalada armamentista. Además, Estados Unidos ha lanzado iniciativas orientadas a cercar militarmente a China, como AUKUS y QUAD. China necesita tener poder para defenderse de potenciales agresores y para terminar la unificación de su territorio con Taiwán, una herida abierta durante el Siglo de la Humillación y que sigue sin cerrarse. Por eso Xi Jinping ha llamado a elevar al Ejército Popular de Liberación al nivel de unas fuerzas armadas de clase mundial.
Algunos estudiosos hablan de una transición hegemónica de Estados Unidos a China, pero Beijing rechaza cualquier hegemonía. Como le dijo directamente Xi Jinping a Joe Biden en 2023, “China no busca reemplazar a Estados Unidos”. No sólo no quiere el dominio mundial para sí misma, sino que tampoco busca una hegemonía continental o regional. En los años 2000, cuando el crecimiento de China se empezaba a notar con fuerza, Washington le propuso a Beijing la formación del G-2, o sea un grupo de sólo dos miembros: Estados Unidos y China. Estas dos superpotencias se coordinarían para administrar el mundo conjuntamente. Pero Beijing rechazó la oferta de Obama y Brzezinski, señalando que China nunca buscaría la hegemonía y que siempre apoyaría el multipolarismo y el multilateralismo.
El supuesto afán de dominación de China ha sido señalado desde principios del siglo por la prensa y la academia europea y norteamericana. Tomando como base los casos de Japón, Alemania e Italia durante la Segunda Guerra Mundial, los críticos acusaban que China sólo podría seguir desarrollándose si conquistaba otros territorios, por lo que cabría esperar un comportamiento agresivo de Beijing. En respuesta a tales acusaciones, China lanzó una campaña para aclarar que no tenía ninguna intención de dominio y que el suyo sería un “ascenso pacífico”. Hablar de “ascenso” fue suficiente para ser nuevamente criticada, entonces cambió su consigna a “desarrollo pacífico”. Zheng Bijian fue el responsable de explicar la posición de China ante las audiencias norteamericanas y europeas.
China no sólo no busca el dominio mundial, ni la hegemonía de alguna región o la conquista de países vecinos, sino que se niega a pensarse a sí misma como una potencia. Mientras en Estados Unidos, la Casa Blanca y la academia hablan de la “Competencia de Grandes Potencias” (Great Power Competition), y de cómo hacer que Estados Unidos aumente sus dominios, en China, el gobierno y la academia no hablan de China como una potencia, sino como un “País Grande” (Major-Country) y llaman a crear una “mayor cooperación entre Países Grandes”. Para Beijing, asumir a China como una potencia significaría equipararse con las potencias imperialistas occidentales que conquistaron y colonizaron al Sur Global. Las potencias compiten por esferas de dominio, pero los países grandes, no. Esto es parte de una actitud más general de China sobre la política internacional.
Desde la Reforma y la Apertura, y ahora con Xi Jinping, China trata de huir de la geopolítica. La geopolítica es, por principio, un juego de suma-cero. El poder que pierde un actor se distribuye entre los otros. En clave geopolítica, Estados Unidos acusa que China está ganando mucho poder y que se ha convertido en una amenaza. Pero China rechaza la “mentalidad de Guerra Fría”, el “juego de suma-cero” y plantea que puede haber una cooperación multilateral entre todos los actores sin necesidad de competir por el poder. A esto lo llama “Nuevo Tipo de Relaciones Internacionales”. Ésa es la razón por la que China no tiene alianzas con ningún país del mundo, ni siquiera con Rusia, porque en geopolítica una alianza está orientada siempre a defenderse o a atacar a un tercer actor, a lo cual Beijing se opone. Los Institutos Confucio, que desde Washington y Londres se ven como parte del poder suave chino para controlar el mundo, son, desde el punto de vista de China, canales de comunicación para que el mundo conozca aún más la cultura china y pueda haber un mejor entendimiento y una mayor confianza mutua.
Los países imperialistas ven en China a un par, a alguien de su misma condición, que, como ellos, inventa discursos de ocasión para disfrazar sus verdaderos afanes de dominación. Y tratan de contagiar con sus temores a los países del Sur Global, señalando que en el fondo de la retórica diplomática china se esconde un dragón que nos comerá algún día. Lo cierto es que los países del Sudeste de Asia, de África, y cada vez más los de América Latina, ven con sus propios ojos que esta supuesta dominación oculta no es más que una narrativa sin sustento real. Las relaciones de China con los países del Sur Global no se caracterizan por la dominación, sino por el respeto, la no intervención, la soberanía y la cooperación económica.
La Comunidad de Futuro Compartido, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la Iniciativa de Desarrollo, la Iniciativa de Seguridad y la Iniciativa de Civilización Global no buscan tejer una nueva institucionalidad mundial con Beijing como centro de todo. Buscan crear un verdadero mecanismo de gobernanza multipolar y multilateral, donde todos los países, independientemente de su tamaño, su población y su “poder”, sean incluidos, sean respetados y tengan voz y voto en la toma de decisiones.
China no quiere ser una potencia, simplemente quiere que la dejen seguir desarrollando su socialismo con características chinas, tal como lo ha venido haciendo hasta ahora: pacíficamente, respetando la soberanía de los demás países, cooperando donde se pueda y dialogando donde haya discrepancias. No hay evidencia de lo contrario.
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional