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Cambio de paradigma en Palestina
Los dirigentes occidentales que hoy condenan los actos terroristas de Hamás y apoyan a Israel nada hicieron antes por resolver las injusticias en Palestina y las “posiciones de principio” que hoy pregonan demuestran que tampoco lo harán esta vez.
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El Medio Oriente es un universo inestable donde numerosos grupos se enfrentan entre sí para tratar de sobrevivir. De manera muy simplista, en Occidente se cree que la población de esa región se compone de judíos, cristianos y musulmanes. Como siempre, la realidad es mucho más compleja.

Cada una de las religiones que existen en el Medio Oriente se compone a su vez de una multitud de denominaciones muy diversas. Por ejemplo, los occidentales están conscientes de que en Europa y en el Magreb los cristianos pueden ser católicos, ortodoxos o protestantes. Pero, en el Medio Oriente, hay decenas y decenas de iglesias diferentes y lo mismo sucede entre los judíos y los musulmanes.

Cada vez que una de esas piezas modifica su “posición”, todos los demás grupos se ven obligados a reposicionarse. Es por eso que quienes en algún momento fueron aliados quizás podrían convertirse en los enemigos de mañana, mientras que los enemigos de hoy quizás fueron ayer aliados. A lo largo de los siglos, cada una de esas partes ha sido alguna vez tanto víctima como verdugo. Los extranjeros que viajan al Medio Oriente se reconocen a priori en las personas que tienen más o menos la misma cultura que ellas o que pertenecen a su misma confesión, pero ignoran la historia de esos grupos poblacionales y no están preparadas para asumirla.

Si realmente queremos promover la paz, no debemos escuchar únicamente a aquellos de quienes nos sentimos más cercanos. Tenemos que admitir que la paz exige que se solucionen no sólo las injusticias que causan sufrimiento a nuestros amigos. También hay que hacer desaparecer las injusticias que hacen sufrir a nuestros enemigos.

Pero no es eso lo que hacemos espontáneamente. Por ejemplo, en Francia, hace meses que oímos única y exclusivamente el punto de vista de ciertos ucranianos en contra de los rusos, el punto de vista de algunos armenios sobre los azerbaiyanos y en este momento sólo oímos el punto de vista de ciertos israelíes frente a los palestinos.

Tampoco debemos olvidar que, entre las múltiples fuentes de información que utilizamos como referencia, tenemos que distinguir las que defienden sus intereses materiales inmediatos, las que defienden su patria y las que defienden principios. Y no es fácil percibir esas diferencias cuando se complican las cosas con referencias a grupos que en realidad no son religiosos, sino teocráticos. Los teócratas no defienden ningún principio superior, lo que hacen es utilizar una jerga religiosa para vencer.

Después de dejar sentados esos principios básicos, pasemos ahora a los hechos.

El Hamás palestino atacó Israel, el siete de octubre de 2023, a las seis de la mañana, o sea en ocasión del 50º aniversario de la “Guerra de octubre de 1973”, conocida en Occidente bajo la denominación israelí de “Guerra del Yom Kippur”. En 1973, Egipto y Siria iniciaron un ataque sorpresivo contra Israel para ayudar a los palestinos. Pero el gobierno de Israel, puesto sobre aviso por la monarquía jordana y respaldado por Washington, logró derrotar los ejércitos árabes. El entonces presidente egipcio, Annuar el-Sadat, traicionó a los árabes y Siria perdió el Golán.

La operación actual de los palestinos simultaneó un diluvio de cohetes, destinado a saturar el sistema israelí de defensa Cúpula de Hierro, y 22 ataques terrestres en territorio israelí. Por primera vez en Palestina, los lanzamientos de cohetes apuntaron a centros de mando israelíes para favorecer las acciones de los comandos terrestres. Y esas acciones terrestres tuvieron como objetivo la captura de rehenes para obtener a cambio la liberación de los mil 256 prisiones palestinos que se hallan en cárceles israelíes de alta seguridad. Las infiltraciones palestinas se realizaron por todas las vías, terrestre, marítima e incluso aérea –con el uso de parapentes motorizados en este último caso.

La preparación de toda la operación palestina, o sea la obtención de datos de inteligencia, la formación de al menos un millar de comandos y el traslado del armamento y de los medios necesarios, tienen que haber requerido meses o quizás años de trabajo. Sin embargo, cegados por un sentimiento de superioridad –evidentemente excesivo e injustificado–, los mandos israelíes y sus aliados occidentales no vieron venir lo que acaba de suceder, a pesar de que toda la operación fue planificada por Mohammad Daif, el jefe de operaciones de Hamás, quien, desaparecido desde hace dos años, reapareció ahora junto al vocero de Hamás, Abou Obaida.

Habiendo logrado detectar los cohetes, pero incapaz de destruirlos todos, Israel recibió los impactos de al menos tres mil de los siete mil proyectiles lanzados. Las redes sociales y los canales de televisión árabes mostraron que Hamás se apoderó de varios blindados y al menos del paso fronterizo del oeste de laFranja de Gaza. Miembros de Hamás atacaron también una rave-party en Kibbutz Re’im, donde al menos 280 participantes fueron violados y masacrados. En todas partes, Hamás secuestró gran cantidad de personas, incluso generales, y sus hombres penetraron en varias localidades israelíes disparando contra los habitantes. Se cuentan al menos 700 muertos y dos mil 200 heridos graves del lado israelí y el doble entre los palestinos.

Ésta es la acción palestina más importante de los últimos 50 años.

Lo que hoy sucede es el resultado de 75 años de opresión y de violación del Derecho Internacional. Durante todo ese tiempo, Israel ha violado decenas de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, sin que se adoptaran sanciones contra ese país. Israel es un Estado que se ha situado fuera del derecho, que no ha vacilado en sobornar o asesinar a casi todos los dirigentes políticos palestinos. Israel ha impedido deliberadamente el desarrollo económico de los territorios palestinos, favoreciendo al mismo tiempo la creación de un Estado Palestino separado al que controla parcialmente.

La frustración y los sufrimientos acumulados durante 75 años se traducen en los comportamientos violentos y crueles de algunos palestinos, conscientes de que la “comunidad internacional” los ha abandonado desde hace mucho.

Pero los tiempos cambian. La mayoría de los países miembros de la ONU, que han podido comprobar en Siria y en Ucrania la victoria de Rusia y el fracaso militar de las potencias occidentales, ya no bajan la cabeza ante Estados Unidos (EE. UU.). En ocasión del aniversario de la autoproclamación de la independencia de Israel y de la masacre y la expulsión de los palestinos (la Nakba), la Asamblea General de la ONU reafirmó que el Derecho Internacional no está del lado de los israelíes, sino del lado de los palestinos. Lo cual no impide reconocer que Hamás comete crímenes de guerra.

Ambos bandos se ven hoy en una situación sin salida. Al cabo de tres cuartos de siglo de crímenes, Israel ya no puede reclamar gran cosa. La población israelí está dividida. Durante los últimos meses, los sionistas negacionistas –o sea, los discípulos del ucraniano Zeev Jabotinsky, nacido en Odesa, en octubre de 1880, y fallecido en Nueva York, en agosto de 1940–, partidarios del supremacismo judío, lograron tomar el poder en Tel Aviv, a pesar de la oposición de una corta mayoría de la población israelí y de gigantescas manifestaciones. La juventud de Israel aspira a vivir en paz, se niega a portar las armas con el ejército de Israel para abusar de los árabes… pero las toman para defender a sus familias y a un país en el que ya no creen.

A la luz del derecho, los palestinos han conformado un Estado, que ahora tiene estatus de observador en Naciones Unidas. Al morir su líder histórico, Yaser Arafat, Mahmud Abbas fue electo presidente de ese Estado. Después de la victoria de Hamás en las elecciones legislativas de 2007, y ante la imposibilidad de lograr que Occidente aceptara un gobierno de Hamás, los palestinos lucharon entre sí en una guerra civil. Como resultado de aquel conflicto fratricida, Cisjordania vive bajo el gobierno de Al-Fatah, el partido laico creado por Yaser Arafat, pero Mahmud Abbas y sus más cercanos colaboradores reciben financiamiento de EE. UU.de la Unión Europea y de… Israel, mientras que la Franja de Gaza es gobernada por Hamás, la rama palestina de la Hermandad Musulmana. Los gobernantes de Gaza son individuos que no ven en el Islam una forma de espiritualidad, sino un arma de conquista, son asalariados, principalmente, del Reino Unido, de Qatar, Israel, Turquía, Irán y la Unión Europea. Estos dos bandos palestinos han bloqueado la realización de nuevas elecciones durante los 16 últimos años. Sus dirigentes viven en un lujo que contrasta con las condiciones de miseria que caracterizan la situación de su pueblo.

En el momento de su creación, Hamás estaba financiado por el Reino Unido y tuvo el apoyo de los servicios secretos de Israel, deseoso de utilizarlo para debilitar el movimiento creado por Yaser Arafat. Israel asesinó después al líder religioso de Hamás, el jeque Yasin, y más tarde utilizó de nuevo a Hamás para eliminar a los dirigentes de la resistencia palestina marxista. En Siria, hombres de Hamás, guiados por agentes del Mosad israelí y por yihadistas de al-Qaeda atacaron en 2012 el campamento palestino de Yarmuk, al principio de la guerra contra la República Árabe Siria. Ahora, en 2023, Hamás lucha nuevamente contra Israel, su aliado de ayer.

Mohammad Daif se dio a conocer como fundador de las brigadas Izz al-Din al-Qassam. Como todos los miembros de la Hermandad Musulmana, este personaje es un supremacista islámico. Las brigadas que creó Daif llevan el nombre de Izz al-Din al-Qassam (1882-1935), quien se opuso al mandato francés en Líbano y al mandato británico en Palestina. A pesar de su antisemitismo, no está relacionado con el antiguo muftí de Jerusalén, Amin al-Husseini, quien fue aliado de los nazis. En 2010, Mohammad Daif escribía: “Las Brigadas Izz ad-Din al-Qassam (…) están mejor preparadas para continuar en nuestra vía exclusiva, donde no hay alternativa, y (esa vía) es el camino de la yihad y la lucha contra los enemigos de la nación y de la humanidad musulmana (…) Decimos a nuestros enemigos, ustedes marchan por el camino de la extinción (zawal) y Palestina seguirá siendo nuestra, incluyendo Al Qods (Jerusalén), Al-Aqsa (la mezquita), sus ciudades y pueblos del mar (el Mediterráneo), el río (Jordán) del norte al sur. Ustedes no tienen derecho ni a una sola pulgada de esto”. Mohammad Daif no es un militar, sino un especialista en toma de rehenes. El objetivo de su operación no es liberar a Palestina, sino capturar rehenes.

Mientras la salud del presidente Mahmud Abbas se debilita, Al-Fatah está dividido en tres facciones militares: la facción de Fathi Abou al-Ardat, el jefe de la seguridad nacional; la de Mohammad Abdel Hamid Issa (alias Lino), jefe del grupo Kifah al-Mussallah (La Lucha Armada), que es parte de la corriente de Mohamed Dallan, el exjefe de la inteligencia palestina que asesinó a Yaser Arafat y que hoy cuenta con el apoyo de Emiratos Árabes Unidos; la facción de Mounir Maqdah, quien se ha acercado a Hamás, a Qatar, a Turquía y a Irán, después de haber sido el jefe militar de Al-Fatah.

El mes pasado, esas tres facciones se enfrentaron juntas a las de los islamistas de Hamás, de Jund el-Cham y de al-Chabab al-Moslem –estos últimos son dos grupos yihadistas que lucharon contra la República Árabe Siria, del lado de la OTAN y de Israel–. Los enfrentamientos tomaron la forma de encarnizados combates en el campamento de Ain el-Heloué (sur del Líbano). Al principio interpretamos aquellos combates como similares a los que se desarrollaron, en 2007, en Nahr el-Bared (norte del Líbano), antes de darnos cuenta de que en realidad están vinculados con la agonía de Mahmud Abbas.

Hace 75 años que los sucesivos gobiernos de Israel vienen haciendo todo lo posible contra el reconocimiento de la igualdad entre judíos y árabes. Desde el Llamado de Ginebra, Israel promueve “la solución de los dos Estados”, o sea el plan colonial de último minuto de Lord William Peel, plan que los británicos nunca lograron imponer en el terreno –en 1937– ni en las Naciones Unidas –en 1948. Sólo los marxistas del Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) siguen predicando en el desierto, proponiendo la creación de un Estado único en cuyo seno cada persona dispondría de un voto, en condiciones de igualdad.

Ante lo que él ve como una “invasión” palestina, aunque desde el punto de vista de los palestinos se trata en realidad de un “regreso a casa”, el primer ministro israelí Benyamin Netanyahu promete la victoria.

Pero, ¿en qué consistiría esa “victoria”? Matar a todos los combatientes de Hamás no resolverá 75 años de injusticia. Los hijos de los muertos de hoy retomarán la antorcha, como ellos recogieron antes la que habían llevado sus padres.

Para concretar su objetivo, Netanyahu tendría que reunificar primero a los israelíes que él mismo dividió. Como hizo Golda Meir durante la Guerra de los Seis Días, en junio de 1967, Netanyahu tendría que lograr que la oposición se uniese a su gobierno. Por ahora, ya se reunió con Yair Lapid y con el general Benny Gantz. Pero Lapid planteó como condición que los supremacistas judíos Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir salgan del gobierno, o sea que el primer ministro Netanyahu abandone su proyecto y que se separe de sus padrinos, los strausianos de la administración Biden.

Los dirigentes de Hamás han exhortado a todos los refugiados palestinos que se hallan en el extranjero, a todos los árabes y todos los musulmanes a unirse a su lucha. Cuando se habla de los refugiados palestinos, eso quiere decir, en primer lugar, la mayoría de la población de Jordania y gran parte de la población libanesa. Cuando se habla de los árabes, eso quiere decir el Hezbollah libanés y Siria, dos fuerzas que han restablecido vínculos con Hamás durante los últimos meses. Los musulmanes, eso quiere decir Irán y Turquía.

Por el momento, sólo han respondido a ese llamado la organización Yihad Islámica, o sea Irán, y los diferentes grupos de la resistencia en Cisjordania.

El Wall Street Journal afirma que Irán está dirigiendo a Hamás. Pero no es así. Esa afirmación del diario estadounidense pasa por alto el hecho de que el fundador de la Hermandad Musulmana, Hassan El-Banna, y el fallecido fundador de la República Islámica de Irán, el ayatola Khomeini, llegaron en su momento a un acuerdo histórico en el que establecían sus propias zonas de influencia en el mundo musulmán y se comprometieron a no intervenir significativamente en la esfera de influencia de su contraparte. Teherán reafirma constantemente su apoyo a los palestinos pero la Yihad Islámica es su única forma de acción concreta en Palestina.

Los dirigentes políticos de Hamás viven actualmente en Turquía, bajo la protección de los servicios secretos turcos. Es Ankara quien pilotea a Hamás y la operación “Diluvio de Al-Aqsa”. El ocho de octubre, al inaugurar una iglesia ortodoxa siriaca, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan declaró en tono meloso: “El establecimiento de la tranquilidad, de una paz duradera y de la estabilidad en la región mediante la solución de la cuestión palestina de manera conforme con el derecho internacional es la prioridad absoluta en la que nos concentramos en las entrevistas con nuestros homólogos (…) Desgraciadamente, los palestinos y los israelíes, así como todo el conjunto de la región, están pagando el precio del retraso en hacer justicia (…) Agregar leña al fuego no será provechoso para nadie, incluyendo a los civiles de ambas bandos. Turquía está dispuesta a hacer su parte, con lo mejor de sus capacidades, para poner fin a los combates lo más rápidamente posible y atenuar la creciente tensión provocada por los recientes incidentes”.

Ankara ha optado por desatar esta nueva guerra justo después del fin de la República de Artsaj, en Azerbaiyán, y mientras envía material militar a Rusia, burlando las medidas coercitivas unilaterales de EE. UU. Eso hace pensar que los diplomáticos turcos ya no temen a Washington, a pesar de que EE. UU. trató de asesinar al presidente Erdogan, en 2016. En cuanto termine esta operación, Turquía iniciará otra, contra los kurdos, en Siria y en Irak.

Si Hezbollah entra en escena, Israel no podrá rechazar el ataque por sí sólo y únicamente podría sobrevivir con el apoyo militar de EE. UU. Pero la opinión pública estadounidense ya no apoya a Israel… y el Pentágono carece ahora de los medios que necesitaría para defenderlo, lo cual es una de las tantas consecuencias de la guerra en Ucrania. EE. UU. ya no logra fabricar suficientes municiones para sus aliados ucranianos, incluso ha tenido que recurrir a las reservas almacenadas en Israel. Ya vació sus arsenales.

Durante las primeras horas del conflicto, Hezbollah lanzó algunos cohetes hacia las Granjas de Shebaa, el territorio libanés en disputa entre Líbano e Israel, mostrando así su apoyo a la resistencia palestina, según la retórica de la llamada “unidad de los frentes”. Pero Hezbollah no entró en guerra porque desconfía de Hamás, al que tuvo que combatir en Siria y cuya ideología no comparte.

Todos los dirigentes occidentales han asegurado que condenan los actos terroristas de Hamás y que apoyan a Israel. Esos dirigentes occidentales nada hicieron en el pasado por resolver las injusticias en Palestina y las “posiciones de principio” que hoy pregonan a voz en cuello demuestran que tampoco lo harán esta vez.

Por su parte, Rusia y China, negándose a tomar partido por los palestinos o por los israelíes, no han llamado a mantener las reglas occidentales, sino a que se respete el Derecho Internacional.

El mundo se encuentra frente a una situación en la que todos los actores han saboteado deliberadamente, y por adelantado, cada posible solución, lo cual hace que hoy sea casi imposible evitar que todo termine en un baño de sangre.


Escrito por Thierry Meyssan / Red Voltaire

Intelectual francés, presidente-fundador de Red Voltaire y de la Conferencia Axis for Peace.


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