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El capital corporativo trasnacional dirige su geopolítica de expansión y control de recursos, rutas y mercados, como hace años registró buzos; y como hoy se advierte en la estrategia de ofensiva “suaveˮ que despliegan en Kazajastán, el gigante energético. La orden del presidente kazajo, de disparar contra los autores de ataques violentos y la presencia de tropas del organismo de defensa que lidera Moscú, evidencia que la crisis sociopolítica sobre ese actor clave de Asia central anticipa la primera guerra entre Occidente y las potencias de Eurasia, debido a la influencia y el poder en esa región. México, como actor del mercado energético, debe estar atento al análisis puntual de lo que ocurre en esa región del mundo.
La crisis sociopolítica en la república de Kazajastán tiene dos interpretaciones: la simplista, proveniente de analistas y medios corporativos que la ven como el efecto espontáneo de una población indignada contra una cuasi-dictadura sometida a Rusia. Y otra, en la que geopolitólogos ven una estrategia de Occidente para crear una nueva “revolución de colores” que le permita preservar sus intereses y se oponga a la eficaz dinámica reintegradora del Kremlin en esa región volátil.
Para avanzar en este análisis se definen aquí el carácter y la fuerza de los actores en este conflicto. Además de ser el mayor productor mundial de uranio, exportador de cromo, plomo, zinc, manganeso y diamantes, Kazajastán es el líder en hidrocarburos de Asia central, con reservas probadas de 30 mil millones de barriles que lo sitúan en el puesto 12, según la Administración de Información Energética (AIE) de Estados Unidos (EE. UU.).
En diciembre de 1991, Kazajastán fue la última nación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en independizarse y la que más rápido se convirtió en el Estado más rico de Asia Central. Su población tiene un ingreso per cápita, que roza los 566 dólares; pero la pandemia de SARS-COV2 mermó su economía y su escasez hídrica parece una de sus debilidades.
Durante tres décadas fue gobernada por Nursultán Nazarbáyev, quien le imprimió una política exterior pragmática y multivectorial. Es así como este país transcontinental y fronterizo con Kirguistán, Uzbekistán, Turkmenistán, los mares Caspio y de Aral, ha mantenido la paz y el desarrollo pese a su proximidad al área de conflicto entre Afganistán y Pakistán.
Como puente entre Europa y Euroasia, Nazarbáyev situó a Kazajastán con perspectiva diplomática. Su proyecto “Camino Luminoso” dinamizó la economía tras la crisis global de 2008 y se integró a la Unión Económica de Eurasia. También actuó en asuntos clave como el programa nuclear iraní, el conflicto en Siria; e impulsó en la región las iniciativas chinas de la Ruta y la Faja.
Occidente y la oposición
Fue así como Kazajastán atrajo la atención de corporaciones como Exxon Mobil, empresas rusas y chinas que ahí operan y explotan los 1.8 millones de barriles diarios (mdb). La mayoría del crudo llega de Jenaozen, región ubicada al oeste, y donde se originaron las protestas sociales.
Kazajastán mantiene alianzas estratégicas con Rusia y China, protagonistas del llamado “siglo euroasiático” y sus principales clientes. En la práctica, esta relación representa un contrapeso geopolítico y geoestratégico ante la presencia político-comercial de EE. UU. en la región y en el país.
Pese a los 30 años de su escisión de la URSS, el enorme territorio kazajo sigue en la mira de las potencias, ávidas por controlar las riquezas de su subsuelo. Ejemplo de la tensión latente entre Occidente con Rusia y China, es la construcción de una vía férrea que conectará a la ciudad kazaja de Atyaru con Beijing y Moscú.
Kazajastán abastece con hidrocarburos a China que, ante la amenaza de perder su seguridad energética en esa región por el conflicto con EE. UU., probablemente participe con Moscú al lado del presidente Kasim-Yomart Tokáyev.
Tenso por el avance de esa relación, Washington optó por la inestabilidad que tan buenos frutos ha dado en la apropiación de recursos como en Irak, Libia y Siria. Según las denuncias del presidente Tokáyev, la superpotencia llegó al extremo de enviar “bandas de terroristas internacionales” a Kazajastán.
Otro atractivo de la república centro-asiática es su exitosa transición política tras la dimisión de Nursultán Nazarbáyeb, en 2019; aunque ejerce su enorme influencia desde el Consejo de Seguridad. Los jefes locales, oligarcas y las élites conservan sus “feudos” y fuentes de ingresos.
Los responsables de la actual crisis optaron por desestabilizar al Estado más rico de Asia Central y su agenda es la misma de Occidente. En ese reacomodo de fuerzas habrá que determinar qué clanes y países occidentales se beneficiarán más.
Entretanto, es obvio que la presencia extranjera se alineó con la oposición interna, caracterizada por fuerzas reaccionarias y xenófobas. La figura más destacada es el polémico empresario y activista político Mujtar Ablyazov –que reside en Francia y fue detenido por robar millones de dólares del banco kazajo BTA– asegura France 24.
Kazajastán es una región estratégica para Rusia, que lo considera amigo y socio clave. El ministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, compara esa relación con la que sostienen EE. UU. y Canadá.
Para los estrategas, el cosmódromo kazajo de Baikonur, desde donde se realiza el seguimiento de la Estación Espacial Internacional, representa hoy lo que antaño fue Sebastopol en el ámbito naval para el imperio ruso. De ahí que las autoridades kazajas sigan con atención el desarrollo del escenario en Crimea.
La histórica relación bilateral se refleja en los cuatro millones de rusos que ahí residen y en el 51 por ciento de kazajos que habla ruso. Para la oposición rusófoba, esta presencia e influencia representa un peligro, por lo que Ablyazov y sus seguidores difundieron una campaña en medios occidentales para detener su extradición a Ucrania y Rusia, según la BBC.
Para evitar un escenario hostil como el de Ucrania o Bielorrusia, el Kremlin aceptó la solicitud de ayuda proveniente del presidente kazajo. Esta acción legítima fue cuestionada por los diarios estadounidenses The New York Times y The Washington Post, la Infobae y la BBC.
Ante la insidiosa crítica de estos medios por el despliegue de fuerzas rusas, la vocera de la cancillería rusa María Zajárova declaró: “Aportamos miles de dólares a la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y falló a la hora de defender la libertad de un pequeño Estado”.
Razones de la crisis
Así como la disputa por el control de la energía de Kazajastán explica las claves geopolíticas de la actual crisis kazaja, el descontento social que generó el conflicto, tiene su explicación en las tácticas de subversión impulsadas por Occidente, pues es claro que el caos no fue espontáneo. Ya en enero de 2021, el país padecía un incremento en los precios del gas licuado, que se duplicaron.
Las protestas y el descontento de los ciudadanos se expandieron desde la región de Mangystau (oeste), hacia la capital Nur-Sultán (antes Astana). De ahí las manifestaciones pasaron a Almaty, el corazón comercial y a los puertos del Mar Caspio.
¿Por qué una potencia exportadora de energía como Kazajastán aumentó las tarifas de gas? Los analistas responden a esa pregunta: por el neoliberalismo que impuso una comercialización electrónica desde 2019 e imposibilitó mantener los precios estables. Así los productores reclamaban, sin razón, que vendían el producto debajo del costo mientras el consumo aumentaba.
El difícil camino a la soberanía plena
2011. Reforma contra el fundamentalismo religioso.
Junio de 2019. Grupos conservadores alegan, sin demostrar, fraude electoral tras la elección de Tokáyev, que obtuvo el 70.8 por ciento de los votos (6.5 millones).
4 de enero 2022. El presidente retira la reforma y pide el fin de las manifestaciones.
5 de enero. Kazajastán solicita ayuda a la OTSC, que agrupa a seis de las exrepúblicas soviéticas, para poner fin a los disturbios masivos calificados como “amenaza terroristaˮ. Rusia anuncia que enviará un contingente de paz para mantener la estabilidad.
7 de enero. Manifestantes dañan edificios administrativos y afectan bienes de ciudadanos. El presidente habla de 20 mil “bandidos con alta preparación militar y feroz crueldadˮ y que tienen un plan para atacar las instituciones.
8 de enero. Unas dos mil 500 fuerzas de paz de la OTSC controlan el aeropuerto de Almaty. El gobierno detiene al jefe de inteligencia, Karim Masimov, por sospecha de “alta traiciónˮ.
10 de enero. Se declara Día de Luto Nacional en el país.
El resultado es de cuatro mil 404 detenidos, 26 civiles muertos y 18 miembros de las fuerzas de seguridad. Israel anuncia la muerte de un ciudadano.
No es casual que las protestas se iniciaran en Jenaozen y se expandieran a Almaty, el centro de negocios nacional y no a Astaná, su aislada capital. La razón es que, en ese país, toda su población usa gas licuado, en particular en vehículos híbridos y un cuarto de ellos está en aquella zona.
Ante el auge de la violencia, el gobierno redujo el precio del gas; pero los inconformes ampliaron sus demandas: finalizar el plan de vacunación, jubilar antes a madres con muchos hijos, reducir precios en alimentos. Y como si no fuera importante, exigieron el cambio de gobierno con el lema: “¡Shal ket!” (¡Abajo el viejo!) es decir, Nursultán de 81 años y aún omnipresente en la política.
La cronología confirma que los hechos no fueron espontáneos. Desde el 16 de diciembre de 2021, unos cables de la embajada estadounidense advertían sobre el potencial político del descontento social al Departamento de Estado. Observadores citados por Global Research y Rebelión, afirman que los documentos hablaban de un “maidan en Almaty” (la crisis en Ucrania que empoderó a la ultraderecha).
El analista político Pepe Escobar estima que éste es el objetivo explícito de la crisis; y que el supuesto movimiento antidictatorial representa un “caballo de Troya” para introducir el cambio de régimen y el fin de las alianzas con China y Rusia.
Para Escobar, la fascinación por Kazajastán en los analistas y la prensa corporativa, que por décadas mantuvieron desdén y silencio hacia este país, están anunciando otra “revolución de colores” que “tal vez será turquesa-amarillo” (en alusión a los colores de la bandera kazaja).
Los disturbios se multiplicaron aunque Tokayev prometió regresar los precios a las tarifas anteriores y cumplir las demandas legítimas. Almaty y su aeropuerto internacional cayeron en poder de la turba, por lo que hubo mayor tráfico de aviones públicos y privados que debían partir hacia Rusia y Europa Occidental.
Asaltaron la alcaldía de Amat y dispararon contra el ejército; miembros de la Guardia Nacional se unieron a las protestas en Aktau cuando se destruían monumentos. Para evitar la escalada de violencia, y convencido de no abandonar su cargo, Tokáyev decretó estado de emergencia, nombró nuevo primer ministro interino y la empresa de telecomunicaciones desconectó el Internet.
Al escalar la tensión, el vocero del Kremlin, Dmitry Peskov, declaró: “Estamos convencidos que nuestros amigos kazajos resolverán por sí mismos sus problemas internos”, mientras pedía la no injerencia del exterior.
Moscú no permitirá que Kazajastán se convierta en otra Ucrania. Menos aún cuando la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se expande hacia sus fronteras y el gobierno de Polonia hostiga al de Bielorrusia.
Esta reflexión llevó al presidente ruso Vladimir Putin a aceptar la solicitud de su homólogo Tokáyev de enviar temporalmente a fuerzas de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Bielorrusia, Armenia, Kirguistán, Tadjikistán, Kazajastán y Rusia integran esa alianza militar creada en 2003.
Su misión consiste en restablecer el orden a partir de un toque de queda y contempla la confiscación de bienes extranjeros que financien a los grupos de oposición, admitió el primer ministro de Armenia y actual presidente del Consejo del organismo, Nikol Pashinyan.
La distracción kazaja ocurrió días antes del diálogo ruso-estadounidense-OTAN en Ginebra, que pretende que Moscú reduzca su ímpetu en Europa occidental. Con su usual tono provocador, The New York Times, en voz de Dan Bilefsky, escribió que la orden de Tokayev de disparar sin previo aviso a los responsables de la violencia “presagiaría una prolongada represión” contra toda forma de disidencia y periodistas independientes.
Sin embargo, el Kremlin está a favor de que el gobierno de Kazajastán otorgue concesiones económicas a la oposición para evitar la desestabilización permanente. Por su parte, Occidente –EE. UU. y la Unión Europea (UE)– optó por cambiar el régimen kazajo e imponer un gobierno provisional con personajes “aceptables” que finalicen la alianza con Rusia y China.
El geopolitólogo Miguel García Reyes pregunta si EE. UU., Europa y la OTAN patrocinan la crisis kazaja para mantener un conflicto de larga duración que desgaste a Moscú; la cuestión radica en conocer si serán capaces de mantener dos frentes de batalla antirrusos: Ucrania y Asia Central. La respuesta se dibujará en las próximas semanas.
La historia se repite. EE. UU. y la OTAN atacan a Rusia usando a ¡los nazis ucranianos! como punta de lanza. Arguyen, ayudados por la prensa, que Vladimir Putin anexionó Crimea e invade Ucrania.
El líder ruso no descartó la posibilidad de restablecer las relaciones entre Moscú y Washington.
En los siglos XIX y XX, las potencias de Occidente aprovecharon rutas marítimas estratégicas para imponer sus intereses; hoy se hallan en declive y ven como una amenaza para su seguridad la presencia marítima cada vez mayor de China y Rusia.
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Shoigú pronostica que desplazarán 40.000 efectivos y 15.000 unidades de material bélico, incluidas aeronaves estratégicas.
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“Cuando Occidente habla de legitimidad lo hace desde una mirada imperial. Si reconoce o no el resultado contundente de una elección en Rusia, tendría un claro sentido injerencista”, señaló la internacionalista Nydia Egremy.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.