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Decía Kant que en la semilla existía ya en latencia el desarrollo total que en su edad madura alcanzaría el árbol. Este símil es aplicado por el sociólogo William Robinson cuando afirma que el proyecto sionista ya tenía desde su origen en el Siglo XIX la posibilidad, y quizá la necesidad, de cometer un genocidio contra el pueblo palestino. Desde ese momento, su objetivo era la construcción de un solo Estado judío donde no había espacio para una nación palestina. Esta visión maniquea encuentra su justificación en la construcción metafísica en la que se cimenta su cosmovisión. Que los palestinos, con su cultura, lengua y religión no puedan caber en el diseño sionista sólo refleja su pensamiento limitado y dogmático en el que se conciben como pueblo único y puro sin lugar para los llamados bárbaros o infieles. El pueblo palestino puede padecer de estas mismas limitaciones, pero no cuenta con el poder político y económico para destruir a su opresor, ellos son los oprimidos en este caso.
Lo que en el Siglo XIX era una posibilidad, hoy es una realidad. De la semilla del odio emergió y maduró un genocidio en toda regla. Hay evidencias de sobra para probar que lo que ocurre en Gaza y Cisjordania sobrepasa un crimen contra la humanidad. Israel ha masacrado a miles de personas (más de 40 mil tan solo desde 2023), arrasado con ciudades enteras, destruido en su camino escuelas, hospitales, edificios públicos, etc. Con sus acciones militares ha convertido a estas zonas en verdaderos campos de concentración con desplazados que suman millones. Pero cómo puede un Estado minúsculo como el de Israel, de poco menos de 10 millones de habitantes y en una región hostil cometer semejante delito a ojos de todo el mundo y no recibir el castigo merecido.
La respuesta a esta interrogante está en el entramado geopolítico y económico del mundo. Sabemos que en el mundo capitalista en que vivimos hay concentración del poder político y económico al interior de cada nación, pero también a nivel global. Las naciones capitalistas más poderosas, con Estados Unidos (EE. UU.) a la cabeza, emergen como las más interesadas en mantener un orden global que sirva a sus intereses. EE. UU. y sus aliados han llevado a cabo invasiones a naciones débiles usando sus propias tropas, han construido bases militares en ultramar para vigilar confines lejanos del orbe, todo con el objetivo de incrementar su esfera de influencia y conseguir desde las preciadas materias primas, hasta fuentes de energía, mercado para sus productos y sus capitales, mano de obra barata, etc. En esta estrategia por el control del mundo se inserta el apoyo incondicional que EE. UU. presta a Israel. Una protección crucial sin la cual la teocracia judía simplemente no podría sobrevivir ni un día.
Veamos en concreto cómo se da este apoyo económico y militar. Israel ha sido desde 1949 el principal receptor de ayuda económica y militar de EE. UU. en el mundo. El monto total hasta 2023 equivale a 297 mil millones de dólares. El 20 de abril de este año se aprobó en la Cámara de Representantes un apoyo extraordinario de 26 mil millones de dólares para continuar con el envío de armamento militar y monetario que incluye el reabastecimiento de mortíferas armas de destrucción a gran escala como bombas, municiones de artillería, misiles, etc. con el que pretenden seguir masacrando al pueblo palestino. Además, con el acuerdo al último Memorándum de Entendimiento entre EE. UU. e Israel, se espera que en el periodo de 2019 a 2028 la transferencia militar alcance los 38 mil millones de dólares.
En conclusión, Israel puede cometer impunemente un genocidio a plena luz del día por el apoyo incondicional que le presta el imperio estadounidense. Esta lección debe aprenderla el pueblo para denunciar el genocidio, pero también para conocer las causas fundamentales de las pugnas globales en marcha y, de esa manera, guiar su acción política.
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Escrito por Arnulfo Alberto
Maestro en Economía. Candidato a doctor por la Universidad de Massachusetts Amherst, EE.UU.