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Ahora que la mayor empresa de entretenimiento por streaming estrena Pedro Páramo y Cien años de soledad, se suscitan varios juicios, convertidos en lugares comunes, sobre esta filmografía: “el libro es mejor que la película”, “han destrozado la trama del libro”, “nada que ver con el libro”, “omitieron tal o cual parte: es una decepción” y otras declaraciones por el estilo. En primer lugar, casi todas esas evaluaciones son pensadas para denotar un conocimiento superior al resto de la gente, al demostrar que el libro en cuestión es archiconocido por el opinante y que le han profanado algo que considera sagrado. O sea, que a veces se opina más por presunción “libresca” que por otros aspectos. En segundo lugar, el que conoce en serio al libro, sabe, de antemano, que es una empresa casi imposible plasmar en imágenes cinematográficas lo que guarda una obra literaria, aun considerando lo avanzado que es, por estos días, el desarrollo técnico de los efectos especiales. Y esto ocurre porque la escritura tiene un lenguaje estético diferente al cine: así fue concebido desde un inicio; al ser Literatura privilegia la palabra, la evocación por frases o versos, metáforas u otras figuras retóricas, incluso por la sonoridad de la propia narración, el estilo literario, la selección fina de las palabras… en fin, estamos imbuidos en el universo del lenguaje escrito y sus recursos evidentemente son otros.
Desde luego, esto no implica exclusión. Al contrario: todas las expresiones artísticas son hijas, por decirlo así, de la cultura humana y parten de los mismos cánones o referencias. En Occidente, por ejemplo, los dos grandes fundamentos son principalmente la mitología judeocristiana y la grecolatina; esto no significa que sean las únicas, pero sí las más recurrentes; y una y otra vez: los artistas de todas las artes apelan a algún pasaje significativo a estos referentes de la cultura occidental. Los filmes considerados obras de arte no pueden escapar de estos cánones a la hora de “esculpir el tiempo”. No sólo durante la hechura técnica del propio film: la fotografía, el vestuario, la música, la edición, la producción y un largo etcétera sino, desde luego, en la concepción esencial de la historia. Imposible es que no coincidan con la Literatura si se proyectan tratar los grandes temas de la naturaleza humana. Infinita es la enumeración de los filmes inspirados por grandes obras de la literatura, desde cuentos, novelas, obras de teatro y hasta poesías.
Ocurre lo mismo con la música: casi todos los compositores clásicos y románticos crearon obras –por encargo o por gusto propio– inspirados en obras literarias: desde música incidental, poemas sinfónicos sobre una obra en particular, tanto literaria como litúrgica, hasta puestas en escenas convertidas en óperas, sólo por decir lo más inmediato. Los propios músicos rinden homenaje a otras obras de otros músicos contemporáneos o de antaño; por ejemplo, Serguéi Rachmaninov compuso unas variaciones sobre temas de Paganini; Tchaikovsky hizo lo propio sobre temas Barrocos y Brahms rindió homenaje a Haydn; Modest Músorgski compuso una suite para piano más conspicua, Cuadros de una exposición, justamente a partir de una exposición de obras del arquitecto y pintor Viktor Hartmann; años después, Maurice Ravel haría su arreglo orquestal. En pintura, es bien conocida la producción de Van Gogh de 1887 a 1890 sobre cuadros copiados, con su estilo, de otros artistas, como Jean-François Millet, Honoré Daumier o Rembrandt; obras que brillan con luz propia. En fin, la llamada correspondencia de las artes es la constante en toda producción artística.
Recalquemos que la mayoría de los artistas emprenden este tipo de creación por pasión y admiración profunda, sintiéndose inclinados a rendir honores. Ciertamente, las obras pueden ser afortunadas o resultar un fracaso; pero esta conservación se efectúa en relación con los criterios propios de la disciplina artística que le dio luz; como quedó dicho, el lenguaje artístico es diferente y no es equiparable juzgar la calidad de una obra musical, por decir, con los criterios de calidad de una danza folclórica, tan insuficiente como contrastar la trascendencia de un poema con las pautas de la arquitectura (aunque están, de algún modo, relacionados).
Aceptemos, sin embargo, que hay obras cinematográficas que resplandecen más que las obras literarias por las cuales fueron inspiradas, pero dentro de la calidad que exigen los cánones del Cine, no de la Literatura. Quizás el mérito del cineasta consiste en sacarle más proyección a la historia en el lenguaje cinematográfico por la actuación, dirección, producción, fotografía, etc. Es por eso, que las obras en boga arriba aludidas deben ser enjuiciadas artísticamente bajo los criterios estrictamente cinematográficos. Y creo, personalmente, que no carecen de calidad, pero ésa es otra historia.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista