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Me refiero al discurso pronunciado por el vicepresidente de Estados Unidos, (EE. UU.) J.D. Vance, en Munich, en la Conferencia de Seguridad en la que les habló alto y claro a las élites gobernantes de Europa ahí reunidas con personalidades de más de 70 países del mundo. La intervención de J.D. Vance ha sido calificada como histórica puesto que se trató de una severa crítica a la actuación de los más recientes y de los actuales gobernantes de la Unión Europea. El contenido y la forma del discurso causó asombro y disgusto entre los presentes porque EE. UU. ha sido hasta ahora estrecho aliado de los países capitalistas europeos durante los últimos años y, en cierta medida, ha compartido su destino.
Juntos se opusieron a la revolución de 1917 invadiendo el territorio ruso; juntos retardaron todo lo que pudieron la apertura del Segundo frente en la Segunda Guerra Mundial esperando que la Unión Soviética cayera destrozada por las hordas nazis; juntos entraron a Corea a sofocar la revolución popular, sostuvieron la guerra de Vietnam, se lanzaron sobre los restos de la Unión Soviética, entraron a Irak y han apoyado a Israel en el genocidio de Gaza; juntos formaron la Alianza del Atlántico Norte y, llegado el momento, la expandieron mucho más allá de donde se encontraba originalmente hasta pretender instalarla –usando a Ucrania– a las puertas de Rusia.
No obstante, ya desde el primer mandato de Donald Trump como presidente de EE. UU., en una reunión Cumbre de la OTAN, celebrada en Bruselas en el mes de julio de 2018, el entonces presidente norteamericano declaró públicamente que muchos países europeos no estaban cumpliendo con el acuerdo de gastar el dos por ciento de su PIB, los criticó afirmando que EE. UU. estaba “asumiendo una carga desproporcionada” y les dijo que era necesario que incrementaran sus gastos en defensa.
Ahora, el pasado viernes 14 de febrero, en la edición 2025 de la Conferencia de Seguridad de Munich, J.D. Vance, amplió públicamente las críticas. “Una de las cosas de las que quería hablar hoy son, por supuesto, nuestros valores comunes”, comenzó diciendo el vicepresidente, “porque la amenaza que más me preocupa en Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo… lo que me preocupa es la amenaza desde dentro: el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales, valores compartidos con los Estados Unidos”. Vance sustentó su crítica haciendo referencia a ciertos sucesos recientes en Europa, que se refieren, por un lado, al deterioro de la libertad de expresión y, por el otro, a los ataques a la democracia.
Dijo, por ejemplo, que no estaba de acuerdo y que censuraba la adopción en el Reino Unido, de las llamadas “zonas de seguridad”, que ocasionaron que un ciudadano que rezaba en silencio a cincuenta metros de una clínica de abortos en Londres, fuera detenido por la policía y hubiera tenido que gastar miles de libras esterlinas para defenderse legalmente de las acusaciones. En lo que se refiere a las supuestas o reales violaciones a la democracia, centró su crítica en el apoyo europeo que concitó la reciente suspensión de la primera vuelta de las elecciones en Rumania porque se habían hecho gastos cuantiosos en propaganda en las redes sociales. Ésos y otros ejemplos fueron utilizados por J.D. Vance para señalar que las élites europeas ya no pueden gobernar sin violar esos derechos y que se han vuelto dictatoriales.
“Debemos hacer algo más que hablar de valores democráticos, debemos vivirlos ahora, en la memoria viva de muchos de ustedes en esta sala”, remató su lección. El impacto que causó el discurso del vicepresidente de EE. UU. en la Conferencia de Munich quedará resumido para siempre con la escena de la intervención final del director de la conferencia y embajador de Alemania en la ONU, el veterano diplomático Christoph Amusguen, quien no pudo terminar su discurso y rompió a llorar diciendo frente al micrófono que “nuestra base de valores comunes, ya no es tan común”.
No debe olvidarse que ha sido la burguesía la que ha proclamado estos valores, no para la libertad de la clase trabajadora, sino precisamente para mantener y perpetuar su dominación de clase. Las acerbas críticas de J.D. Vance deben entenderse, pues, como un deterioro de esas políticas burguesas como instrumentos de dominación. Lo que está en la esencia de la discrepancia no son las formas ni los instrumentos, que como bien se nota, son extremadamente importantes, sino lo que está a la orden del día es el mantenimiento y la perpetuación del modo de producción capitalista en el mundo y, para ello, hace falta que Europa juegue mejor su papel, no de socio, sino de espolique de EE. UU.
Cuando se fundó la OTAN, su primer secretario general, el inglés, Lord Hastings Ismay, confesó paladinamente que la Organización del Tratado del Atlántico Norte fue concebida para “mantener a la Unión Soviética fuera, a los estadounidenses dentro y a los alemanes abajo”, hoy, bien podría decirse “a los europeos abajo”. En efecto, EE. UU. ya negocia la paz en Ucrania. Sin Europa y sin Ucrania. Eso es perfectamente posible porque sin EE. UU. esa guerra nunca hubiera iniciado ni se hubiera sostenido hasta ahora. El año pasado, el PIB de Alemania, todavía la economía más poderosa de Europa, no creció; y su Canciller, Olaf Scholz, tiene los días contados, tuvo que disolver el Parlamento y convocar siete meses antes de lo previsto a elecciones, que se celebrarán el próximo domingo 23 de febrero. Francia, por su parte, la otra economía fuerte, el año pasado sólo incrementó su PIB en 1.1 por ciento, casi nada; y el gobierno de Emmanuel Macron también se tambalea, tiene una Asamblea Nacional fragmentada y un gobierno sin apoyo del Congreso. Ninguno de los dos grandes de Europa tiene la fuerza para exigir participación en las negociaciones con Rusia.
Ni autoridad moral. Si nos atenemos a los desembolsos que hizo en esa guerra nuestro vecino del norte que, según Donald Trump, son más de 300 mil millones de dólares y los comparamos con unos 100 mil millones de dólares que fue la aportación de toda Europa, es válido concluir que EE. UU. se dispone a recuperarlos y la ya adelantada explotación de los recursos naturales –a lo que debe añadirse evidentemente, de la clase trabajadora de Ucrania– no sería de ninguna manera una mala medida. “El presidente de EE. UU., Donald Trump, no sólo quiere el control sobre los minerales críticos ucranianos, sino sobre los puertos, la infraestructura, el petróleo y el gas, reveló el diario británico The Telegraph. El medio difundió un supuesto borrador de contrato que EE. UU. entregó al presidente ucraniano Volodimir Zelenski, documento que describe como “el equivalente a la colonización económica estadounidense de Ucrania, a perpetuación legal” (El Universal, 18 de febrero).
La ampliación de las zonas de explotación de recursos naturales por parte de EE. UU. es sólo una de las medidas estratégicas para la urgente aplicación de una terapia intensiva por parte del imperialismo, que padece serios problemas de salud económica e ideológica. Aquí entra la idea de hacer de Canadá otro estado de la Unión Americana, de “comprar” Groenlandia, de “sólo” cambiar el nombre al Golfo de México y de entrar “sólo” a destruir los cárteles de la droga de nuestro país y, claro, la idea criminal de expulsar a dos millones de palestinos de la Franja de Gaza para poner negocios. El tratamiento económico se complementa con la vuelta al proteccionismo, una de cuyas facetas es la muerte del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá y con otras medidas en proceso.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".