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Pablo Bernardo Hernández Jaime
El Capital de Marx, socialismo científico y fetichismo
El capitalismo del Siglo XIX no es exactamente el mismo que el del Siglo XXI, sin embargo, los fundamentos del sistema son esencialmente los mismos.


El Capital es una de las obras clave del pensamiento marxista. En esta obra está contenido un análisis detallado y riguroso sobre los orígenes, desarrollo, funcionamiento y tendencias esenciales del modo de producción capitalista.

La importancia de este análisis radica en su actualidad y, sobre todo, en su ejemplo.

Digo que el análisis es actual porque nos ayuda a comprender una forma particular de organización económica que no sólo sigue vigente, sino que es dominante.

Ciertamente, el capitalismo del Siglo XIX no es exactamente el mismo que el del Siglo XXI. Sin embargo, los fundamentos del sistema son esencialmente los mismos, pues se trata de una economía que se alimenta de la explotación asalariada y que descansa sobre (1) la propiedad privada de los medios de producción, (2) la “libre” contratación de fuerza de trabajo y (3) la existencia de mercados como mecanismo central de asignación de bienes y personas para la producción económica y la reproducción de la vida.

Sin embargo, también digo que la importancia del análisis de Marx en El Capital radica en su ejemplo, y probablemente esto sea todavía más relevante.

La Crítica de la economía política, subtítulo del libro de Marx, es una obra incompleta en al menos dos sentidos: primero, porque su propio autor dejó sin publicar dos de los tres tomos que había planeado, mismos que sólo vieron la luz gracias al arduo trabajo de su amigo Engels; y, segundo, porque El Capital, por más riguroso y exhaustivo que sea, no podía abordar todas las determinaciones del capitalismo de su tiempo, y menos todavía las del capitalismo posterior.

Esto último lo tenía presente Marx, pues para él (como lo enfatizó en sus obras de juventud) es imposible que exista un sistema de pensamiento acabado, es decir, un pensamiento que contenga todas las respuestas y toda la verdad. Para Marx, la verdad es siempre un resultado inacabado y provisorio de grandes esfuerzos por acercarnos a una realidad infinita y cambiante. Por eso es imposible que exista una obra definitiva; pero también por eso, la metodología, es decir, los conocimientos sobre cómo aproximarnos a la verdad, cobran una relevancia mayor. 

Enfatizo esto porque El Capital no sólo es una obra actual, también es un ejemplo notable de cómo hacer investigación rigurosa. Pero, ¿investigación para qué? y ¿por qué es tan relevante su ejemplo? 

Sobre los fines de la investigación científica, lo que Marx quería era transformar el mundo; quería una revolución que cambiara el modo de vida de las personas, acabando con todas las formas de opresión y permitiendo que cada quién pudiera desarrollar libremente sus fuerzas esenciales humanas, es decir, sus necesidades y capacidades.

Por supuesto, la sola investigación no iba a hacer la revolución. Las ideas también necesitan convertirse en una fuerza material, y para eso es preciso que las personas comprendan y reconozcan tales ideas como útiles para orientar sus acciones. Sin embargo, no basta con que la gente crea en una idea para que ésta se realice. La idea misma debe ser verdadera para ser efectiva, es decir, debe ajustarse lo más posible a las “leyes” de la realidad para traer los resultados esperados. Por eso la investigación científica es indispensable para la revolución, porque nos brinda los elementos para actuar con conocimiento de causa.

El socialismo científico de Marx consiste fundamentalmente en combinar ciencia y política, verdad y acción, razón y fuerza, para cambiar el mundo; pero como no existe una ciencia acabada, se vuelve indispensable seguir haciendo esfuerzos por comprender la realidad para poder transformarla. 

¿Por qué El Capital es un ejemplo tan notable de cómo hacer ciencia? La respuesta no es sencilla. Podríamos hablar de muchos temas, como la manera en que Marx construye su objeto de estudio, la forma en que elabora sus conceptos, su manejo de los niveles de abstracción, generalidad y agregación, etcétera. Sin embargo, quiero abordar un solo tema: el fetichismo de la mercancía.

El primer capítulo de El Capital, donde se analiza el fetichismo, contiene una de las lecciones metodológicas que, a mi juicio, son más relevantes y características de la obra de Marx, y que a todos nos conviene comprender.

Un fetiche es un objeto que creemos que tiene poderes que en verdad no posee; por ejemplo, un amuleto de la suerte. Estos fetiches surgen porque las personas, muchas veces, no vemos con claridad las causas reales de las cosas. Es como si nunca hubiéramos visto un espectáculo de marionetas y, la primera vez que vemos uno, creyéramos que los muñecos están vivos y se mueven solos. Reducimos las causas reales a las aparentes. Para romper esta ilusión, bastaría con ir detrás del escenario y descubrir a los titiriteros. Sin embargo, no siempre es tan fácil retirar el velo de nuestras ilusiones.

De acuerdo con Marx, en las economías modernas somos víctimas del fetichismo de las mercancías, es decir, víctimas de la ilusión de que las mercancías, y especialmente el dinero, tienen valor por sí mismas. Ante nuestros ojos, las mercancías son como un títere que baila solo y los mercados son como grandes puestas en escena donde estas mercancías se intercambian unas por otras siguiendo leyes naturales completamente independientes de nosotros. Sin embargo, detrás de esta ilusión se esconden también las manos de los titiriteros. Sólo que los mercados no son un espectáculo de marionetas, donde hay un guion escrito y alguien mueve los hilos de forma planificada. En los mercados, todos los que compramos y vendemos formamos parte de la obra. Todos somos artífices del espectáculo y al mismo tiempo víctimas de la ilusión de creer que no somos quienes hacen funcionar al mercado, que no somos nosotros los que le damos valor a las mercancías con nuestro trabajo, sino que son ellas solas las que actúan, las que permiten los intercambios, las que valen y las que mandan. 

Pero, ¿por qué el fetichismo es un problema metodológico? Porque la labor del científico es encontrar la verdad y los fetiches enmascaran la verdad. Para llegar a esta última hay que desmontar el fetiche y encontrar las causas reales de los fenómenos sociales. Esto es lo que hace Marx en el primer capítulo de El Capital.

Para Marx, las mercancías son valores de uso destinados a la venta en el mercado. Al ser valores de uso, estas mercancías nos permiten satisfacer alguna necesidad, y, al ser vendidas, descubrimos que pueden ser intercambiadas en cierta proporción por otras mercancías. Sin embargo, lo que hace posibles los intercambios de forma sistemática y regular es que las mercancías han sido producto del trabajo humano. Este trabajo, entendido como puro desgaste de fuerza humana, es lo que Marx denomina sustancia del valor.

Sin embargo, pasan varias cosas curiosas con el valor. Por un lado, es lo que hace posibles los intercambios y, por otro lado, es una cosa invisible. El valor se crea con el trabajo y realiza su existencia en el intercambio, pero no podemos verlo; y nuestra única manera de intuirlo es a través de las proporciones de cambio y de los cuerpos físicos de otras mercancías.

En un trueque de sombreros por camisas, por ejemplo, podemos decir que dos sombreros valen cuatro camisas. Aquí, lo que hace posible la equivalencia es el valor, pero éste no se ve por ningún lado. Lo que se ve, en cambio, es que “el valor de dos sombreros es cuatro camisas”, es decir, la forma que adquiere el valor en los intercambios nos hace creer que el valor es una propiedad de las cosas.

De aquí proviene el fetichismo, mismo que se desarrolla y perfecciona con la aparición del dinero y la dominación de los mercados en el capitalismo. Es este fetichismo el que nos hace creer que la economía de mercado tiene “leyes” naturales. Claramente, esta economía sí tiene sus “leyes”, pero no son naturales, sino históricas; han sido creadas por el ser humano y pueden ser transformadas por él. Sin embargo, tal transformación no puede ser caprichosa, sino que debe estar guiada por el conocimiento científico. Esto es lo que quiso hacer Marx con El Capital, y el primer paso era desenmascarar el fetichismo.

Para los marxistas, esta lección metodológica es importante porque, si la comprendemos bien, será más fácil entender los aportes y actualidad de la obra de Marx; pero es todavía más importante porque nos enseña que para hacer ciencia es preciso aprender a encontrar y descubrir el fundamento social detrás de las apariencias fetichizadas de la economía, y de cualquier otro fenómeno social.


Escrito por Pablo Bernardo Hernández

Licenciado en psicología por la UNAM. Maestro y doctor en ciencia social con especialidad en Sociología por el Colegio de México.


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