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Los movimientos pacifistas anti establishment que sucedieron en las décadas de los 60 y 70 del Siglo XX en Estados Unidos de Norteamérica (EE. UU) tuvieron un sello anarquista. De hecho, como se ha podido constatar a través de los acontecimientos más notables de esta superpotencia en su historia, prácticamente nunca se ha podido articular una organización genuinamente revolucionaria que haya podido librar una lucha que pueda cambiar la situación de millones de afroamericanos. En los recientes meses se ha dado el movimiento conocido como Black Lives Matter (“Las vidas de los negros si importan”), que ha promovido y organizado las protestas en contra del racismo de los abusos policiales. Sin embargo, la lucha contra el segregacionismo y la discriminación racial ha sido muy larga y ha tenido momentos en los que el establishment se ha visto en aprietos. Por ejemplo, el “Movimiento por los derechos civiles” que en la década de los años sesenta encabezó Martin Luther King; este movimiento logró aglutinar a millones de norteamericanos –no solo de raza negra, sino también a millones de caucásicos– que estaban en contra del régimen del Apartheid gringo y en contra del “supremacismo” racial que han impulsado las élites gobernantes en la súper potencia.
La cinta El juicio de los 7 de Chicago (2020) del realizador Aaron Sorkin, nos narra un episodio de esa larga lucha que han hecho las fuerzas progresistas en Estados Unidos. Los siete enjuiciados en 1969 fueron: Abbie Hoffman, Jerry Rubin, David Dellinger, Tom Hayden, Rennie Davis, John Froines y Lee Weiner. Catalogado como una farsa, el juicio fue motivado por la participación de estos activistas, que quisieron aprovechar el hecho de que en 1968 se realizaba en aquellos momentos la convención del Partido Demócrata en la ciudad de Chicago; en esa convención se eligió al candidato a la presidencia de EE. UU, Hubert Humphrey el cual contendió contra Richard Nixon (quien ganaría la elección representando al Partido Republicano). Los activistas fueron acusados de promover la violencia y de haberse trasladado de otros estados de la Unión Americana para promover la violencia –que es otro delito–. Y, en efecto, en aquellos días se conjuntaron una serie de factores que hicieron de las circunstancias en aquel momento de la ciudad de Chicago, un coctel explosivo, que solo requería de un chispazo para explotar, como efectivamente sucedió. Eran recientes las muertes por homicidio (ordenadas por los potentados que así “liberaban –según ellos– al país del caos y la anarquía que hacían peligrar a la sociedad democrática”) de Martin Luther King y el candidato del Partido Demócrata Edward Kennedy; el número de soldados muertos en la guerra de Vietnam crecía cada día, la juventud gringa estaba viviendo el movimiento Hippie (la parte menos politizada de esa juventud se refugiaba en las drogas y en el vagabundeo, pero la más consciente manifestaba su odio a la guerra mediante protestas, algunas de las cuales eran violentas). Los dueños del poder económico y político de EE. UU. no estaban dispuestos a tolerar que sus objetivos hegemónicos imperialistas fueran atacados desde el mismo interior del país y por la misma población estadounidense. El alcalde de Chicago pidió al gobierno federal que se militarizara la ciudad, por lo que al momento de ocurrir las protestas antibélicas había más de 15 mil efectivos que, al menor intento de realizar manifestación alguna, se lanzaban a reprimir con inusitada violencia a los pacifistas. Y así ocurrió; la violencia se desató.
Un año después –ya en el poder–, Richard Nixon decide dar un escarmiento ejemplar a los activistas. En el juicio que nos narra la cinta de Sorkin, aunque no se apega estrictamente a los hechos reales, queda reflejado el gran esfuerzo del abogado defensor de los siete activistas, William Kuntzler. Y también queda perfectamente retratada la vergonzosa posición del juez de apellido Hoffman, quien nos recuerda a nuestros deleznables personeros de la “justicia” mexicana en la era de la “Cuarta Transformación”: jueces que tuercen la ley, ministros que envilecen el derecho, que se mueven a impulso de los poderosos que ahora tratan de aplastar cualquier manifestación de crítica y de rebeldía, utilizando artimañas, trampas legales para someter a los que se oponen al mal gobierno. El juicio de los 7 de Chicago es un retrato no solo de los años 60 y 70 en EE. UU., es un retrato –en ese sentido– de la atmósfera opresiva de los aciagos tiempos actuales (que en nuestro país sufrimos millones de mexicanos bajo el populismo neoliberal y mesiánico de la “Cuarta Transformación”).
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA