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El espejismo de la fatalidad y el optimismo de la voluntad
Cambiar la realidad no es sencillo, exige atravesar momentos de retroceso como en el que ahora estamos inmersos; aun así estos momentos son solo partes de un proceso que continúa y continuará una vez que la realidad barra con los nigromantes y filisteos.
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En la vida individual, como en la social, es difícil aprender a distinguir los hechos de los resultados. Estamos acostumbrados a percibir los momentos, partes de un proceso, como resultados absolutos y definitivos; reconocer estos hechos aislados y aisladores, y su relación con la totalidad, con el proceso del que conforman, es tarea poco sencilla que requiere tanto del conocimiento del contexto en que se desenvuelven, como del proceso histórico del que forman parte. Conocer los hechos significa conocer la realidad, solo en la medida en que se busca la articulación de éstos con la totalidad que los genera, una totalidad que es, por naturaleza, histórica. Así, si pretendemos desentrañar la esencia de cualquier fenómeno, humano o físico, es preciso conocer la relación que éste tiene como parte de una totalidad orgánica, sin la que sería imposible comprenderlo.

Los últimos tres años fueron caóticos para el pueblo mexicano. La crisis surgida por la pandemia se agravó con la crisis social y política producida por el morenismo. La no tan disimulada dictadura de un hombre con limitadas aptitudes y nula empatía por los pobres y desprotegidos, a quienes utilizó únicamente para encumbrarse en el poder, ha causado estragos inenarrables en el cuerpo social.

Tres años han pasado desde que el candidato eterno tomó finalmente el poder en el país; y pareciera estar desesperado por destruirlo en el menor tiempo posible. Fue sencillo para él, como para su partido, aprovechar el periodo de decadencia y escepticismo provocado por los partidos tradicionales; un pueblo desilusionado y necesitado de una verdadera transformación tenía, casi necesariamente, a consecuencia del atraso teórico y educativo que intencionalmente se le ha inculcado, que caer en el pantano de ilusiones y apariencias que la nueva organización política creaba para alcanzar el poder.

La prédica del obradorismo fue sencilla y efectiva: “nosotros cambiaremos el país”, “confíen en mí, yo los salvaré”. El idealismo de estas frases fue suficiente para convencer a las mayorías. Se les ofreció el paraíso a cambio de nada y no estaban dispuestos a rechazar esta oportunidad que, sin ninguna garantía, pero con miles de expectativas, no sabían que realmente los empujaba al abismo. A pesar de eso, y conscientes de la inevitable tragedia que en los siguientes años generará más estragos, no podemos perder de vista el carácter histórico, finito y temporal que esto significa.

El reconocimiento del carácter histórico de este trágico momento en la historia nacional como un acto de conocimiento debe salvaguardarnos del fatalismo y el pesimismo. El Movimiento Regeneración Nacional (Morena) nació de la necesidad y morirá no solo por su imposibilidad de satisfacerla, sino por haber multiplicado el mal que presumía remediar. Pero una vez que termine este momento oscuro, la solución no llegará milagrosamente, el problema persistirá, y su solución será reclamada.

 Es el momento de decir al pueblo: es necesario educarse, organizarse y tomar el poder político; pero para ello habrá que pasar por 10, 15 o 20 años de incansables esfuerzos “para cambiar la realidad y cambiaros a vosotros mismos”; ellos vendieron fantasías y adulaciones, pasaron por alto las circunstancias y ofrecieron bálsamos milagrosos. Sin embargo, el problema continuará, el partido en el poder y todos los autoproclamados salvadores serán olvidados o repudiados por la historia; y la realidad reclamará a quienes tengan en sus manos no solo las soluciones sino también la preparación para hacerles frente, tanto teórica como prácticamente.

Así pues, quienes todos estos años pusieron sus esfuerzos en la educación del pueblo; quienes buscaron antes que el poder la organización consciente y decidida de las masas, no tienen razón alguna para desesperar de su causa. El momento histórico que nos ha tocado vivir es pasajero y nada comparado con el proceso del que forma parte. Tarde o temprano las ilusiones desaparecerán; el pueblo, aunque a veces guste de la fantasía, sabe reconocer a los farsantes cuando la realidad se los muestra desenmascarados.

Este periodo de crisis e incertidumbre, antes que provocar pesimismo y desilusión, debe servir para valorar la totalidad que, en ocasiones, perdemos de vista. Cambiar la realidad no es tarea sencilla y exige atravesar momentos de retroceso como en el que ahora estamos inmersos; a pesar de ello, estos momentos son solo eso, pedazos, partes de un proceso que continúa y continuará una vez que la realidad barra con los nigromantes y filisteos.

Por ello, en estos tiempos funestos y de apariencia fatal, deben servir de aliento para todos los que continúan en la lucha, a pesar de las circunstancias, las palabras de Bertolt Brecht, escritas para épocas sombrías como la nuestra: “Quien aún esté vivo no diga «jamás». Lo firme no es firme. Todo no seguirá igual. Cuando hayan hablado los que dominan, hablarán los dominados. ¿Quién puede atreverse a decir «jamás»? ¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros ¿De quién que se acabe? De nosotros también. ¡Que se levante aquél que está abatido! ¡Aquél que está perdido que combata! ¿Quién podrá contener al que conoce su condición? Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana y el jamás se convierte en hoy mismo”.


Escrito por Abentofail Pérez Orona

Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).


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