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La historia de América Latina está marcada por su desempeño en el mercado mundial como productor de materias primas: frutas, cereales, carne, petróleo, minerales, etc. Chile forma parte de esta región, por lo tanto, mantiene una estrecha relación con la producción de materias primas. El cobre es el bien más representativo de ese país.
Cuando la economía de un país depende de las exportaciones de materias primas, se presentan una serie de problemas. Los precios de los productos primarios son muy volátiles, es decir, a veces suben estrepitosamente y otras veces bajan. Si esto sucede, la principal fuente de recursos de la economía se ve subordinada al mercado mundial, donde la demanda de países como Estados Unidos (EE. UU.) o China se vuelve cada vez más importante.
Durante mediados del siglo XIX hasta finalizar la Primera Guerra Mundial, Chile era el principal exportador de salitre, componente básico para los explosivos en aquel tiempo. La consolidación del Estado no se puede explicar sin la gran fuente de ingresos fiscales del salitre. Posteriormente, tras el agotamiento del salitre, Chile aprovechó los descubrimientos de sus ricos yacimientos de cobre.
Sin embargo, justo en los albores de la gran crisis de 1929, los países industrializados ya no solicitaron productos primarios; esto provocó un fuerte impacto negativo en las economías latinoamericanas. Chile también se vio afectado. Debido a esto se empezó a tomar consciencia de la necesidad de cambiar el modelo primario-exportador, por lo que la economía chilena generó un esfuerzo para industrializarse para ya no depender de los precios del cobre y de otras materias primas. Este periodo se ubica entre 1930 y 1973.
Los gobiernos chilenos generaron un arduo esfuerzo por transformar la matriz productiva primario-exportadora para obtener mayor independencia económica de los países industriales y así generar un desarrollo económico. Todo este modelo perduró hasta el golpe militar de 1973.
Durante la dictadura cívico-militar se adoptó un modelo de libre mercado. Por ello, una de las premisas que rigen a este modelo es el aprovechamiento de las ventajas competitivas. Es decir, si Chile tiene una amplia dotación de recursos naturales es más eficiente que si se especializa en producir y exportar cobre o en asignar recursos a industrias con nulas capacidades para competir.
Actualmente, a pesar de todos los esfuerzos, Chile no ha logrado romper su dependencia del mercado externo y del cobre. Como se muestra en los datos del Banco Mundial (BM), en 2010 su comercio exterior representaba el 55.7 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Por otro lado, The Observatory of Economic Complexity (El Observatorio de Complejidad Económica) indica que, en 2017, los productos de la minería del cobre y sus refinados representaron 45 por ciento de sus exportaciones, y 10 por ciento los productos del reino vegetal. Asimismo, los principales demandantes de las exportaciones chilenas, en el mismo año, fueron China y EE. UU. Es importante señalar esto porque si Estados Unidos y China reducen su demanda de productos externos, Chile se ve afectado.
La economía chilena, a pesar de ser una de las economías más importantes y estables de la región, se ha mantenido en el laberinto sin salida de los países primario-exportadores. Mientras mantenga esta estructura productiva, sostendrán también su dependencia económica hacia los países más industrializados, las condiciones para que el desarrollo económico no llegue y prevalezca la desigualdad en su población. Por ello es importante que el Estado regrese a su papel de promotor del cambio estructural en la economía.
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Escrito por Claudio Arturo
colaborador