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Introducción: La “altruista” ayuda que Estados Unidos (EE. UU.) y sus aliados brindan a Estados en crisis pretende mostrar los “beneficios” de la intervención extranjera. Aunque exhibe un falso compromiso con los ideales humanitarios de la comunidad internacional, el imperialismo no pierde su lógica expoliadora. De ahí el desastroso balance de la fórmula: ayuda+acción militar que ha arrasado los cimientos políticos e ideológicos en Darfur, Srebrenica, Ruanda o Haití, entre otros países. El objetivo primordial del Caballo de Troya “humanitario” es remodelar la geopolítica regional conforme al interés imperial. El auxilio de emergencia y la asistencia alimentaria son la antesala del arribo de asesores, aviones y tanques al Estado receptor.
Cuando el imperialismo simula un acto generoso, encubre una traición. Al recrear el mito del Caballo de Troya, Homero y Virgilio describen con ese regalo el falso gesto de paz de los griegos a sus enemigos troyanos. Por la noche y ya en territorio troyano, soldados griegos salen del caballo para asesinar a los troyanos. Idéntica maniobra utiliza el imperialismo al ofrecer alimentos a un Estado al que socava su gobernabilidad, impone sanciones, financia a opositores violentos y se alista a ocupar militarmente.
La mejor expresión de esa política es la del garrote (acciones militares, represalias económicas y políticas) o la de la zanahoria (negociaciones con enemigos, ventajas económicas y fiscales), que por más de un siglo ha aplicado EE. UU. con vecinos y aliados. Se trata de una hábil combinación de recompensas y castigos que inducen el comportamiento deseado del Estado elegido.
Cuando la vía militar no es propicia con gobiernos no gratos, se decide socavarlos por medios convencionales. Se fortalece a la oposición de clase media urbana y rural con recursos cuantiosos y se la adoctrina en buena gobernanza, democracia, derechos humanos e igualdad de género, así como con acciones para “aliviar la pobreza”.
Tan exitosa es esa “ayuda para la democracia” o “asistencia humanitaria” que en su campaña por la reelección, Barack Obama sorprendió al afirmar que para defender los intereses y el protagonismo estadounidenses en el mundo se proponía equilibrar “el garrote y la zanahoria”.
Y así lo hizo. En 2016 visitó Cuba, pero mantuvo intocado el genocida bloqueo. Para muchos era una “operación de marketing político” y para otros anticipó una novedosa operación de hostilidades desde el interior cubano.
El garrote y la zanahoria
En septiembre de 1901, Theodore Roosevelt esbozó que su gobierno se inspiraba en un proverbio africano: “Habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”. Así nació la doctrina del gran garrote (big stick), que ilustraba la voluntad del naciente imperialismo estadounidense de usar un amplio abanico de acciones políticas para alcanzar sus objetivos.
El big stick oscila entre la negociación con adversarios internos y externos mientras se hace ostentación de que Washington puede apelar a la fuerza. Originalmente se presionó con la acción armada a los gobiernos latinoamericanos y caribeños. John F. Kennedy decidió usar la zanahoria con su Alianza para el Progreso, proyecto económico y social con el que invirtió 20 mil millones de dólares para neutralizar el efecto liberador de la Revolución Cubana en la región.
Ante su fracaso, Kennedy recurrió al garrote para intentar derrocar al gobierno revolucionario de Cuba con la Operación Mangosta, entre marzo y octubre de 1962. Entre sus 33 tareas se incluían el bloqueo económico, la guerra bacteriológica, el terrorismo, la guerra psicológica, sabotajes y asesinatos previos a operaciones militares.
Genocidio y simulación
1860 Francia ocupó Siria con 20 mil soldados, autorizado por el Imperio Otomano, para “salvar” a cristianos-maronitas, supuestamente atacados por rusos.
1992 Somalia, Operación Restaurar la Esperanza: confirmó que el problema no era la falta de ayuda, sino la incapacidad de la ONU para consumar su misión humanitaria. Tras el asesinato de 24 cascos azules pakistanos, la ONU se centró en capturar al autor y dio así un vuelco a su objetivo original. El secretario de la ONU, Kofi Annan, admitió por primera vez que sus fuerzas de paz fueron enviadas “de forma deliberadamente débil y vulnerable”, con lo que se anticipó el fracaso. A su vez, EE. UU. entró en un conflicto que no sirvió a su interés, pero que fortaleció su máscara “humanitaria” tras las críticas por su falta de acción en Bosnia.
1994 EE. UU., Francia y Bélgica decidieron no desalojar a los civiles en Ruanda, pese a que sabían que se avecinaba el genocidio. Por esa negligencia, más de 800 mil personas –la mayoría de la etnia tutsi– fueron asesinadas por sus rivales hutus.
1995 Unos 400 cascos azules holandeses resguardaban Srebrenica, enclave de Bosnia y Herzegovina, de población musulmana. Esta fuerza “pacificadora” se replegó sospechosamente a su cuartel, a cinco kilómetros, mientras tropas serbo-bosnias asesinaban a más de ocho mil personas.
201 En Haití, ninguna “ayuda humanitaria” ha apoyado a la población para salir de su miseria e ingobernabilidad. La indolencia de EE. UU. y sus aliados fue notoria tras el terrible terremoto de 2010, cuando Barack Obama ofreció apenas 100 millones de dólares para paliar los daños.
En cambio, su entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, vio la oportunidad de ocupar esa sufrida nación. Alistó un convoy militar aéreo con alimentos y medicinas escoltado por buques, portaviones, helicópteros y unos 10 mil soldados del Comando Sur. ¿Resultado? La ingobernabilidad, como lo evidencian las cada vez más violentas protestas contra el presidente Jovenel Moïse.
Falsa caridad
¿Cómo deciden EE. UU. y sus aliados a qué Estado ayudar? ¿Qué interés defiende cada misión “humanitaria” y cuáles son sus verdaderas consideraciones? ¿El Estado receptor decide a dónde va esa ayuda?
En principio, toda la ayuda a Estados se sujeta a condiciones. En segundo término, la ayuda exterior es una herramienta de política exterior “para complementar el uso de la fuerza militar”. Así la potencia imperial cumple sus objetivos, advierte la experta de la Academia Diplomática de Viena, Johanna Damboeck.
La ayuda “humanitaria” que se traduce en intervenciones militares, se articula desde los departamentos de Estado, Defensa, Tesoro y Salud y Servicios Humanos. Y es usual que la distribuya la polémica Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID).
En 1986 se evidenció el uso político –y genocida– de esa asistencia. Entonces se conoció que EE. UU. contrabandeaba armas a Nicaragua con el disfraz de ayuda humanitaria. El destino de ese arsenal era la oposición nicaragüense que combatía al gobierno sandinista.
Los detalles de esa operación se publicaron en The New York Times, en su edición del 15 de agosto de 1987. El funcionario responsable de distribuir esa ayuda a los rebeldes en Nicaragua fue el secretario de Estado Adjunto, Elliott Abrams, quien admitió que aviones con armas se entregaron a los opositores.
Esas armas oxigenaron una sangrienta guerra contra sandinistas y nicaragüenses en general. No obstante, en enero pasado Donald Trump designó a Abrams como su enviado especial para “liderar los esfuerzos de EE. UU. en Venezuela”. Al aceptar el cargo, el elegido afirmó: “Estoy muy feliz de volver aquí e impaciente por poner manos a la obra”.
Nadie rinde cuentas de esas acciones, pues el Gobierno de EE. UU. no es transparente, confirman auditorías de la Oficina General de Contabilidad (GAO). En particular el Departamento de Estado es moroso para comprobar el destino legal de los impuestos de los contribuyentes en esas misiones “humanitarias”.
Sin importar el costo, EE. UU. escaló sus misiones “humanitarias” entre los años 90 y la guerra contra el terrorismo. Surgió la teoría liberal del “nuevo orden moral” que invoca la protección de los derechos humanos. Ese “imperialismo liberal” detonó su injerencia en asuntos internos de otros Estados.
Entre 1990 y 2000, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) auspició 56 intervenciones armadas con el supuesto de la ayuda humanitaria; más del doble de las 22 crisis militares de toda la Guerra Fría, explica Joanna Davidson, de la Universidad de Leeds.
Hoy los poderosos Estados occidentales argumentan su “responsabilidad de proteger” y lanzan controvertidas “intervenciones humanitarias”, con o sin respaldo de la ONU. En todos los casos esas misiones se escenifican en Estados débiles o vulnerables, aunque ricos en recursos naturales o de gran interés geopolítico.
Ayuda ¿para qué?
La “ayuda humanitaria” de EE. UU. a varios países en 2018, México incluido, confirma que es un arma exclusivamente política. Tal asistencia ni es desinteresada ni contribuye al desarrollo, solo aumenta la dependencia y expone a los Estados a la subversión, como en el caso de Cuba y Venezuela.
- Afganistán $31, 701,498 (mmd).
- Brasil $4,182,794
- Colombia $150,984,846
- Congo Brazzaville $7,317,823
- Congo Kinshasa $306,008.456
- Cuba $1,662,221
- Eritrea $631,377
- Etiopía $342,504,161
- Franja de Gaza $3,777,196
- Guatemala $ 66,708,502
- Haití $116,180,983
- Honduras $30,552,120
- Irak $509,065,261
- Israel $1,415,184
- Jordania $807,543,524
- Kazajastán $8,281,212
- Kenia $349,062,738
- Norcorea $350,934
- Surcorea $517,754
- Libia $20,715,816
- México $29,297,545
- Nepal $102,019,782
- Nicaragua $16,653,295
- Pakistán $261,902,689
- Perú $28,911.176
- Sudán del Sur $383,502,598
- Siria $193,063,558
- Ucrania $89,578,503
- Venezuela $7,176,326
Fuente: https://explorer.usaid.gov/cd/AFG?measure=Obligations&fiscal_year=2018
Cuando esa intervención no logra consolidar la ofrecida seguridad humana, el país receptor debe soportar la abrumadora presencia militar extranjera. Es notorio que durante y después de la intervención militar, aumenta significativamente la ayuda extranjera de las agencias estadounidenses y europeas. Y, pese a su despliegue, esas misiones no son exitosas.
Intentona “humanitaria”
Ante la crisis creada por EE. UU. en Venezuela, cabe preguntar ¿por qué ayudar a ese país y no a Puerto Rico, su paupérrimo Estado Asociado y desolado tras el paso del huracán María en 2018? La respuesta es simple: Puerto Rico ya es un objetivo estratégico conquistado y Venezuela uno por conquistar.
También es válida la cuestión ¿por qué EE. UU. no se plantea intervenir en Honduras o Guatemala, pese a que la Organización de Estados Americanos (OEA) admite que ahí existen serias crisis de derechos humanos y corrupción? La posible respuesta: porque en ambos países están bien protegidos los intereses del imperialismo corporativo.
Para cambiar el sistema político venezolano, Washington ha construido una narrativa psicológica que detone la solidaridad. Por ello sostiene que “el fracaso de la Revolución” ha causado ya la muerte por hambre de miles de venezolanos.
Por qué han brotado las ofertas: Colombia propuso 40 millones de dólares, Canadá 53 millones y EE. UU. 20 millones. Entre tanto, el autoproclamado presidente Antonio Guaidó se aferra a la ayuda “humanitaria” para legitimar su intentona golpista y asegurar a sus simpatizantes que ésta “espera en la frontera”.
Sin embargo, en Venezuela “no hay tal hambruna masiva”, sostiene el especialista Greg Wilpert. Aunque sí hay dificultad para conseguir medicinas que son importadas y “eso es lo que debería llegar al país; pero eso no le interesa a Washington”, agrega.
No obstante, se anticipa el fracaso de la operación “humanitaria” que ha ideado Washington. En la superpotencia se preguntan qué ha sucedido desde el 23 de enero y por qué el presidente venezolano Nicolás Maduro no ha sido reemplazado. En la cúpula política se comienza a admitir que se sobreestimó el poder de la oposición venezolana que, además, no respalda del todo la intervención militar.
Por su parte, Maduro rechaza la oferta de ayuda imperial. Afirma que Venezuela tiene recursos y dinero, aunque denuncia que hay falta de liquidez debido a las masivas sanciones financieras impuestas a su gobierno, que cuestan miles de millones de dólares al pueblo.
No obstante, empeñado en su intento de cambiar el régimen, el imperio asume su rostro benemérito y ofrece “ayuda por goteo”. Pero esa farsa humanitaria sufrió un gran desliz cuando la Cruz Roja Internacional se negó a participar con la superpotencia y denunció que esa ayuda solo “politiza el conflicto”.
Además, en el Pentágono existe cierta resistencia a una acción militar en Venezuela, porque hoy sería muy alto su costo, afirmó Miguel Tinker Salas. De ahí que, una vez más, Rusia manifestara su apoyo al presidente venezolano Nicolás Maduro.
El Kremlin, en voz de su embajador ante la ONU, Vasily Nebenzya, rechazó todo intento de agresión contra Venezuela e instó a los países de la región a renunciar a esa iniciativa. Nebenzya adelantó que Rusia prepara una resolución en apoyo a la soberanía e integridad de Venezuela que presentará en el Consejo de Seguridad en cuanto sea necesario.
En su diplomacia emergente, el canciller venezolano Jorge Arreaza anunció la creación de un grupo de defensa de la carta de la ONU y de Venezuela. Las autoridades bolivarianas y los gobiernos progresistas saben bien que el imperialismo disfraza de ayuda humanitaria a su Caballo de Troya.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.