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Hace un siglo, Argelia era pieza fundamental en la red colonial de Francia y ahora, cuando emerge un nuevo orden multipolar en el mundo, aparece como un actor político vigoroso y solidario.
Hace 69 años, la Revolución de Liberación Nacional en este país del norte de África culminó su proceso de descolonización y con los valores y principios de Estado que aquélla generó, se ha ganado el respeto político y diplomático de la África subsahariana, de Occidente, América y la región Asia-Pacífico.
Su larga contienda para alcanzar la independencia es considerada como una hazaña fuera de lo común porque la logró en plena Guerra Fría; porque entonces Francia gozaba de gran poder y porque utilizó todas sus fuerzas militares y medios políticos para colonizarla permanentemente.
En esa lucha desigual, como explica el historiador Franz Fanon, el gobierno imperial de Francia recurrió tanto al “racismo absoluto” como a la artimaña de convertirla en “departamento francés” (1947), simulación política que sólo provocó que los argelinos intensificaran su guerra armada.
Después del cobro de miles de vidas, la potencia ocupante cedió ante la Revolución de Liberación Nacional y Argelia se declaró un país libre en 1962. Ahora, frente a un contexto político mundial distinto, luce como un Estado nacional independiente y protagónico en la pasarela mundial gracias al uso atinado de sus fortalezas geo-estratégicas.
Argelia está a sólo 200 kilómetros de España. Es el país más amplio de África, del mundo árabe y de la cuenca mediterránea; sus puertos Argel y Annaba son pivote del comercio con Europa, el Magreb y de las rutas con la África Subsahariana.
Otras fortalezas de Argelia surgen de su estabilidad sociopolítica, su rol mediador en los diferendos regionales y su riqueza gasífera. Con este hidrocarburo alivió la demanda emergente de la Unión Europea (UE) después de renunciar al gas de Rusia por la guerra en Ucrania. Hoy es un “socio confiable” de Bruselas y el principal proveedor de España.
CONFLICTO GEOPOLÍTICO
Argelia, la República Árabe Saharauí Democrática (RASD) y España son actores importantes de un conflicto en que el suministro del gas muestra un destacable sesgo político. Con su respaldo al proceso de autodeterminación del pueblo saharauí, Argelia ha confrontado los intereses coloniales de su vecino Marruecos con la injerencia española.
En 2020, Marruecos estableció relaciones con Israel. En enero de 2022, ese añejo diferendo (que buzos ha reseñado) culminó con la ruptura entre Argel y Rabat. Un mes después, la situación se agravó cuando el presidente ibérico, Pedro Sánchez, rompió la neutralidad de su país con una misiva al rey de Marruecos, Mohamed VI, en la que apoyó su plan “de autonomía” para el Sáhara.
Madrid fue incapaz de explicar a Argelia, ni al mismo pueblo español, la razón de este giro que llevó al presidente de Argelia, Abdelmadjid Tebboune, a informar que la relación con España se suspendía, aunque no se cancelaba. Fue obvio que Madrid violó el principio de no injerencia y faltó al principio de cooperación con su socio argelino.
Se pensó que Argelia ya no enviaría gas a España o aumentaría las tarifas; pero el gobierno de Argelia, fiel a su compromiso, mantuvo el suministro del combustible y, en agosto pasado, la prensa internacional subrayó que ya era el primer proveedor de gas a España por encima de EE. UU. De ahí que, en septiembre, el presidente del Consejo Europeo, Charles Mitchel, catalogara a Argelia como socio energético “fiable”.
El dos de noviembre, después de 19 meses de alejamiento, Argelia y España volvieron a la normalidad diplomática, un nuevo embajador argelino fue nombrado en Madrid y se reanudaron las exportaciones españolas hacia el país magrebí.
Consciente de su importante rol en “el juego político global”, Argelia recurre a su visión estratégica para identificar y tender vínculos con otros Estados. En noviembre de 2022, el país magrebí solicitó su adhesión al bloque económico que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS).
En ese periodo subían los precios del gas y esta situación contribuyó, según algunos analistas, a que la empresa estatal Sonatrach anunciara el descubrimiento de entre 100 mil millones y 300 mil millones de metros cúbicos de gas condensado.
Visión multipolar
Sin embargo, el rol de Argelia como actor político mundial reside básicamente en su labor diplomática internacional, de la que destacan la erradicación del neocolonialismo y su respaldo a la no alineación, además de alentar la creación de un mundo multipolar.
De ahí el prestigio de su política exterior, que sale airosa en el polarizado e incierto entorno global gracias a su gran capacidad de maniobra para alternar con las superpotencias y los poderes emergentes.
Argelia sostiene una buena relación con Estados Unidos (EE. UU.), que se fortaleció durante la guerra contra el yihadismo; para Washington representa un factor de estabilidad en el Magreb porque mantiene un estrecho diálogo con los demás países del área, como se evidenció en las 10 sesiones del Diálogo Militar Conjunto.
En agosto pasado, el presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, visitó China y conversó con su homólogo Xi Jinping; también ha dialogado con el presidente Vladimir Putin, de Rusia y con el mandatario turco Recept Tayyip Erdogan. Con todos suscribió proyectos de cooperación para el desarrollo.
La eficiente diplomacia argelina fue reconocida el pasado 15 de noviembre con su elección por dos años como Miembro No Permanente del Consejo de Seguridad (CS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esta responsabilidad, que asumirá con Sierra Leona, Guyana, Surcorea y Eslovenia, estará vigente del 1° de enero de 2024 al 31 de diciembre de 2025.
Argelia dialoga con sus siete vecinos del Magreb y África Occidental, cuyos problemas la impactan. Comparte más de tres mil 500 kilómetros de frontera con Mauritania, Malí, Níger y Libia (casi la distancia que hay entre España y Rusia, apunta Abed Charef); ha fortalecido su cooperación con Mauritania y Túnez y aboga por el fin de la ingobernabilidad prevaleciente en Libia.
También propone medidas para terminar con la inseguridad yihadista en el Sahel y ha mediado en busca de una solución pacífica en Malí y Níger, con la propuesta de crear un gobierno de transición civil de seis meses para volver al orden constitucional. Sin embargo, en octubre, Argel suspendió este rol hasta que el gobierno militar genere ciertas condiciones.
El país magrebino ha sido consistente defensor de la autodeterminación del pueblo palestino. El Ministerio de Asuntos Exteriores ha condenado en la ONU; y en otros foros a Palestina, víctima de los brutales ataques de Israel, que han costado la vida de quienes llama “mártires de la persistente política de opresión y ocupación sionista”, y advierte que esta crisis puede llegar a un punto de inflexión.
Francia aún mantiene su enorme deuda moral con Argelia y, con arrogancia imperial, aplaza las disculpas. Aunque en 2012 el presidente socialista François Hollande admitió que su país sometió a Argelia a un sistema “injusto y brutal”, no se disculpó. En 2018, Emmanuel Macron, el actual presidente, calificó de “crimen contra la humanidad” las torturas del colonialismo francés, aunque únicamente ofreció disculpas a la viuda del matemático Maurice Audin, asesinado por militares galos.
Hoy Argelia y París sostienen relaciones pragmáticas; han renovado y diversificado acuerdos de amistad y cooperación. Con su intensa agenda regional e internacional, Argelia ya es un interesante actor geopolítico que favorecerá el nacimiento del nuevo orden multipolar y anticolonial del futuro próximo.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.