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Revolución de Manuel Maples Arce (I/II)
La obra del veracruzano Manuel Maples Arce ha conservado, con la eficacia de una instantánea de mediados del Siglo XX, la vida del México posrevolucionario.
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locomotoras, gritos,
arsenales, telégrafos.

Prisma (Andamios Interiores, 1922)

 

Si la poesía ha sido siempre una ventana para asomarnos al alma de una época a través de los ojos que la vieron, la obra del veracruzano Manuel Maples Arce (1898-1981) ha conservado, con la eficacia de una instantánea de mediados del Siglo XX, la vida del México posrevolucionario. 

Durante los últimos días de diciembre de 1921, el poeta hizo imprimir y fijar en los muros de la Ciudad de México lo que se considera el manifiesto del Estridentismo: la hoja volante ACTUAL Nº 1, con el subtítulo Hoja de vanguardia, compuesta por doce declaraciones numeradas en romanos y una fotografía del poeta. En ella expresa su ruptura con la poesía oficialmente aceptada, la modernista, a la que en varios momentos acusa de decadente y, en esdrújulas, se lanza contra el sectarismo de las multiples tendencias literarias de su tiempo, de quienes dice, no cumplían con la tarea de reflejar la individualidad del poeta: “II.- Toda técnica de arte está destinada a llenar una función espiritual en un momento determinado. Cuando los medios expresionistas son inhábiles o insuficientes para traducir nuestras emociones personales, –única y elemental finalidad estética– es necesario, y esto contra la fuerza estacionaria y afirmaciones rastacueras de la crítica oficial, cortar la corriente y desnucar los “siwchs”. Una pechera reumática se ha carbonizado, pero no por esto he de abandonar el juego”.

El capitalismo ha hecho implosión en el México de Maples Arce. Va quedando atrás el cataclismo revolucionario de principios de Siglo; y mientras el Estado sofoca las últimas revueltas, unos poetas se adhieren al nuevo régimen, otros evaden la realidad y se refugian en la repetición de los viejos tópicos, el poeta de Papantla, Veracruz, captura el instante fugitivo con imágenes nuevas, como la modernidad a la que asiste. Son los mismos temas de la poesía universal de todos los tiempos… pero la sociedad que retratan los ojos del poeta es distinta. En el poema Revolución, el viento ya no es el mismo al que cantara, viejo y desengañado, Vicente Riva Palacio (que eres viento, nomás, cuando te quejas,/ eres viento si ruges o murmuras,/viento si llegas, viento si te alejas):

El viento es el apóstol de esta hora interdicta.

Oh épocas marchitas

que sacudieron sus últimos otoños!

Viento, dictadura

de hierro

que estremece las confederaciones!

La tarde no es la hora rural en que el Sol desciende, anunciando la noche poblada de rumores de la naturaleza, tópico recurrente en la lírica neoclásica mexicana; tampoco es el crepúsculo en que López Velarde charlaría tristemente, largamente, con una noble señora de provincia, de dichas muertas y de tiempos idos. Éste es un atardecer urbano, fabril, proletario; la Revolución ha terminado sin llevar verdadero bienestar a los obreros; la modernidad irrumpe en la vida del suburbio, como esos inalcanzables aviones que surcan el cielo citadino.

La tarde es un motín sangriento

en los suburbios;

árboles harapientos

que piden limosna en las ventanas;

las fábricas se abrasan

en el incendio del crepúsculo,

y en el cielo brillante

los aviones

ejecutan maniobras vesperales.

Exilios, despedidas, cartas, acaso algún retrato, son temas recurrentes del romanticismo decimonónico, pero en Revolución se renuevan. Mientras el tren se aleja hacia caminos nuevos, el poeta-personaje intenta preservar en su memoria los signos únicos de la realidad que deja atrás, como en una fotografía, objeto prodigioso entonces, ordinario en la actual era del teléfono inteligente y las cámaras espía, que van apareciendo ya (para probable regocijo de nuestros bisnietos) en la poesía del Siglo XXI.

Banderas clamorosas

repetirán su arenga proletaria

frente a las ciudades.

En el mitin romántico de la partida,

donde todos lloramos

hoy recojo la espera de su cita;

la estación

despedazada se queda entre sus manos,

y su desmayo,

es el alto momento del adiós.

Beso la fotografía de su memoria

y el tren despavorido se aleja entre la sombra,

mientras deshojo los caminos nuevos. 


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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