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Drama de orientación neorrealista (comparable a las grandes obras del neorrealismo italiano: Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica y Roma, ciudad abierta de Roberto Rosellini), obra de denuncia social, cinta psicológica que expresa el surrealismo, tan característico del realizador, éstos y otros calificativos, recibió la cinta Los olvidados del director hispano-mexicano Luis Buñuel, el año de su estreno (1950).
Lo cierto es que el filme fue duramente atacado por las fuerzas de la derecha cavernícola del México de comienzos de la década de los 50. El ataque tuvo como consecuencia que la cinta fuera retirada de la cartelera a los cuatro días de su estreno, dadas las protestas de esos reaccionarios a través de poderosos medios de comunicación. Luis Buñuel también sufrió conatos de agresión física, pues la intolerancia fascista intentó hacerlo objeto de este tipo de ataques. Sin embargo, el hecho de que, en 1951, Los olvidados ganara la Palma de oro del festival de Cannes y que el mismo año fuera nominada como mejor cinta en ese certamen, le permitió ser reconocida a posteriori en nuestro país y que se pudiese exhibir con cierta amplitud como la obra de arte que es. ¿Qué fue lo que le molestó de este filme a la derecha en aquel entonces?
La historia escrita por Buñuel –y su colaborador, Luis Alcoriza– narra la vida de Pedro (Alfonso Mejía) un niño huérfano de padre y menospreciado por su madre (Stella Inda), el cual solo encuentra refugio en la pandilla de su barrio. La pandilla es encabezada por El Jaibo (Roberto Cobo), adolescente también huérfano que se fuga de la “Correccional de menores infractores” (“Tutelar de menores”, se denominaba en esa época). El Jaibo es la encarnación, pudiéramos decirlo así, de la descomposición del ser humano; sus pocos años de vida no son impedimento para que él, a cada paso, cometa las peores canalladas, lidere las peores tropelías en contra de personas desvalidas (el ejemplo más claro es el ataque a un limosnero que viaja en un carrito por tener ambas piernas amputadas). De forma artera, asesina al joven que supuestamente lo denunció motivando que fuera internado en la correccional. Pero Pedro es testigo del crimen y queda atrapado en las redes del secreto que El Jaibo le exige que guarde so pena de ser castigado.
Pedro busca el cariño de su madre sin tener respuesta; intenta trabajar en un taller que forja y afila cuchillos, pero El Jaibo lo visita en ese sitio y, en un descuido, roba un cuchillo con mango de plata. A consecuencia de este hecho, Pedro es aprendido por la policía y mandado a un granja donde se recluye a niños con problemas conductuales. El director de este centro reformatorio, con una visión humanista intenta darle confianza a Pedro para redimirlo; le dice que puede irse en el momento que quiera y hasta le da 50 pesos para que vaya por unos cigarros a la tienda, el director espera que el niño regrese. Pedro, que ve la confianza que le da el director, quiere corresponder a la confianza y tiene el propósito de regresar al reformatorio, pero es asechado por El Jaibo; éste lo espera en una esquina, le roba los 50 pesos y huye. Pedro lo busca y entabla una pelea muy desigual por las diferencias de edad, tamaño y peso. En la reyerta se le cae a El Jaibo el cuchillo con mango de plata robado por él; cuando Pedro descubre que El Jaibo es el culpable de su desgracia, grita ante toda la concurrencia que observaba la pelea señalando que El Jaibo es el asesino del muchacho encontrado días atrás en un paraje solitario.
El Jaibo huye. Pedro, que vive en la calle intenta un día dormir en el establo de un anciano que vive con una nieta. La terrible coincidencia de llegar a donde se está escondiendo El Jaibo es la causa de que éste lo asesine allí. La nieta y el abuelo, al darse cuenta de que Pedro está muerto, deciden sacarlo de allí para no verse involucrados en el crimen, y en esa oscura noche, lo arrojan a un basurero; en el camino se topan con la madre de Pedro, quien anda buscando a su hijo, pero fingen que solo llevan un bulto encima de su jumento. La policía busca a El Jaibo y, cuando éste intenta huir de su persecución, uno de los policías lo mata de un balazo en la cabeza.
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La violencia desbordada que promueve el presidente municipal Óscar Leggs, se inscribe en un marco de exigencia de obras y servicios en colonias y pueblos marginados donde hace trabajo organizativo.
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Francia siempre ha anhelado ser influyente y poderosa, pero hoy está alicaída y optó por reelegir a Emmanuel Macron. La nación que por siglos se identificó como eje de la civilización occidental decidió entre un centrismo impostor y un fascismo remozado.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA