Cargando, por favor espere...

Una fábula sobre la educación (II de II)
La alegoría en que la Higuera es el hombre sin instrucción, crecido en la miseria y el desamparo, mientras el jardinero es el Maestro.
Cargando...

El 13 de julio de 1883 moría, en la más extrema pobreza, José Rosas Moreno, considerado el mejor fabulista mexicano. En su nota necrológica, cuyos fragmentos se publicaron como introducción a Ramo de Violetas, Ignacio Manuel Altamirano dirá de él: “He ahí, pues, que ha muerto un poeta dulce y amable, tan inspirado como bueno, honrado en las ideas políticas, y honrado y útil en sus versos. Ha muerto, como mueren generalmente en México los literatos y los poetas, en la miseria y en la tristeza, como murió El Pensador, como murió Rodríguez Galván, como murió Fernando Orozco, como murió Florencio del Castillo, como murió Arróniz, como murió Ignacio Ramírez, como murió Orozco y Berra. Y además de esta muerte en el abandono, aún sufren una desgracia póstuma… ¡el olvido! ¿Quién piensa en José Rosas sino sus antiguos amigos, sus hermanos en las penas y los trabajos literarios? ¡Ojalá que este olvido sea pasajero! Aquel joven y también infortunado poeta español Iza, había dicho: ‘La loca humanidad comprende tarde’. Si esto es verdad, vendrá tiempo en que se honre debidamente la memoria de uno de los mejores poetas con que México se ha enorgullecido en sus últimos años”.

El lingüista e historiador mexicano Francisco Javier Pimentel, en el Dictamen, presentado ante la Academia de Ciencias y Literatura, dice de las Fábulas del poeta, periodista y liberal nacido el 14 de agosto de 1838 en Lagos de Moreno, Jalisco: “El libro de Rosas respira por todas partes honradez y bondad. ¿Qué mayor elogio se puede hacer de un libro, especialmente en una época como la nuestra, cuando domina como principio el materialismo y, como consecuencia, el egoísmo?”. Pimentel concluye su presentación resumiendo su juicio con respecto a la obra de quien ha sido considerado el mejor fabulista de México: “Las buenas cualidades dominantes en las Fábulas de Rosas, y que las recomiendan, son: bello ideal, moralidad, forma conveniente y originalidad”.

La higuera infecunda es una hermosa muestra de la poesía didáctica incluida en Fábulas. Después de personificar –en un desmedrado arbusto nacido por error en la maleza de un monte– las deficiencias de la sociedad para educar al pueblo, Rosas Moreno conserva la tensión narrativa mientras un viajero condena a muerte a la Higuera como castigo por su esterilidad; las súplicas del árbol surten efecto y el hombre decide trasplantarlo a un sitio favorable donde pronto fructifica, para disfrute de quienes pasan junto a él.

La alegoría en que la Higuera es el hombre sin instrucción, crecido en la miseria y el desamparo, mientras el jardinero es el Maestro, concluye con una extensa moraleja que resume el ideario pedagógico del poeta, quien defiende el derecho de todos los individuos a instruirse y deposita en los conductores de la sociedad la responsabilidad de cultivar, desde la infancia, la virtud y la inteligencia:

Imagen de la Higuera

son esos pobres hombres que a millares

la sociedad olvida indiferente,

sin comprender siquiera

el angustioso afán de sus pesares.

Su vida es el dolor; sobre su frente,

de la horrible ignorancia maldecida

oscura como el mar la niebla flota;

les hiere la miseria enflaquecida,

y por el ancha herida

va corriendo su sangre gota a gota.

¡Ah! Perdonadles si en estoica calma

su juventud inútil se consume,

si no rinden ni fruto ni perfume,

si estéril para el bien tienen el alma;

apartadles con mano cariñosa

de esta atmósfera tibia y ponzoñosa

donde se está apagando su existencia;

amparad compasivos su indigencia,

porque nunca el dolor es un delito;

regad su corazón con el bendito

raudal de la virtud, su inteligencia

formando para el bien, y el infinito

placer que a la virtud siempre acompaña,

disfrutarán al fin tras la amargura,

y crecerán en bienes y en ventura

como el árbol nacido en la montaña

que trasplantó el viajero a la llanura.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


Noticia anterior
Los olvidados (I de II)
Noticia siguiente
Gabriela Mistral

Notas relacionadas