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La juventud como arma para la revolución
La fuerza de la juventud radica en su número y reside en su energía, sin embargo, son estériles si no se complementan con la conciencia. El espíritu del joven Elihú desafiando a Yahvé es el arma más hermosa que puede blandir la juventud.
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Creo firmemente que en esta vida existen, para los hombres buenos, solo tres destinos posibles: te salvas a ti mismo; vives con la firme creencia de que salvas a otros o, si tienes la profundidad de alma y la consciencia clara, te salvas salvando a otros. El primero de estos tres destinos es, seguramente, el más aciago y desesperanzador: tu vida se reduce a ti y al limitado círculo social que la casualidad creó a tu alrededor; tus actos se reducen a sentir por “los tuyos” y, al final del viaje, tu legado se reducirá a una pavesa en un montón de cenizas. Tu mayor orgullo será no ser causante del mal en otros, porque ¿qué mérito existe en amar solo a quien nos ama?

El segundo destino, el dedicar tiempo, pensamiento y energía a “hacer el bien”, no es en sí un destino fatal y triste como el primero. Las intenciones son, para ti, prueba clara de la bondad; tu consciencia se sentirá ligera sin el peso que provoca la acción por inercia y, en última instancia, podrás sentirte útil. Solo un reproche se le puede hacer a este tipo de vida: ¿y si más allá de tus buenas intenciones, tus acciones no cambian la realidad? ¿Qué sentido tendría la bondad y la buena fe si sirven únicamente como opio para la consciencia, dejando intacta la raíz de los males?

El tercer destino, el más difícil de alcanzar es, por sus características, el más noble, y el único verdaderamente revolucionario. Ser consciente de los verdaderos males que aquejan al hombre y, a pesar del sacrificio que se exige para erradicarlos, estar dispuesto a hacerlo. En este tercer destino no hay gloria, reconocimiento o fama. La consciencia de las causas últimas de los problemas obliga a dejar a un lado las formas y centrarte en el contenido: reconocer que la raíz de los males está en el sistema económico, en las relaciones de producción que dividen a la sociedad en clases y que permiten que unos pocos vivan a costa del trabajo de millones. No dejarse engañar por la filantropía, la caridad y el aplauso público, ir a contracorriente en todos los signos de la vida social y aceptar que, para ser contradicción, es preciso aceptar el rechazo de quienes se embelesan en las apariencias y niegan el problema de fondo que exige no solo no coincidir, sino erradicar las muestras de cambio que en el fondo perpetúen el statu quo. Ser consciente de la realidad y estar dispuesto a cambiarla es el eslabón más alto que puede alcanzar el ser humano.

Ahora bien, la fuerza de la juventud radica en su número y reside en su energía; éstas son sus dos más grandes cualidades; sin embargo, son estériles si no son complementadas por la conciencia. El espíritu del joven Elihú desafiando a Yahvé es el arma más hermosa que puede blandir la juventud. Hoy esta arma está oxidada, por el tiempo. Los jóvenes, llamados a ser llamaradas se conforman con ser fuegos fatuos. Algunos, conscientes por la educación que han recibido, conciben el bien, pero se quedan inertes frente a la práctica. Finalmente están quienes no se preocupan ya por satisfacer de ninguna manera el entusiasmo que naturalmente irradia su espíritu; ellos se dejan arrastrar por el oleaje y deciden no hacer frente a nada. El espíritu de la indiferencia se apodera de esos seres antinaturales que dejan que su voluntad se escape como por una fuga, cayendo víctimas de todas las tentativas, que son innumerables, que el sistema pone para frenar su entusiasmo. En gran medida son estos últimos los que niegan el cambio y se oponen a la transformación, haciendo patente el triunfo absoluto del sistema sobre ellos.

La realidad necesita a la juventud hoy más que nunca. Necesita de su entusiasmo y su inteligencia, de su voluntad y de su inquebrantable fe en la transformación. Pero no quiere solo hombres dispuestos, los necesita conscientes, es decir, conocedores de la realidad y del terreno que están pisando. Si no se conoce lo que se quiere cambiar, todo intento de transformación será estéril. No dejen que sus gritos los borre el viento, hagan que la tierra retiemble con su estentórea fuerza apuntando sus críticas a la raíz de los problemas. Estudien, para que su pensamiento, libre de ataduras, les permita comprender el mundo libre de sofismas y verdades herrumbradas. Entusiásmense con la lucha por venir, porque solo en ella podrán realizarse, desplegando todas sus innatas capacidades, como Ícaro intentando llegar al sol, no importa que a veces el sol queme tan altas aspiraciones, tendrán fuerza para levantarse. Organícense, porque sin la sabiduría y fuerza del pueblo, cualquier lucha terminará por ser un destello en esta noche oscura. Hoy, el mundo y el país los requieren, los llaman a gritos esperando que cumplan con el deber histórico que les corresponde. Los fariseos y los charlatanes se han adueñado del poder y deben ser desenmascarados y expulsados con la misma furia con la que Zeus mandó poblar el tártaro a los Titanes. Solo el tercer destino es digno de ser vivido, háganlo suyo y conquisten el paraíso que deberán habitar todos los que hoy viven en este infierno terrenal.


Escrito por Abentofail Pérez Orona

Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).


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