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Europa rechaza las negociaciones de paz y bate tambores de guerra. Su preocupación, arguyen sus líderes, es “la seguridad de Ucrania” y la amenaza rusa sobre el continente. Para conjurar tal peligro intentan seguir armando a Ucrania y enviar una “misión de paz”, léase tropas de la OTAN, es decir, Ucrania incorporada de facto, algo por supuesto inaceptable para Rusia. Realmente las preocupaciones son otras: primero, la arrolladora e inobjetable victoria de Rusia en el campo de batalla, habiendo liberado casi ya por completo las regiones rusas sometidas por Ucrania, incluido el óblast de Kursk invadido en agosto, de donde prácticamente han sido expulsados los ucranianos y sus mercenarios. Una estrepitosa derrota, pues, para Estados Unidos (EE. UU.) y Europa.
Queda asimismo frustrada la incorporación oficial de Ucrania en la OTAN y –de la mayor importancia–, se consolida un mundo multipolar, sin una potencia hegemónica, donde Rusia, China y los BRICS jugarán un papel de primer orden, quedando Europa relegada a un segundo plano. Los fascistas europeos quieren prolongar la guerra buscando un control de daños, intentando proteger y sostener a los nazis ucranianos en el poder y con su fuerza militar lo más completa posible, para mantener así una avanzada en las fronteras de Rusia como amenaza permanente, para futuras acciones. EE. UU., por su parte, busca salvar la cara y preservar algo de control con apariencia de negociador, no admitiendo abiertamente su dolorosa derrota; de ahí que, al tiempo que negocia, no deja de enviar apoyos a Ucrania, para sostener su maltrecho ejército y retrasar lo más posible su inminente colapso, mientras llega a un arreglo. De ahí las prisas de Trump. Mientras tanto… Rusia avanza.
En segundo lugar, y no poca cosa, motiva los afanes guerreros de Europa su inconformidad por el reparto de los restos de Ucrania, donde EE. UU. se lleva la parte del león: son hienas fingiendo preocupación por el moribundo. EE. UU., como “principal accionista” de la guerra, quiere las tierras raras, y más. “BlackRock pasará a ser de facto el propietario de los activos principales de Ucrania, desde sus tierras negras hasta sus redes eléctricas, incluidos los fondos de ayuda internacional. También se administrará la deuda pública ucraniana, unos 200 mil millones de dólares, 80 por ciento de su PIB, con lo que la Ucrania postZelenski será un cortijo privado de BlackRock, verdadero Poder en la sombra de EE. UU.” (Telesur, cuatro de febrero de 2025). Y leemos en RT: “Ucrania debe recuperar su soberanía […] depende de los fondos de inversión anglosajones, ya que BlackRock posee la mitad de las tierras agrícolas del país’, afirmó Pierre de Gaulle, nieto del general y expresidente francés Charles de Gaulle, en entrevista con TVL” (RT, 23 de diciembre de 2024). Y en esta rebatiña destacan por su furor Francia, Inglaterra y Alemania, que se ven con las manos vacías, después de que algo invirtieron en la guerra. El reparto del botín divide a los bandidos.
Pero sin EE. UU. (y aun con él), Europa no tiene posibilidades de enfrentar una guerra con Rusia. Su capacidad es limitada; por ejemplo, Dinamarca entregó buena parte de su arsenal a Zelenski y ahora no cuenta con suficientes recursos. No puede incluso defender Groenlandia ante la amenaza de Trump de ocuparla por la fuerza. “Dinamarca ha liderado consistentemente a la alianza occidental en la guerra subsidiaria contra Rusia, vaciando sus arsenales. En algunos aspectos incluso entregó a Kiev hasta el 100 por ciento de ciertas armas, incluyendo: 60 por ciento de sus cazas F-16, el total de sus obuses CEASAR, más de 50 de 125 transportes blindados…” (Sputnik, 1º de abril).
Y ni los grandes lucen fuertes. Recientemente, un militar de alto rango retirado del ejército británico declaró que, si se enfrentara con Rusia, Inglaterra podría resistir a lo sumo 15 días. Alemania sigue hundiéndose en una interminable recesión, que no es precisamente la mejor circunstancia para emprender una guerra. Hoy RT publica: “Altos precios de electricidad ponen en jaque a la industria alemana. 45 por ciento de las empresas alemanas planean trasladarse al extranjero o recortar la producción por los costos”. En contraste, Rusia, bajo el peso de más de 28 mil sanciones económicas, es ya la cuarta economía.
Sabedores de su debilidad y de que enfrentarse a Rusia sería suicida, gobernantes más sensatos (o con menos intereses en la apuesta ucraniana), son más cautelosos. Por ello, la “coalición de los dispuestos”, como se autodenominan, dista mucho de ser un bloque monolítico. Giorgia Meloni sostiene que Italia no enviará tropas a las “fuerzas de paz”. España se posiciona en términos similares. Fuera de esa coalición, el gobierno húngaro de Viktor Orbán ha vetado todo apoyo militar de la UE a Ucrania. En Eslovaquia, miembro de la OTAN y la UE: “el primer ministro, Robert Fico, divulgó en sus redes sociales un comunicado en el que afirma que no apoyará a Ucrania ni financiera ni militarmente para continuar la guerra” (Telesur, 1º de marzo de 2025).
Quizá sin mayores implicaciones, pero sí mostrando diferencias internas, el lunes 31 de marzo, “El presidente de Finlandia, Alexander Stubb, dijo durante una conferencia de prensa que su país debe ‘prepararse mentalmente’ para el hecho de que en algún momento se reanudarán las relaciones políticas con Rusia. No se puede negar el hecho de que Rusia será nuestro vecino ahora y en el futuro” (RT, 1º de abril). Considérese que Finlandia, miembro de la OTAN y la UE, ha sido particularmente beligerante contra Rusia. En respuesta, “El portavoz del Kremlin [dijo] Nuestro presidente ha dicho en reiteradas ocasiones que nuestro país está siempre abierto a normalizar las relaciones, con quienes así lo deseen” (Ibid.).
La dependencia y debilidad europeas en cuestión de seguridad es histórica; proviene de finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando quedó ocupada por EE. UU. con bases militares: de las 544 bases que tiene en otros países, 275 están en Europa (cerca de 100 mil soldados; en Alemania tiene 39 mil). La cubre también con el paraguas nuclear y la estructura de la OTAN, todo con el pretexto del espantajo de un ataque soviético, eje de la propaganda norteamericana en la Guerra Fría. Un completo absurdo, pues Rusia nunca ha invadido Europa ni EE. UU. Recuérdese que la OTAN, organismo, pretendidamente “defensivo”, fue creada en 1949, mientras el supuesto atacante (la URSS y el bloque socialista de Europa oriental) se agrupó en el Pacto de Varsovia en 1955; es decir, los “agresores” crearon su organización militar seis años después que los supuestos agredidos.
En la paranoia antirrusa, los gobiernos europeos se proponen destinar 800 mil millones de euros para rearmarse. Hoy los países de la OTAN gastan dos por ciento de su PIB en defensa; Trump les exige invertir cinco por cientio; Mark Rutte, líder de la Alianza, demanda tres por ciento. Ello obviamente impondrá a los pueblos europeos ingentes sacrificios en bienestar social, aumentará estratosféricamente la deuda y agudizará los déficits públicos. Además, los especialistas advierten que Europa no está capacitada para producir el armamento necesario: deberá comprarlo a EE. UU. Señalan también que requerirá hasta diez años para crear un sistema de defensa mínimo para resistir con alguna probabilidad a “la amenaza rusa”, el fantasma inventado para aterrorizar a su población.
Finalmente, vale recordar la historia para valorar el presente y prever el futuro. En junio de 1812, Napoleón lanzó contra Rusia a la Grande Armée, 691 mil soldados, el ejército más numeroso de la época: luego del desastre en la helada Moscú y en el río Bereziná, sólo regresaron a Francia 30 mil sobrevivientes (otros cálculos elevan la cifra a 58 mil o algo más). Fue el principio del fin del imperio. En otro junio, de 1941, Hitler, padre ideológico de los actuales von der Leyen, lanzó contra la URSS la Operación Barbarroja, la invasión militar más numerosa jamás ocurrida contra un país: 3.8 millones de soldados de la Wehrmacht alemana (70 por ciento de sus fuerzas), y casi un millón de los ejércitos aliados suyos; aproximadamente 4.5 millones. Y contaba con la complicidad oculta de Inglaterra y EE. UU., para despedazar al país de los soviets. También fueron derrotados. Aunque las cifras varían, se estima que entre 1.3 y 1.8 millones de soldados, sólo alemanes, murieron en suelo ruso. Hoy pareciera querer repetirse la historia, pero ¿podrán los desmejorados gobiernos fascistas europeos obtener resultados mejores? Imposible.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.