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Los pueblos están hartos
Pero los pueblos del mundo nunca se han rendido.
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Hartos de la opresión del imperialismo. No de ahora ni sólo del imperialismo norteamericano, sino ya desde hace tiempo, de todos los imperialismos que en el mundo han sido y siguen siendo. Porque el modo capitalista de producción en su fase superior es agresivo por naturaleza, para existir y desarrollarse tiene que despojar y para despojar tiene que atacar y sojuzgar permanentemente. Su rabia no se origina en la cabeza de sus representantes, va a parar ahí y a sus actos porque la realidad objetiva, la necesidad ineludible de la existencia y permanencia de ese modo de producción así lo impone, las ganancias fabulosas de unos cuantos existen precisamente porque existe, en los mejores casos, la precariedad permanente y, en los peores que son la inmensa mayoría, las enfermedades, el hambre y la muerte. Su existencia exige la hegemonía y la hegemonía, la guerra.

El pasado 17 de mayo se cumplieron setenta años de que la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos (EE. UU.) resolvió que la segregación educativa era contraria a la Constitución. Hasta antes de esta célebre resolución, en EE. UU. se practicaba el justiciero principio de “iguales pero separados” por lo que los niños y adolescentes afroamericanos tenían que asistir a escuelas propias para ellos sin importar la distancia a la que estaban ubicadas. No existe en el mundo ningún país en el que el racismo haya tenido un papel tan importante y durante un tiempo tan prolongado como EE. UU.; y ese rudo fenómeno que avasalló a generaciones enteras no se explica por razones morales o religiosas, sino por razones estrictamente económicas, por la explotación brutal de mano de obra esclava que no pocas veces no costaba ni lo que deberían comer los esclavos.

Los cambios pequeños en favor de la población de color no se explican por una evolución de los opresores hacia el humanismo y la justicia sino, también, por necesidades estrictamente económicas. Porque la población afrodescendiente, arrancada de sus comunidades, en África sobre todo, comenzó a rebelarse en las ciudades norteamericanas, a volverse más difícil de controlar en los centros de trabajo y, también, porque el capital, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, los necesitaba como mano de obra y como consumidores con poder de compra. Un hombre o una mujer afrodescendiente podía producir tanta plusvalía como un blanco o una blanca y, para ello, tenían que contar con condiciones en el proceso de producción; de igual manera, los compradores no tenían que detenerse ante obstáculos insalvables para entrar a los almacenes y comprar.

Sucesos recientes en países largamente sojuzgados nos recuerdan que la opresión ahí sigue y que los hombres y mujeres oprimidos siguen en lucha por un mundo mejor para sus hijos. Caso de Nueva Caledonia. La educación básica en nuestro país no contempla la geografía y menos aún los problemas en otras partes del mundo, comprendo que para muchos el nombre les sea completamente desconocido, pero ahí vive gente como nosotros y con las mismas ilusiones que nosotros tenemos para nuestros hijos y para nuestros nietos. Nueva Caledonia, un conjunto de islas situadas al oriente de Australia, fue conquistada y colonizada por los franceses a mediados del Siglo XIX y a la fecha no goza de independencia, es solamente territorio autónomo, what ever it means.

Nueva Caledonia, habitada mayoritariamente por indígenas canacos, ha sido recientemente foco de atención mundial porque buena parte de los habitantes aborígenes de la capital, que se llama Numea, salieron a la calle a protestar violentamente. Los disturbios duraron una semana y fueron sofocados, la represión de las élites privilegiadas de la metrópoli no se hizo esperar. RT reportó lo siguiente: “Al anunciar el despliegue de refuerzos el miércoles, el primer ministro francés, Gabriel Attal, dijo que las autoridades buscarían “las penas más severas para los alborotadores y saqueadores”. Es preciso informar que las protestas estallaron después de que el gobierno del presidente Emmanuel Macron –ese que quiere mandar soldados a Ucrania para expulsar a los rusos del Donbás– propusiera otorgar residencia y derecho de voto a las personas que se han mudado a las islas desde entonces y han vivido allí durante al menos una década. El proyecto de justiciera ley se votaría en París a 17 mil kilómetros de distancia de Nueva Caledonia.

Los activistas independentistas canacos se han opuesto al atropello argumentando que esto diluiría su voto y, en efecto, no se necesitan estudios especializados para entender que estamos ante una forma de reforzar el colonialismo francés, sobre todo ahora que corren a los franceses de viejas posesiones en África. ¿Ley para aculturamiento de la población? ¿Justicia social? ¿Más democracia? No, nada de eso: níquel. Vulgar y prosaico níquel. Nueva Caledonia es el tercer productor mundial de níquel, materia prima que se utiliza ampliamente en las industrias química, de la construcción y de las comunicaciones.

Otro caso de gran actualidad es el de Georgia. Un gran país situado en el Cáucaso y que es la tierra que vio nacer a José Stalin, el hombre que condujo a la Unión Soviética a derrotar y a salvar a la humanidad entera de las hordas hitlerianas. Los georgianos tienen también sobre sus espaldas una larga historia de opresión y de muerte. Ahora pretenden, como otros países europeos, defenderse un poco de la influencia imperialista que se apoya fuertemente en sus empresas y en su dinero. Se trata de lo siguiente. El parlamento de Georgia aprobó hace unos días la llamada Ley de Transparencia de la Influencia Extranjera, que exigiría que las ONG´s, los medios de comunicación y las personas que reciban más del 20 por ciento de su financiación del extranjero, se registren como entidades “que promueven los intereses de una potencia extranjera” y que revelen los nombres de sus patrocinadores. Los poderosos afectados que quieren seguir operando desde la sombra movieron a sus huestes y se desataron semanas de protestas callejeras y enfrentamientos con la policía en Tbilisi, la capital. ¿Intereses imperialistas materiales? Muy materiales. Georgia es vecino de Rusia y tiene, por tanto, una privilegiada ubicación estratégica que puede utilizarse, como Ucrania, como una base cercana para atacar a Rusia. Sólo que para ello hay que adoctrinar a los georgianos en favor de un gobierno más reaccionario y para eso tienen que operar hasta con libertinaje las ONG´s y las agencias de propaganda.

Pero los pueblos del mundo nunca se han rendido. El primer ministro senegalés, Ousmane Sonko, sugirió cerrar las bases militares francesas en el país, alegando que su presencia a largo plazo es incompatible con el deseo de la nación de África occidental de tener un control total sobre sus asuntos. Hay más. Los países vecinos de Senegal, Burkina Faso, Mali y Níger han recurrido a Rusia en busca de asistencia de seguridad después de expulsar a las tropas francesas. Las tres naciones de África occidental han acusado a la antigua potencia colonial de intromisión interna. Uagadugú, Bamako y Niamey también formaron una alianza de Estados del Sahel y anunciaron conjuntamente en enero su salida de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), controlada por Francia.

No hay duda, los pueblos del mundo están hartos. Parafraseando a Nicolás Guillén, el imperialismo se revuelve en su lecho de dólares y se le cuaja la risa.


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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