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La votación anticipada provocó la arrolladora victoria de los laboristas y sir Keir Rodney Starmer; pero el ahora primer ministro 58 del Reino Unido mantendrá el respaldo que las potencias de Occidente brindan al nazismo en Ucrania y al sionismo en Israel.
En uno de los 64 estados que este año están eligiendo gobernantes, el pasado cuatro de julio más de 46.5 millones de electores aplicaron voto de castigo a la élite británica liderada por los Tories del Partido Conservador, que llevaban 14 años al mando de la Gran Bretaña.
En este largo periodo, los conservadores socavaron el antiguo Estado de bienestar e impusieron sus intereses en asuntos como el Brexit, el control de la pandemia de Covid-19, las turbulencias político-financieras y el peligroso cambio de tres dirigentes en sólo un año.
Tanto Keir Starmer como Rishi Sunak, quien aspiraba a reelegirse, centraron su debate en la economía en quiénes deben pagar impuestos y en qué hacer con la imparable inmigración extranjera; y se abstuvieron de analizar su relación con la Unión Europea (UE), así como los sucesos en Ucrania y Medio Oriente.
Horas después de la victoria de los laboristas, en todo el Reino Unido se escuchó el lema “¡Cambio! ¡Cambio!”; y en los diarios ingleses, la lectura de titulares como “¡Bienvenido al poder!” y “Keir, ahora repara el desorden económico de Gran Bretaña”.
La elección de Starmer se produjo en un contexto internacional inédito: la reunión entre Vladimir Putin y el primer ministro de La India, Narendra Mori, quien expresa una ansiosa cooperación, y las maniobras militares conjuntas de China y Bielorrusia en la frontera con la Unión Europea (UE) justo en la víspera del aniversario 75 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Además, a Londres llegaban de Francia los ecos de la heroica contención del Nuevo Frente Popular (coalición de izquierda liderada por Jean-Luc Melenchon) al avance de la Agrupación Nacional, de la ultraderechista Marine Le Pen; y de Estados Unidos (EE. UU.) provenía el débil balbuceo de Joseph Biden en torno a que continuará su campaña por la reelección.
Los analistas reconocen que los problemas internacionales pesarán mucho, pero apuntan que no es posible esperar un cambio radical en la gestión de Starmer y prevén que su liderazgo será cauteloso y más centrista que el de Jeremy Corbyn.
Y como ejemplo de su posición en materia de política exterior, citan su discurso contra los “agentes malignos” que atacan a su nación; sobre Ucrania expresó: “Nunca creí que los tanques rusos volverían a invadir un país europeo”; y cuando se confirmó el triunfo de Biden en EE. UU., en un mensaje de X manifestó su deseo de fortalecer la “relación especial” entre ambos países y su “ansia de trabajar” con él en favor de la libertad y la democracia en el mundo.
El primer ministro de la República Popular China (RPCh), Li Qiang, lo felicitó desde Beijing, le recordó que sus países son miembros del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y principales economías del mundo; y lo invitó a fortalecer sus relaciones diplomáticas.
Del Golfo Pérsico, Cuba, La India, Japón, México y Canadá llegaron felicitaciones para quien supuestamente representa a la izquierda británica. El canciller alemán, Olaf Scholz, quien conoce a Starmer desde hace tiempo, se mostró satisfecho por su triunfo y agregó que éste garantiza la continuidad de las buenas relaciones entre Alemania e Inglaterra.
El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, confió en que permanecerán como “aliados en las buenas y en las malas”, sin duda con el recuerdo de que, en agosto de 2022, Starmer y el exprimer ministro David Cameron estuvieron entre los 39 británicos cuyo ingreso a Rusia vetó el Kremlin debido a la hostilidad de Londres hacia la Federación Rusa.
El New Deal
Con ese marco internacional gobernará, desde el 10 de Downing Street, el flamante primer ministro, exfiscal y líder de los laboristas, Keir Starmer. Su gestión dispondrá de mayoría parlamentaria con 412 escaños frente a 121 de los conservadores; de ahí que su victoria sobre los conservadores se denominara “terremoto político”.
Con una inflación del 11 por ciento, una pérdida del Producto Interno Bruto (PIB) de hasta 9.9 por ciento que se tradujo en desempleo, aumento de pobreza y desabasto, los británicos más desesperados otorgaron su apoyo al cambio prometido por los laboristas.
Ante esta situación, sin embargo, Starmer resultó cauteloso y ha aclarado a sus electores que “cambiar un país no es como apretar un interruptor: es un trabajo duro, paciente y decidido”. Ha ofrecido también que su gobierno servirá a la gente con la idea de que la política puede ser una fuerza para el bien.
Es evidente que su gobierno será de centro-izquierda; el mismo Corbyn lo considera moderado. Es decir, que este primer ministro laborista no gobernará en la izquierda, sino desde el centro.
Su “nuevo acuerdo” (New Deal) prometió un cambio que favorezca a familias de los trabajadores y “un salario digno genuino” en los primeros 100 días de su gestión. Este compromiso enfrenta desafíos enormes, como la creciente desigualdad y pobreza entre los británicos.
Por ello, Burton Cartledge, experto en los partidos Conservador y Laborista, supone que el nuevo gobierno abordará el problema de “la pobreza infantil del país, una de las peores del mundo occidental”. Una buena noticia para los inmigrantes consiste en que Starmer ha dejado atrás el plan de expulsar a los inmigrantes irregulares a Ruanda.
La promesa de los laboristas de hacer una política interior diferente está condicionada a la revisión de las relaciones entre Londres, Irlanda del Norte y Escocia. En su tercer día como primer ministro, Starmer se reunió con la ministra norirlandesa, Michelle O’Neill (del Sinn Feinn) y la unionista Emma Little Pengelly.
Con optimismo moderado pidió a unionistas y republicanos “resetear” su relación con el Reino Unido para acabar con la inestabilidad causada por los Tories. También se encontró en Edimburgo con su homólogo de Escocia, John Swinney, a quien ofreció revisar el fallido acuerdo que Boris Johnson pactó con este país después del Brexit.
El “nuevo acuerdo” de Starmer se centrará en la economía inglesa. Únicamente así se restablecerán los ruinosos servicios públicos; aunque sus críticos afirman que, en esa tarea, Starmer aumentará la participación del sector privado.
Se rehabilitarán el legendario Servicio Nacional de Salud; las instalaciones educativas –muchas tan mal construidas y que al cerrar dejaron sin escuela a más de 700 mil alumnos–, Así como los servicios energéticos; este compromiso se cumplirá mediante la creación de una empresa de energía.
Los claroscuros
Sin embargo, Keir Starmer es un personaje de claroscuros. Su nombre honra a Keir Hardie, minero escoces que, en 1906, fue el primer líder laborista en el Parlamento.
De origen humilde, creció en Surrey, Oxted, en el noreste de Londres y fue el primero de su familia en estudiar educación superior; se graduó en derecho en la Universidad de Leeds e hizo un posgrado en Oxford.
Fue asesor legal de la policía de Irlanda del Norte y de la Asociación de Jefes de Policía (2003-2008). Procesó a parlamentarios por malversar fondos, llevó el caso antirracista de Stephen Lawrence (1993), representó a condenados a muerte en países del Caribe y defendió a víctimas de violencia sexual.
En recompensa a su gestión, fue designado director de la Fiscalía Pública y jefe del Servicio de Fiscalía de la Corona; y en 2014 fue nombrado Caballero Comandante de la Orden de Bath. Ahí inició su carrera política en el Partido Laborista; y en 2015 obtuvo un escaño por su distrito en Holborn y St. Pancrass.
Cinco años después fue electo líder de su partido. Sobre Starmer pesan críticas como el de “racismo institucional”, de ser instigador de peleas, purgas y dimisiones entre los elementos de la izquierda laborista. También se le acusa por el intento de deportar a Julian Assange a EE. UU.
En abril de 2020, Starmer asumió el liderazgo de su partido después de ofrecer que se distanciaría de su antecesor, Jeremy Corbyn. Para muchos analistas, adoptó procedimientos intransigentes que acumularon potenciales problemas, como los reclamos de varios laboristas, incluso la dimisión de docenas de concejales.
Antes de la elección, la candidata musulmana laborista para Chingford y Woodford Green (villas ubicadas en el noreste de Londres), Faiza Shaheen, afirmó que fue “des-seleccionada” por las discrepancias del partido con sus publicaciones, entre ellas un video sobre el conflicto palestino-israelí.
Y Lloyd Russell-Moyle, candidato por Brighton Kemptown, fue otro “des-seleccionado” por una queja “políticamente motivada” sobre su comportamiento.
Estas purgas se atribuyeron a la súbita restitución (¿destitución?) de Diane Abbott, la primera parlamentaria negra del país, quien fue suspendida, en 2023, por comentarios antisemitas en un diario nacional. Por esta razón, siete concejales laboristas dimitieron y acusaron a su partido por “racismo institucional”.
La más reciente crítica interna en el partido Laborista se debió a la decisión de lanzar a Luke Akenhurst, partidario del sionismo, como candidato de North Durham. “Racismo, violencia y caos estarán en ese distrito”, escribió un laborista en la red social X. El politólogo Colm Murphy escribió: “Los líderes de Starmer han cometido errores inevitables de los que bien podrían arrepentirse”.
Viene lo difícil
La elección del gabinete de Starmer refleja su intención por “resetear” la política interna y externa de su país. Designó a David Lammy como ministro de Exteriores, primer británico negro graduado en derecho por Harvard y amigo de Barack Obama, lo que revela su interés por mantener una relación cercana a Washington.
Es sabido que plantea acercarse a la UE para reforzar acuerdos en seguridad, defensa y control migratorio, pero mantener los pilares del Brexit, es decir estar fuera del mercado único y la unión aduanera.
El nuevo Ministro de Defensa, John Healey, es veterano laborista, exfuncionario de Anthony Blair e impulsor de la invasión a Irak. Ha asegurado a Kiev que el apoyo británico a Ucrania frente a Rusia es “tan fuerte como el acero”.
La posición de mayor rango en el gabinete es la del Canciller del Ducado de Lancaster, que ahora está en manos de Pata McFadden, quien fue coordinador de la campaña electoral laborista y ahora es coordinador del gobierno de Starmer.
Hay cifra récord de mujeres, entre la que destaca la economista Rachel Reeves, quien ocupa el puesto clave de Ministra de Hacienda, y que estrechará vínculos con las instituciones financieras internacionales.
La ministra de Igualdad Social, Vivienda y Comunidades es la viceministra del partido, Angela Rayner, cuya designación se esperaba por su trayectoria de vida: nació en un barrio popular, abandonó los estudios a los 16 años, cuando nació su hijo; fue dirigente sindical y, en 2015, llegó a la Cámara de los Comunes.
Una política experimentada es la Ministra del Interior: Yvette Cooper, quien trabajó con los laboristas de Blair y Gordon Brown. Ahora dirigirá la política de seguridad e inmigración.
Otra novedad en las elecciones recientes de Gran Bretaña fue la reaparición de los pequeños partidos. Ahora, el tercer partido en la Cámara de los Comunes es el centrista Liberal Demócrata; en tanto que el Reino Unido Reformista de Nigel Farange, resultado de la alianza del Partido Brexit y el Partido de la Independencia del Reino Unido es el cuarto.
Este euroescéptico resulta fundamental en la operación del Brexit; durante la campaña difundió la supuesta buena relación con el expresidente estadounidense Donald Trump. Ahora, después de siete intentos fallidos, logró cinco escaños y está por encima de los Verdes.
Este gabinete de Starmer enfrentará a los Tories en el Parlamento, que tienen 121 escaños, y a los euroescépticos, que lo presionarán en asuntos importantes, como los impuestos y la migración. Si en 100 días Starmer no cumple sus promesas, podría perder popularidad, lo que no convendrá a los británicos ni al mundo.
Desde 1945, el Partido Conservador fue el más exitoso en Reino Unido. A partir de 2016, la inestabilidad caracterizó su gestión, con cinco líderes al frente: David Cameron, Boris Johnson; Theresa May, Liz Truss y Rishi Sunak. Cada uno se entrampó en sus propias crisis, como el fracaso de Theresa May en el Brexit; el desastroso control de la pandemia realizado por Johnson; las políticas de shock e incompetencia de Liz Truss y el alza de la inflación con Sunak.
La inestabilidad y la volatilidad se tradujeron en desconfianza popular. En México conviene revisar las causas de tales situaciones caóticas.
Se afirma que Boris Johnson privilegiaba la lealtad, por lo que el apoyo a facciones del partido influyó en la asignación de funcionarios. La Ministra de Desarrollo Internacional del Gobierno de May, Priti Patel, dimitió al revelarse que no informó con veracidad sobre sus encuentros no oficiales con ministros, empresarios y hasta cabilderos de Israel.
Y aunque también se la acusó de violar el Código de Conducta Ministerial por intimidar al personal, en 2019, Johnson la designó como Ministra del Interior.
También violó ese código la ministra del Interior, Suella Braveman, (en el gobierno de Truss) cuando compartió un documento oficial en su correo electrónico con Suella Braveman. Para calmar a la ultra derecha, Rishi Sunak la repuso en el cargo, pero fue un lastre político y despedida.
Esas turbulencias internas perjudicaron a Sunak, quien asumió, en 2022, con el compromiso de restaurar la estabilidad. Fue incapaz de avanzar en sus prioridades fundamentales y se le reprochó haber permanecido lejos de sus conciudadanos. El analista Rob Manwaring asegura que en su descrédito influyó la enorme riqueza de su esposa.
El conflicto de Palestina pesó en la división entre los laboristas, pues en sus estatutos se reivindica un Estado Palestino. Starmer ha sido renuente a condenar el genocidio israelí sobre Gaza; y al exigir un alto al fuego inmediato ensombreció la tradicional posición de su partido, aunque algunos estiman que actúa así para equilibrar la relación con EE. UU.
El enojo era tal que mientras Starmer esperaba el resultado electoral en su centro de campaña, en el distrito de Holborn y St. Pancras, ciudadanos y laboristas entonaban cánticos en favor de una “Palestina libre”. La distancia con Palestina favoreció a varios candidatos independientes que sí sostuvieron su apoyo.
Uno de ellos fue el antiguo líder laborista, ahora independiente, Jeremy Corbyn, que mantuvo su escaño en Islington North sobre su rival laborista. Corbyn –casado con la abogada mexicana Laura Álvarez– incluyó en su campaña la demanda de poner fin a la ocupación en Palestina.
En Leicester South ganó el independiente Shockat Adams contra el laborista Jonathan Asworth; igual ocurrió en Dewsbury y Batley, donde el independiente Iqbal Moahemed se impuso con el lema “Alto al fuego y acuerdo de paz en Gaza” sobre la laborista Heather Iqbal.
En Blackburn, Adnan Jussein venció a la laborista Hate Hollern con la promesa de hacer escuchar la preocupación del electorado sobre las injusticias contra el pueblo de Gaza en sitios donde “nuestros supuestos representantes” han fallado. El apoyo a Palestina durante su campaña también otorgó el triunfo al candidato del Partido de los Trabajadores, exlaborista y del Partido Respect, George Galloway.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.