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Las elecciones, celebradas el 18 de octubre en Bolivia, cerraron el impasse político abierto el 20 noviembre de 2019 por el golpe de Estado. Durante un año, el bloque de poder que derrocó a Evo Morales y se instaló en el gobierno con métodos violentos, fue incapaz de articular un proyecto político que integrara a los diferentes sectores de la sociedad boliviana. El gobierno de Jeanine Áñez impulsó el retorno del modelo neoliberal y utilizó a las fuerzas armadas para reprimir a quienes resistieron la consumación del golpe. Durante un año, Bolivia experimentó un retorno al neoliberalismo en lo económico y al uso de los militares como guardianes del orden interno, en lo político y lo social. El triunfo del Movimiento Al Socialismo (MAS) cierra este impasse neoliberal-militar orquestado por la burguesía estadounidense e instrumentado por las élites bolivianas. Se abre así una nueva etapa democrática que permite continuar la construcción de un proceso de cambio popular, plurinacional y antiimperialista.
El retorno del MAS al poder, ahora con Luis Arce Catacora como presidente y David Choquehuanca como vicepresidente, entraña nuevos y múltiples retos para el proceso que históricamente han encabezado Evo Morales y Álvaro García Linera. Para identificar estos retos, es necesario reflexionar sobre la experiencia de 2019 y señalar los errores que llevaron al MAS a esa delicada situación. No partir del análisis autocrítico del pasado reciente, sino de revisar las pautas políticas que guiaron hasta ahora la práctica transformadora, para no arriesgarse a repetir la experiencia golpista, la represión y la persecución que vivió el pueblo boliviano durante el interregno de Áñez. Partiendo de esa base, señalamos aquí tres retos para el MAS en esta nueva etapa progresista.
1) La necesidad de rotar a los cuadros gobernantes. El triunfo del “No” en el plebiscito de 2016 (donde se propuso permitirle a Evo postularse para un nuevo mandato presidencial) reflejó un amplio rechazo a la figura del gobernante eterno. A pesar de ello, el MAS exploró los mecanismos institucionales necesarios y logró postular a Evo nuevamente en las elecciones de 2019. Esta insistencia en mantener al dirigente aymara como hombre fuerte del partido y del país, permitió que floreciera el temor a un fraude electoral si el MAS perdía, y avivó la movilización de las clases medias en una “lucha por la democracia” contra el supuesto dictador. Es necesario rotar los gobernantes para evitar estos escenarios.
2) No confiar excesivamente en las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad. En 2019, Evo y el MAS resistieron en el poder a pesar de las movilizaciones violentas impulsadas por las clases medias urbanas y las élites conservadoras (marcadamente las de Santa Cruz). La tensión del conflicto escaló primero porque la policía nacional le dio la espalda al gobierno, permitió el secuestro y tortura de funcionarios y familiares de funcionarios del MAS, y después no detuvo a los golpistas violentos. Pero el punto de inflexión ocurrió cuando las fuerzas armadas traicionaron al presidente y lo llamaron a renunciar. Las dictaduras de los años 60 y 70 en América Latina, más la experiencia de 2019, demuestran que la defensa del proceso de cambio no puede descansar en los militares.
3) Las clases medias. El golpe de 2019 fue dirigido por las élites, pero se montó en el descontento y la movilización de unas clases medias urbanas llenas de rencor. Por sí mismas, las élites bolivianas carecen de la fuerza política necesaria para amenazar al MAS; sin embargo, la posibilidad de que sumen a las clases medias a sus proyectos racistas, elitistas y neoliberales sigue en pie. Es necesario que el MAS repiense la relación entre las clases populares indígenas y las clases medias para evitar que, entre estas últimas, se desarrolle un sentimiento de rechazo a todo lo indígena como resultado del proceso de redistribución económica e igualación social. Avanzar en el proceso de cambio sin considerar los intereses de las clases medias puede significar la anidación del odio racial contra el indígena. El MAS debe reinventar la relación entre las clases populares indígenas y las clases medias urbanas; debe integrar a las clases medias a su proyecto, aunque el papel central le pertenezca, por definición, a las clases populares.
La nueva etapa progresista que se abre para Bolivia plantea, al MAS, el reto de profundizar el proceso de cambio inaugurado en 2006, y corregir los errores que llevaron a la crisis de 2019.
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Escrito por Carlos Ehécatl
COLUMNISTA