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Comparto ahora con mis lectores algunas de las ideas que encontré en un interesante libro que lleva por título ¿Tiene futuro el capitalismo? escrito por cinco importantes investigadores como Immanuel Wallerstein, Randall Collins, Michael Mann, Georgi Derluguian y Craig Calhoun y que fue publicado en el año 2013 por la editorial Oxford University Press; Immanuel Wallerstein, de cuyas opiniones me ocuparé en esta ocasión, titula su trabajo La crisis estructural o por qué los capitalistas podrían no hallar redituable el capitalismo. El libro forma parte de una tendencia relativamente reciente entre intelectuales de países como Inglaterra, Francia y Estados Unidos, entre otros más, que a la luz de los hechos más recientes, sobre todo de la crisis del 2007-2008, indaga y critica desde diferentes puntos de vista al sistema capitalista de producción (al menos tal como existe en la actualidad) tratando de responder a las preguntas de si es favorable y viable para el progreso de la humanidad y la conservación del planeta. Hasta hace no mucho tiempo, el estudio del modo de producción capitalista estaba confinado a quienes se consideraban representantes de las clases explotadas y, por tanto, adversarios suyos, ahora participan en su disección cada vez más elementos que no se reconocen como adversarios del sistema pero que están reaccionando preocupados ante las graves y no pocas veces devastadoras consecuencias de su existencia y funcionamiento.
Cada vez aparecen nuevos datos acerca de estas alarmantes consecuencias. Ilustro ahora con lo que se dice de Inglaterra a raíz del triunfo contundente de los conservadores en las elecciones de principios de este mes de mayo. Inglaterra es la quinta economía más poderosa del mundo, solo detrás de China, Estados Unidos, Japón y Francia y ahí la riqueza per cápita promedio es de 182 mil 825 dólares, no obstante, como en muchos otros países donde se practica ese mismo modelo de producción capitalista, de 2009 a 2010, cerca de 50 mil hogares recibieron tres días de ayuda semanal para su alimentación y, ya para 2014-2015, esa cantidad se había elevado a un millón de hogares; en Inglaterra, el 20 por ciento más rico de la población recibe el 41 por ciento de los ingresos, el 20 por ciento más pobre, recibe solamente el ocho por ciento; además, el nuevo gobierno recién electo pretende hacer recortes al gasto público del orden de los 55 mil millones de libras esterlinas (mucho más arriba de los 35 mil millones que recortó el gobierno de Enrique Peña Nieto) y, consecuentemente, va a cancelar programas asistenciales que impiden un poco el deterioro social y va a despedir a los trabajadores que los ejecutan. Ante este panorama, el nuevo gobierno del partido conservador inglés, en su plataforma de campaña, solo hizo una mención a la justicia alimentaria y dijo: “En el corto plazo es evidente que los ciudadanos tendrán que apoyarse unos a otros para asistir a los más vulnerables lo cual incluye a las personas de edad y los niños”; o sea, vuelven las cajas de socorros mutuos.
Ante la realidad aterradora, ante la insensibilidad suicida de las clases dominantes, es obligado y explicable por tanto que los hombres de estudio y de razón se pregunten: “¿Tiene futuro el capitalismo?”. Dice Immanuel Wallerstein en la parte del libro que le toca escribir: “el capitalismo es un sistema y todos los sistemas tienen vidas y nunca son eternos”; así de claro y contundente. ¿No hay un contraste muy notorio con la idea de Francis Fukuyama puesta en boga a principios de los años noventa en el sentido de que ya habíamos arribado al fin de la historia y, consecuentemente, que el capitalismo era la fase superior y última en la que se había de alcanzar la perfección humana?
“Desde mi punto de vista –sigue Wallerstein– para que un sistema histórico sea considerado capitalista, la característica dominante o decisiva debe ser la búsqueda constante de acumulación de capital, la acumulación de capital para acumular más capital”. Ahora bien –continúa– “para acumular cantidades significativas de capital, los productores requieren existir en condiciones de un cuasi-monopolio y estos cuasi-monopolios solo pueden existir bajo dos condiciones: 1) cuando se trata de un producto innovador para el que existe (o puede ser inducido a existir) una gran cantidad de compradores y 2) uno o más Estados poderosos que usan su poder para prevenir (o al menos limitar) la entrada de otros productores en el mercado”.
Según el autor, pues, el último gran enfrentamiento entre países capitalistas por la hegemonía mundial se libró entre Estados Unidos y Alemania más o menos entre los años de 1873 a 1945. A partir de ese momento, Estados Unidos se alzó como el gran productor y el gran vendedor a nivel mundial, pudo llevar a cabo el proceso constante de acumulación de capital para acumular más capital. No obstante, los cuasi-monopolios, como se deduce del planteamiento de Wallenstein, no son eternos, entran en choque con la realidad, pues los costos de producción que enfrentan tienden a ascender por lo que migran constantemente a nuevos puntos del planeta, pero las dificultades para asentarse en otros sitios más favorables, aumentan rápidamente ante el surgimiento de poderosos competidores que han transformado al mundo en un mundo multipolar en el que hay que tomar en cuenta la fuerza y las opiniones de ocho o 10 participantes y, como resultado obligado, señala el autor, ocurre la financierización de los capitales, es decir, su retiro de la esfera de la producción y su aplicación cada vez más constante y masiva en las actividades especulativas.
“El problema que enfrenta el mundo actualmente –dice Wallerstein– no es de qué manera pueden los gobiernos reformar el sistema capitalista para renovar y mantener su capacidad de acumulación infinita, pues no hay manera de hacerlo; el problema es, por tanto, qué es lo que habrá de remplazar a este sistema”. Y estamos, añade, en medio de una lucha por el sistema sucesor, puede llegar, dice, uno que mantenga las características básicas de éste como lo son “la jerarquía, la explotación y la polarización y podría ser peor que el capitalismo actual, o puede llegar uno más democrático e igualitario”. Como quiera que sea, la respuesta no ha sido dada.
Creo que Wallerstein tiene toda la razón en cuanto a que está llegando el momento de saber qué modo o qué modelo económico sustituirá al que se está derrumbando. Wallerstein emite algunas opiniones acerca de los grupos sociales que proponen las diferentes alternativas, pero pienso que este tema no era su objetivo principal y, quizá por ello, o porque no entra dentro de su concepción sociológica, se limita simplemente a hablar de bandos en pugna. Nosotros, en aras de la claridad, para que los amables lectores puedan formarse su propio criterio, tenemos que hablar de las fuerzas fundamentales –no únicas– que existen en el sistema capitalista: los explotados y los explotadores. ¿Serán los explotadores y sus representantes quienes busquen y encuentren la mejor solución para el futuro de la humanidad? No lo creo. Su techo, sus límites son sus intereses de clase, se han vuelto conservadores y ya más de una vez han exhibido su ceguera histórica: “... da un puñetazo sobre la mesa, no hagas concesiones, demuestra que eres el amo, cree a tu dura mujercita y a nuestro Amigo (a Rasputín, aclaro yo), ten fe en nosotros”, le escribía al Zar Nicolás II su esposa, la zarina Alejandra Fiodorovna Románova, la alemana nacida Alicia Beatriz de Hesse-Darmstadt, el seis de diciembre de 1916, cuando ya todo entraba en crisis y solo faltaban tres meses para que el poder milenario de los zares de todas las rusias se desmoronara para siempre.
Será entonces la clase trabajadora, la que no tiene ningún interés en conservar el status quo, la que tome la iniciativa histórica y busque y encuentre la alternativa más adecuada para la conservación y el desarrollo de la humanidad en la etapa por venir; en esta ocasión histórica, su participación ya no será siguiendo los pasos de otra clase y tendrá que intervenir de manera independiente, organizada y consciente, su tarea fundamental será reconstruir y construir. Y habrá de hacerlo. Buena muestra de ello la dan los cien mil trabajadores que marchan no solo para que se respete la ley que los mexicanos se han dado, sino, conscientes del colapso que se avecina, para alcanzar unidos un mejor futuro para ellos y para sus hijos.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".