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El derecho a la pereza, de Paul Lafargue
Lafargue llega al objetivo central de su alegato en El derecho a la pereza: la reducción de los horarios de trabajo que en esa época prevalecían en Europa y el mundo.
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Paul Lafargue nació en Santiago de Cuba en 1842 en una familia de cafetaleros franceses. Estudió medicina en Francia, pero abandonó esta profesión para dedicarse a la política, la filosofía y al periodismo. Se formó ideológicamente en el anarquismo y el socialismo utópico, al lado de Pierre Joseph Proudhon y Luis Auguste Blanquí; participó en la lucha contra Louis Bonaparte en 1848-1853 y vivió el exilio en Inglaterra. En 1865, cuando se fundó la Asociación Internacional del Trabajo (AIT), conoció a Carlos Marx y a Federico Engels. Esta relación le procuró esposa, Laura Marx, y un futuro como activista del marxismo en Francia, España y Portugal; fue militante de la Comuna de París en 1871, fundador del Partido Obrero Francés, de los partidos Comunista (PCE) y Socialista Obrero Español (PSOE), dirigente de la II Internacional (AID) y editor del periódico L’Egalité hasta su muerte, en 1911. Lafargue escribió muchos artículos políticos y tres ensayos: El método histórico de Karl MarxEl origen de las ideas abstractas El derecho a la pereza

En este último –uno de los textos con mayor impacto en la literatura socialista– Lafargue propone la reducción de las jornadas laborales –entonces de 12, 14 y hasta 16 horas– a fin de que los obreros dediquen más tiempo a sus familias, a cultivarse, a la creatividad laboral propia, a divertirse y, asimismo, a evitar su alienación y explotación. Breve, ameno, irónico, Lafargue describe al trabajo como “una extraña locura que se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad”. Responsabiliza de esta “aberración mental” a curas, economistas y moralistas que lo han sacralizado y recuerda que hombres sabios del pasado y aun dioses como Jehová –“dios barbado y huraño que después de trabajar seis días descansó por toda la eternidad”– han aducido que el trabajo no es connatural en el hombre, sino una imposición de explotadores inhumanos.

Posteriormente, Lafargue llega al objetivo central de su alegato en El derecho a la pereza: la reducción de los horarios de trabajo que en esa época prevalecían en Europa y el mundo. Tras denunciar que el sobre-trabajo en fábricas y campos agrícolas genera excedentes de producción de mercancías, que a su vez derivan en crisis económica, cuyos efectos de mayor desempleo, pobreza y hambre afectan a las naciones, pregunta: “¿Por qué devorar en seis meses el trabajo de todo un año? ¿Por qué no distribuirlo uniformemente en los 12 meses del año y obligar a todos los obreros a contentarse con seis o cinco horas por día durante todo el año, en vez de indigestarse con 12 horas durante seis meses? Seguros de su parte cotidiana de trabajo, los obreros no se celarán más, no se golpearán más para arrancarse el trabajo de la mano y el pan de la boca; entonces, no agotados su cuerpo y su espíritu, comenzarán a practicar las virtudes de la pereza”. 


Escrito por Ángel Trejo Raygadas

Periodista cultural


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