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"Mi corazón no está muerto,
sino cantando,
lejos,
a la santa sombra
de un encinar, en los campos.
No muerto,
sino luchando
diariamente con la vida,
desnuda, hermano".
"Copla de la palabra lenta" (fragmento), Leopoldo Panero Torbad
Desde la noche del 5 de junio, los 32 estados de la República vieron partir autobuses llenos de antorchistas que se dirigían a Chilpancingo de los Bravo, Guerrero. Sí, ese Chilpancingo que has visto en todos los medios durante los últimos 55 días por el asesinato de Conrado Hernández Domínguez, Mercedes Martínez Martínez, y de su hijo, el pequeño Vladimir.
“Conra y Mechita”, como eran conocidos cariñosamente, eran mis paisanos de Veracruz. Ahí entregaron su juventud —como muchos de nosotros— a la lucha revolucionaria en la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” (FNERRR); ahí empezamos todos los que desde muy jóvenes, supimos que queríamos dedicar nuestra vida a romper las cadenas que oprimen a nuestros hermanos de clase.
Años más tarde, se sumaron a las filas del Movimiento Antorchista Nacional. Ahí, durante muchos años, lideraron la organización y lucha por dignificar la vida de los más pobres de Guerrero. Ambos hicieron un trabajo extraordinario y noble en beneficio de los demás, especialmente de aquellos en la posición social más débil. Renunciaron a muchas cosas, incluso a las aspiraciones personales, y sabían que la lucha no era fácil, que entrañaba peligros y que requería sacrificio y disciplina, requisitos que cumplieron hasta el último aliento de sus vidas. El trabajo y los resultados de ambos esfuerzos son visibles para todos.
Desde las 6 de la mañana, el sol de ‘Chilpo’ cobijó a todos aquellos que arribaban a sus calles con la intención de unirse a la marcha que exigiría justicia al asesinato de nuestros compañeros. Tomamos cafecito para aguantar la caminada, nos pusimos nuestras blusas, camisas y gorras blancas y emprendimos nuestro primer traslado hacia la avenida Lázaro Cárdenas, a la altura del Monumento a la Bandera. Ahí daría inicio la marcha, esa que estuvo conformada por más de seis mil antorchistas. Desde la llegada al monumento mi corazón se estremeció. Ojalá, tú que me lees, hubieras estado ahí. Miles y miles de antorchistas llegaban de todas las direcciones, todos de blanco, emocionados sin duda alguna de poder encontrarse con sus camaradas de todo el país, pero presurosos de encontrar dónde tenían que formarse porque sabían muy bien que estaban ahí para marchar.
Todos aquellos que nos conocíamos y que durante nuestra búsqueda de contingente nos topábamos, nos saludamos con mucho, mucho cariño. Pero además, había algo en cada abrazo que te hacía saber que tú le estabas dando el pésame y él o ella, te lo daba a ti. En el brillo de nuestros ojos se veía también un poco de agua, desde ya nuestros corazones se sentían quebrantados por estar en la tierra que los vio partir.
Por fin encontramos cada quién el lugar que le correspondía, algunos repartían sombreros para que nadie se insolara, porque el sol de ‘Chilpo’ parecía estar tan encabronado como nosotros, que desde las 8 de la mañana quemaba nuestras cabezas. Otros pasaban dándote botellas con agua y muchos otros pasaban repartiendo cartulinas y banderas.
Empezamos a caminar, el sonido estaba listo y permitió que todos los que salieron a vernos escucharan también nuestros gritos de justicia. “Compañeros caídos, en Antorcha siguen vivos”, “¿Qué es lo que queremos los Antorchistas? ¡Justicia, justicia, justicia!”. Esas, y muchas otras consigas enunciamos al unísino los más de seis mil antorchistas que conformarmos la marcha. Había momentos en que las grandes bocinas que iban encima de las camionetas no eran suficientes porque nuestra voz era más fuerte.
La gente salía de sus casas, de sus comercios, los que iban caminando se detenían a vernos y los coches que pasaban en calles aledañas pitaban con sus cláxones en forma de respaldo. Los medios de comunicación iban a nuestro lado, jamás dejaron de apuntarnos con sus cámaras. Nosotros, que llevábamos una lona en honor a Meche, Conra y Vladi, varias veces nos detuvimos para estirarla bien y que tuvieran una buena foto. Que se vea con claridad que por ellos estamos aquí, que aquellos que están en una foto en nuestra lona, hace 55 días estaban en sus pueblos, luchando por mejorar las condiciones de vida de los guerrerenses más desprotegidos.
Casi al final de la marcha, llamó mi atención que mis compañeras murmuraban sorprendidas y volteaban hacia atrás. Sinceramente mi cuerpo sintió un choque eléctrico, por un momento me asusté y creí que algo malo estaba pasando, porque genuinamente, nos sentimos amenazados en esas tierras que no dudaron ni un poco a la hora de arrebatarle la vida a nuestros compañeros. Segundos después me armé de valor y me volteé también, porque, como periodista, siempre quiero saber qué pasa, el miedo siempre es pasajero.
Lo que mis ojos vieron en ese momento, probablemente jamás vuelva a ser sentido por mi corazón. La calle inclinada permitía ver toda la avenida que habíamos recorrido. Parecía ser infinita, ojalá tus ojos pudieran ver lo que yo vi. Miles, miles de banderas rojas llenaban la avenida, cartulinas, flores, letras y un chingo de antorchistas de blanco. Eran kilómetros plagados de antorchistas ¡Éramos nosotros! Mis ojos no lograron ver un final, tanto árbol me privó de ver el final de la marcha.
Creo que nunca me había sentido tan cobijada entre mis compañeros. Sé, sin duda alguna, que todos sentíamos lo mismo, porque entre antorchistas jamás ha sido necesario conocer en vida a nuestros compañeros caídos, porque son luchadores sociales. Cuando nos enteramos de la partida de un antorchista, todos estamos unidos por el dolor y por una necesidad de decir adiós con la que tendremos que vivir para siempre. La vida nos prepara para la muerte, pero ninguno se imaginaba que cuando llegara el momento vendría sin oportunidad para despedirse. El desgarrable dolor con que recibimos la noticia, esta vez se magnificó al saber que en esta ocasión era tres veces más lamentable.
Llegamos a la plaza cívica “Primer Congreso de Anáhuac”. Ahí empezó nuestro mítin político y cultural. Aquellos que conformábamos el contingente de Puebla empezamos a aglutinarnos detrás del escenario, durante varias semanas estuvimos preparando nuestro monumental coro para cantarle a Conra, Meche y Vladi el día de hoy. El Plenito Infantil de Tecomatlán estaba frente a nosotros y los niños ya vestían sus trajes de Yucatán y alistaban sus charolas con los vasos. Creo firmemente que todos sentimos algo en nuestro pechito cuando vimos a nuestros niños. Sé que todos pensamos en Vladi. Él debería estar aquí, él debería poder estar con sus hermanos.
El evento empezó. Iniciaron nuestros Grupos Culturales Nacionales con su “Mariachi Nacional”, luego, con una canción muy bonita que adaptaron un poco y cada que había un espacio entre letras gritaban el nombre de nuestros caídos. Nadie necesitó pedirnos gritar justicia después de escuchar sus nombres. Todos lo hicimos, algunos con la voz quebrada, otros ya con lágrimas derramadas. Todos con coraje..
Habló José Juan Bautista, líder de los guerrerenses. Sus palabras fueron muy bonitas. Se notaba encabronado y que le dolía este suceso, todos nos sentíamos igual. Pero lo razonaba como un problema político.
Cuando anunciaron la presentación del Plenito y empezaron a subirse al escenario, empezó a dolerme respirar. El sentimiento de nostalgia que invadió mi cuerpo en ese momento fue demasiado fuerte. Empezaron a danzar sones de Yucatán los más pequeños, y mi corazón terminó de quebrarse. ¡Ahí debería estar Vladi! Él debería también poder bailar para nosotros, le arrebataron la oportunidad siquiera de exigir justicia para sus padres. La rabia que sentí en ese momento es indescriptible, Vladimir tenía toda una vida por delante, sé sin duda alguna que habría sido un gran líder antorchista.
Las lágrimas llenaban mis ojos y mi rostro, compungido por el dolor, solo pensaba «¿Por qué?», ¿Por qué quitarle la vida a un niño que tenía solo 6 años? ¿Qué mal pudo haber hecho? ¿Qué venganza había pendiente con un niño?
Después del Plenito se presentó la Casa del Estudiante de la CDMX “Calmécac”.
“No quiero que me den la mano
empapada con nuestra sangre.
Pido castigo.
No los quiero de embajadores,
tampoco en su casa tranquilos,
los quiero ver aquí juzgados
en esta plaza, en este sitio.
Quiero castigo”.
Yo también quería ver en esa plaza, juzgados, a los autores intelectuales y materiales del asesinato. Ojalá nuestro grito de justicia haya sido escuchado por el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, por la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado Pineda, por la titular de la Secretaría de Seguridad Ciudadana Federal, Rosa Icela Rodríguez Velázquez, por la titular de la Fiscalía General del Estado de Guerrero, Sandra Luz Valdovinos, pero, sobre todo, espero que haya sido escuchado por aquellos malditos que orquestaron su asesinato. Ojalá sepan, fuerte y claro, que estamos detrás de ellos, y que ni por un momento descansaremos hasta verlos aquí juzgados, en esta plaza, en este sitio.
Casi termina nuestro evento, Homero Aguirre Enríquez, vocero nacional del Movimiento Antorchista, dio un mensaje muy importante: «en este clamor de los antorchistas y los familiares de las víctimas también va contenido el grito de miles de mexicanos que se sienten ofendidos por los crímenes imparables y por la impunidad reinante. Hoy más que nunca, refrendamos ante todo México nuestra decisión de seguir luchando porque el verdadero pueblo llegue al poder y transforme al país».
También estuvieron en el evento familiares y amigos de los mártires que han dado su vida a la lucha a lo largo de 49 años de existencia de Antorcha. Esta fue la primera ocasión en que Antorcha realiza esta conmemoración lejos de la cuna de la organización, Tecomatlán, Puebla. Pero, tal y como dijo el Inge. Homero: «lo hacemos porque era necesario trasladar la fuerza social y el reclamo hasta el epicentro más reciente de homicidios contra activistas y porque estos crímenes son especialmente atroces e indignantes, pues involucraron quitarle la vida a inocentes, entre ellos, un niño menor de seis años».
«Son crímenes imperdonables para cualquier pecho humano sano. Las madres y los padres claman por justicia, los jóvenes claman por justicia, los niños claman por justicia. Millones de mexicanos exigen hoy, a través nuestro, aquí en esta plaza, que se capture y se juzgue a los asesinos de Conrado, de Mercedes y de su único hijo. ¡Por eso estamos aquí!».
Después de su discurso, el monumental coro se presentó. Entonamos los más de 450 participantes la canción “No nos moverán”, de Joan Báez.
“Exigimos justicia, no nos moverán.
Nuestro ideal es faro de victoria”.
Sin embargo, ningún antorchista esperaba que hubiéramos modificado el final de la canción y tal y como nos sucedió a nosotros el primer día de ensayo en que entonamos el verso modificado, soltaron un par de lágrimas y aplaudieron en su honor con mucho cariño.
“Por nuestros compañeros, no nos moverán.
A los antorchistas, no nos moverán.
Por Vladimir, Mercedes y Conrado, no nos moverán.
Por Vladimir, Mercedes y Conrado, no nos moverán.
Por Vladimir, Mercedes y Conrado, no nos moverán.
Terminó el evento. Los más de seis mil antorchistas disfrutaron de un delicioso aperitivo guerrerense, descansaron un par de minutos y posteriormente regresaron a sus camiones, para así, regresar a sus hogares. Casi al momento de mi partida, buscamos baños. Una amiga tenía la intención de cambiarse la ropa porque tenía calor, así que amablemente preguntó en un local de ropa si tenían vestidores que le prestaran. La dueña le cuestionó seriamente si era parte de la marcha, por lo que un poco atónita contestó que sí. La respuesta de la señora sencillamente fue una llama más que encendió nuestro corazón: “Pásale, pásale, aquí cámbiate, qué bueno que vengan, qué bueno que marchen, aquí matan a mucha gente y nadie hace nada”.
Ambas nos acordamos del gran Vladímir Ilích Uliánov, Lenin, de cómo cuentan los libros que le decía a la gente “organízate y lucha”, cada que tenía un encuentro de ese tipo. Quisimos decirle lo mismo a la señora, pero de tan conmovidas que estábamos solo dimos un agradecimiento sincero y nos dirigimos al camión que nos traería a casa.
Los antorchistas regresamos a nuestros respectivos frentes de lucha. Si bien, el 6 de junio es una fecha muy difícil y en esta ocasión hay una herida abierta en los corazones de todos nosotros, este evento fue una muestra inquebrantable de lo fuerte y viva que sigue Antorcha. No descansaremos, ni por un momento, hasta que Meche, Conra y el pequeño Vladi, tengan justicia.
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Escrito por Silvanna Mortera
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