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En días pasados se realizó la 88º reunión anual de los banqueros de México y la presidenta Sheinbaum acudió al exclusivo complejo hotelero en donde se llevó a cabo y participó de su foro. Aunque en días anteriores en la mañanera se había abordado el saqueo que representó el Fobaproa en beneficio de la élite económica, entre la que destacan los banqueros, el ambiente de la reunión no fue el de dos incómodos compañeros. Todo lo contrario, la mayoría de los medios de información destacó el caluroso recibimiento que el auditorio de banqueros dio a la Presidenta y citó declaraciones de los primeros alabando “la apertura y el diálogo”, el “carácter institucional”, etc., del actual Poder Ejecutivo.
Esta cordialidad entre la 4T no es una novedad. El expresidente López Obrador ya había hecho lo propio en la 87º Convención Bancaria realizada en Acapulco en abril de 2024 y había declarado: “(los banqueros) me han tratado muy bien y han sido correspondidos”. Y efectivamente, así fue. En 2023 el sector bancario obtuvo ganancias por 273 mil millones de pesos y en 2024, éstas sumaron 288 mil millones de pesos. Con estos resultados, la banca mexicana es, en promedio, cuatro veces más rentable que la de Estados Unidos, lo que se explica porque ni la presidenta Sheinbaum ni el expresidente López Obrador modificaron las leyes o los reglamentos que rigen la actividad financiera y bancaria del país y les permite quedarse con la tajada del león en la distribución del excedente de la riqueza nacional, por ejemplo, la ley fiscal o las leyes de funcionamiento de la banca, más allá de meros cambios cosméticos.
Los banqueros son el epítome de la élite económica de un país. Los bancos representan al capital dinerario, éste permite apropiarse de una parte de la riqueza social. El dinero no crea ni valor ni riqueza; mediante el crédito que otorgan los bancos al sector productivo, se hacen con los derechos de propiedad sobre una parte de la riqueza que ese sector crea y paga a los bancos en forma de intereses. Es por eso que cada capital industrial importante procura, eventualmente, desarrollar su brazo bancario y financiero porque el dinero contante y sonante es indispensable para mantener en movimiento el ciclo del capital productivo, aprovechar los momentos especulativos de la economía y sostenerse en los periodos más agudos de las crisis; en fin, para mantener aceitado el mecanismo e incluso acelerar la acumulación de capital.
De este modo, el sector bancario es de por sí rentista. Este carácter del capital dinerario se acusó en el periodo neoliberal mediante una legislación favorable a las oligarquías financieras, particularmente hacia la banca en México –que no mexicana, pues en torno al 60 por ciento de los activos financieros que operan en nuestro país son propiedad de entidades extranjeras–, a la que le dio manga ancha.
La presidenta Sheinbaum pidió a los banqueros incrementar el crédito a la producción, específicamente a las Mipymes, reducir las tasas de crédito, aumentar la bancarización de la población, etc. Pero sin legislación que los obligue a hacerlo, que regule y limite la voraz actividad de la banca en México, estas peticiones suenan a dejar la Iglesia en manos de Lutero.
Parece sólo un eco lejano ese principio tan fundamental de la 4T sobre la separación de los poderes político y económico. Una burda pretensión. Un sistema político que pretenda mantener el sistema económico que gobierna se sostiene en el poder económico de los que controlan la riqueza de ese sistema, de los dueños del capital en nuestra sociedad. Negar esta relación que es ineludible, permite correr un espeso velo para tapar la verdadera naturaleza de la relación entre el gobierno y los capitalistas. El carácter demagógico de la 4T resulta cada vez más difícil de ocultar. Los discursos sobre la transformación del modelo económico son cada vez más difíciles de sostener porque la distribución de la riqueza sigue castigando a los trabajadores y premiando a los dueños de los grandes capitales; quienes, por su parte, saben hacer lo propio con sus empleados en el gobierno.
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Escrito por Vania Sánchez
Licenciada en Economía por la UNAM, maestra en Economía por El Colegio de México y doctora en Economía Aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).