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Las fuerzas progresistas de América Latina y el Caribe se perfilan para recibir a Donald Trump no sólo como el 47º presidente de Estados Unidos (EE. UU.), sino también como un remasterizado procónsul del imperialismo yanqui que insistirá en socavar el añejo ideal bolivariano de la integración regional.
Pero además de este empeño imperial, con el liderazgo de Trump y el arropamiento de las oligarquías tecnocráticas de otros continentes del mundo –entre ellos Europa, su nuevo “patio trasero”– el capitalismo estadounidense persistirá en obstruir toda presencia externa a América Latina y el Caribe que apunte hacia la multipolaridad.
Washington aún ostenta las banderas políticas de sus doctrinas Monroe y del Destino Manifiesto. Con la primera, James Monroe advirtió que toda “intromisión” externa sería un acto de agresión contra EE. UU.; y con la segunda, O’Sullivan respaldó la anexión de Texas y legitimó su invasión sobre otros países para “protegerlos” de conflictos en el hemisferio sur de América.
Con ambas doctrinas, EE. UU. ha socavado el proyecto del libertador de América, Simón Bolívar, sobre la conformación de los países hispanoamericanos en una confederación; y con la aplicación de estos principios, la actual política exterior estadounidense se aprovecha de los bienes económicos de Latinoamérica.
Esta región dispone de dos mil 754 millones de kilómetros cuadrados (km2), extensión territorial en la que cabrían EE. UU. y Europa; alberga 650 millones de personas y cuenta con el 33 por ciento de las reservas de agua dulce, 20 por ciento de los bosques, 12 por ciento de suelos agrícolas, 49 por ciento de las reservas de plata y cobre, 33 por ciento de las de estaño y, entre otras, de 22 por ciento de las de hierro.
En el Siglo XX, las grandes compañías trasnacionales y las oligarquías de las potencias industriales, lideradas por el imperialismo estadounidense, articularon la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA), modelo con el que hoy expolian las materias primas de la región.
Es así como el capitalismo corporativo se perfila para controlar el 60 por ciento de las reservas mundiales de litio, ubicadas en el Salar de Uyuni; el petróleo de México, Venezuela y Colombia; la madera chilena y la fabulosa biodiversidad regional.
Pese a su heterogeneidad, los habitantes de los países latinoamericanos comparten dos nociones políticas: la de integrarse regionalmente –la más trascendental, según Andrés Rivarola– y la de evitar alinearse (de jure nonde facto) con algún bloque global.
En este siglo, el imperialismo estadounidense ha puesto en su mira a los países con litorales en el océano Pacífico; de ahí sus alianzas con Chile, Perú y Brasil (con éste por la Amazonia); y fortaleció su relación con Argentina en el litoral atlántico.
Sin embargo, el retorno de Trump a la presidencia ha provocado que las fuerzas regionales asuman tres posiciones políticas distintas, según los intereses de cada país: los trumpistas, los antihegemónicos y los neutrales/negociadores.
Cada uno contribuirá, rechazará o pactará con la geopolítica imperial de Trump; quien presionará para alcanzar sus objetivos utilizando los problemas bilaterales con cada país (migración ilegal, narcotráfico, libre comercio, inversiones, “terrorismo”).
Dentro del esquema centro-periférico o imperial-neocolonial, cada gobierno de América Latina y el Caribe actuará en función de su dependencia con EE. UU. Los carentes de libertad económica y política estarán más expuestos a las presiones y represalias del país supremacista.
En esta situación se hallarán Colombia, México, Guatemala y Honduras, que tienen suscritos tratados de libre comercio y más inversiones estadounidenses. No es lo mismo comerciar con la Boeing café centroamericano que con la brasileña Embraer, explican Silvia Romano y Aníbal García.
En Perú, la dependencia económica “silenciosa” hacia EE. UU. propicia la total injerencia gringa en su política, desarrollo y seguridad pública, revela Tamara Lajtman. Estos países estarán expuestos a mayores restricciones durante el gobierno de Trump, ya que éste planea reducir el déficit comercial de su país y está muy preocupado por la cooperación e inversiones de China, Rusia, Irán y Turquía.
El estadounidense dispone de una gran “caja de herramientas” para presionar a los países inconformes con su agenda ultranacionalista, entre las que destacan la imposición de aranceles, las limitaciones y las sanciones comerciales, alerta Eric Farnsworth.
La designación como Secretario de Estado del reaccionario cubano-estadounidense Marcos Rubio anuncia una intensificación del bloqueo comercial contra la Revolución Cubana, cuyas principales víctimas serán 11 millones de personas. En su primer gobierno, Trump amplió el sexagenario bloqueo con 243 medidas comerciales asfixiantes adicionales, vigentes aún hoy.
Con la falacia de que Cuba es una amenaza terrorista, Rubio escalará el déficit de alimentos, de energéticos e intentará socavar su gobernabilidad patrocinando a la oposición proimperialista. De ahí la urgente cooperación regional y mundial.
A 64 años y siete meses de que el subsecretario de Estado, Lester Mallory, propusiera el bloqueo para “provocar el desencanto” de la población ante las dificultades materiales, el 67º presidente estadounidense intentará cumplir tal objetivo.
Con Venezuela, Trump llegará con la lección aprendida de que “tratar de armar un contra-gobierno demostró ser ineficiente”, prevé el académico Günther Mainhold. Atrás quedó su vano capricho de imponer a Juan Guaidó en la presidencia, aunque Joseph Biden lo imitó en julio de 2024, cuando respaldó a su marioneta Edmundo González.
Y aunque el magnate insistirá en sus amenazas contra Nicolás Maduro, el poderoso lobby energético de EE. UU. cabildea con el gobierno bolivariano para lucrar con el crudo venezolano.
Brasil resulta fundamental para EE. UU., por lo que hasta ahora la relación de Luiz Inacio Lula da Silva con Trump se vislumbra fundamental, pues sus vecinos esperan que mantenga su posición de fuerza por la preponderancia que su país tiene en la región y el bloque Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS).
Sin embargo, hoy la prioridad del presidente brasileño consiste en revertir, antes de la elección general de 2026, la derrota de su Partido de los Trabajadores (PT) en las elecciones municipales, a pesar del “salvavidas” que le significó el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea (UE).
La situación del presidente colombiano Gustavo Petro será también difícil porque Trump endurecerá su política antidrogas; la oligarquía local se fortalecerá con la presencia de éste en la Casa Blanca; aún no define un plan de gobierno y no ha logrado acuerdos con las guerrillas y los disidentes de éstas.
Trump espera beneficiarse del distanciamiento poselectoral de Petro con Maduro, pero no entiende el fuerte interés de ambos por reactivar su relación. Así se vio el 26 de noviembre, cuando la Comisión de Restablecimiento entre sus legisladores reactivó convenios en materia de transporte comercial y de promoción de inversiones.
El presidente electo de EE. UU. no fue ajeno al golpe de Estado en Bolivia de 2019; desde entonces observa cauteloso la política de este país, especialmente hoy ante la rivalidad entre Evo Morales, fundador del Movimiento Al Socialismo (MAS) y el presidente Luis Arce. Su tentación radica en influir nuevamente en la política interna del país sobre el litio y el estaño para favorecer a la derecha en la elección de 2025.
Ecuador es otro foco en la agenda de Trump y Rubio, quienes confían en aprovecharse de la ingobernabilidad propiciada por el presidente Daniel Noboa al suspender a la vicepresidenta pocos meses después de la elección. Pero su plan neocolonialista se dificultará con el triunfo en Uruguay de Yamandú Orsi, candidato presidencial del Frente Amplio.
En el amplio y heterogéneo mapa político latinoamericano se escenifica la intensa competencia entre EE. UU. y los actores externos a la región. Washington ha desplegado toda su influencia y su capacidad injerencista para evitar la cooperación entre los países de América Latina y el Caribe, y las potencias líderes del proyecto sobre un orden multilateral: China y Rusia.
América Latina es importante para la estrategia económica y política de Beijing. Esto fue anticipado por el presidente Xi Jinping desde 2015, cuando en la Comunidad de Estados Latinoamericanosy Caribeños (CELAC) anunció su intención de aumentar el comercio bilateral a 500 mil millones de dólares (mdd) en una década.
Este desafío llevó a EE. UU. a usar todo su poder para expulsar a China y a otros rivales euroasiáticos de América Latina. Por ello, Trump presionará a países como Brasil para limitar su asociación con Beijing, advierte Germán Mangione.
Sin embargo, en la tercera década del Siglo XXI, las relaciones China-América Latina apuntan a la configuración de un mundo con mayor cooperación y beneficios mutuos, destaca Adalberto Santana.
Y como ejemplo cita la construcción china del mega-puerto peruano de Chancay, que resulta fundamental ante su iniciativa de la Franja y la Ruta, a la que se adhirieron 23 estados latinoamericanos. Ese puerto desafió al intervencionismo de EE. UU. y todo indica que halló expresión en el golpe de Estado contra el expresidente Pedro Castillo, quien aún sigue en prisión.
Las cumbres del grupo BRICS+ en Kazán, Rusia, y del G20 en Río de Janeiro, exhibieron la afinidad entre Brasilia y Beijing, su principal socio comercial. Menos público es el modelo de negocios entre China y Bolivia, en el que destaca el nuevo pacto suscrito entre Yacimientos de Litio Boliviano (YLB) y la empresa china CBC Investment Lt., que invirtió mil 30 mdd para producir este metal.
Sin importar la alineación ideológica, gobiernos y actores locales consideran ventajoso negociar con China, hoy el mayor inversor de Argentina por arriba de EE. UU. y Brasil. Por ello resultó muy interesante la asistencia de Xi Jinping a la Cumbre del Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico (APEC), cuya atractiva oferta contrastó con la debilidad estadounidense.
A su vez, la rusa Uranioum One Group pactó con YLB para construir una planta industrial que producirá 14 mil toneladas de carbonato de uranio. Otro actor que Trump concibe como rival externo es Teherán, cuya presencia casi inexistente se evidenció en Occidente y América Latina en pocos años.
Particularmente en Venezuela, debido a las sanciones de Washington contra las exportaciones petroleras; pero también a que el retiro de EE. UU. del Acuerdo Nuclear en 2018 alentó a la nación persa a expandir sus relaciones internacionales.
Así que en cuanto más agresivo sea el ataque de Trump, habrá una contraofensiva de los gobiernos progresistas y resistentes frente al fortalecimiento de sus vínculos con Beijing, Moscú, Teherán y otros centros antihegemónicos, prevé Oliver Stuenkel.
El presidente electo de EE. UU. tiene admiradores en América Latina: pero hay incógnita sobre qué tan empoderados estarán estos trumpistas y hasta dónde podrán alinearse con sus políticas de contención hacia otras potencias extranjeras.
La mayoría son presidentes y líderes populistas de partidos derechistas que coinciden en su desdén hacia todo control internacional, repudian a los migrantes y respaldan el ideario “Haz Grande América otra Vez” –Make América Great Again (MAGA).
Javier Milei, Jair Bolsonaro y Nayib Bukele provienen de la élite política convencional; aprovecharon el descontento popular para acceder al poder; simulan ser independientes, rechazan la ideología de izquierdas y a la prensa tradicional. Por ello diseñaron estrategias de difusión para atraer y manipular a personas poco preparadas y apolíticas.
Bolsonaro destaca entre los trumpistas que moldearán la política injerencista del magnate. Participó en la derechista Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC); su hijo, el diputado Eduardo Bolsonaro, declaró que el retorno de Trump al poder “activa el imaginario de que Bolsonaro también puede volver”.
El hijo de Trump elogió las políticas justicieras de Bukele: su declaración de Estado de Sitio en 2022 y el arresto de 81 mil presuntos delincuentes. Otro trumpista es el canciller de Paraguay, Rubén Ramírez, que quiere ser Secretario General de la desacreditada Organización de Estados Americanos (OEA) y relevar al uruguayo Luis Almagro.
El pasado 22 de noviembre, cuando en EE. UU. se evocaba el 61 aniversario del asesinato del expresidente John F. Kennedy, Ramírez se reunió en Mar-a-Lago con Donald Trump y Elon Musk, donde se prepostuló a ese organismo regional, cuyo presupuesto pretende reducir el magnate.
Estos trumpistas serán las figuras fantasmales que, a partir del 20 de enero, aplaudirán la visión personalista e ideológica y las posibles acciones siniestras que el magnate acometa contra América Latina, alerta Christopher Sabatini.
El 30 de noviembre de 2017, Jared Kushner recibía la Condecoración de la Orden Mexicana del Águila Azteca en grado de Banda, de Enrique Peña Nieto. Ante el repudio general por esta acción entreguista, la Presidencia la justificó con esta hermética frase: “ayudó al T-MEC”. La verdad es que fue un gesto hacia Donald Trump, a través de su yerno y asesor senior.
El retorno a la Casa Blanca del neoyorkino anticipa fuertes fricciones bilaterales. Ya amagó con imponer “hasta con 25 por ciento de aranceles” a las exportaciones mexicanas si no se frena la inmigración indocumentada y el tráfico de fentanilo. Su objetivo real consiste en cerrar el paso a China en nuestro país.
Las élites mexicanas insisten en perpetuar la dependencia con la “integración profunda”, concepto que coincide con la visión de la exembajadora en EE. UU., Martha Bárcena, de que la relación bilateral parece tan vinculada que luce como “un matrimonio sin opción de divorcio”.
¿Cuál es la fortaleza estratégica de América Latina y el Caribe para enfrentar la actitud indispuesta de Trump frente a todo plan integrador?
A esa pregunta de buzos, responde el doctor José Antonio Hernández Macías, especialista del Centro de Investigaciones de América Latina y el Caribe, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM):
“América Latina y el Caribe tienen diversas fortalezas estratégicas ante la embestida de Donald Trump. Una de ellas es que a nivel global ya cuentan con una alianza bastante importante, profunda, con potencias extra-regionales como Rusia y China, que en este momento le están disputando la hegemonía a EE. UU. y eso hace que dejen de depender tanto de ese país como lo hicieron en algún momento.
“A nivel regional contamos con diversos gobiernos de izquierda, que han buscado darle impulso a la agenda de la integración. Por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en su momento, a través de la CELAC, y después el argentino Fernández y Petro que al llegar, ofreció echar a andar ese mecanismo de integración, con la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), CELAC y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA). Y finalmente Lula, que convocó a una reunión para echar a andar de nuevo la UNASUR.
“Me parece que la política de Trump, a través de Marco Rubio, va a hacer que exista mayor unidad, mayor integración entre los países de América Latina y el Caribe; incluso algunos países de izquierda que, en este momento, se encuentran distantes, van a tener que unirse para hacer frente a la presencia de Donald Trump.
“A nivel interno hay mayor concientización política de la importancia del rol del Estado para satisfacer las necesidades básicas de la población; eso se refleja en el retorno de gobiernos que antes perdieron el poder en Uruguay.
“Se prevé que eso pasará en Ecuador con el regreso de la Revolución Ciudadana, victorias como en Guatemala y Honduras y mostrar que hay una región mas consciente de volver con la agenda social amplia del Estado, que no se resolvía con las derechas.
“En general, ésas son las grandes fortalezas estratégicas de la región, a las que se suman sus fortalezas históricas: grandes territorios, riqueza en recursos, población joven, situación geográfica favorable como el Caribe, con rutas de comercio importantes.
“Por ello, veo la presencia de Trump como un síntoma de la decadencia de EE. UU. a nivel global”.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.