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La configuración económica y geopolítica mundial surgida de la Segunda Guerra Mundial está dejando de existir, modificada por el ascenso de nuevas potencias y por la decadencia de los centros de poder económico occidentales y su arquitectura institucional que prevaleció durante 70 años. Uno de sus pilares, la Unión Europea, decae y ve disminuida su presencia económica y política independiente. Alemania y Francia son representativas de esta tendencia.
El año pasado se registró una ola de quiebras empresariales en Alemania. “El pasado octubre se reportaron 2,012 casos de insolvencias empresariales, 35.9% más que en octubre del año anterior (…) la agencia Creditreform prevé 22,400 insolvencias en el año (…) Esto podría situar las cifras cerca de los máximos de 2009 y 2010, cuando quebraron más de 32,000 empresas” (RT, 11 de enero, Oficina Federal de Estadística). Para poner las cosas en contexto, considérese que Alemania es la principal economía de Europa, y que en el auge del libre mercado fue el primer exportador mundial.
Y el futuro no es nada halagüeño. “La crisis económica que azota el país proyecta un nuevo aumento del 25-30% de las insolvencias en 2025” (Sputnik, 10 de enero). Y siendo Alemania la mayor economía de la UE, y ahora en recesión real (si bien no formal), caerán sus ingresos fiscales y su capacidad de apoyar a la Unión, incluidas las guerras instigadas por Estados Unidos (EE. UU.).
En Francia las cosas no están mejor. “Más de 66,000 compañías se fueron a la bancarrota en 2024, cifra récord desde 2009, revela un informe de BPCE Observatoire (…) 28% más que en 2019” (Sputnik, nueve de enero). Asimismo, “Los bancos y aseguradoras francesas también cayeron notablemente, ya que están expuestos al impacto de la ralentización del crecimiento económico (…) Así, las acciones de BNP Paribas –el mayor banco de Europa, que los inversores suelen utilizar como indicador de la economía francesa– cayeron un 8% en 2024” (EIT Media, 29 de diciembre).
Sobre la reducción del peso económico de Europa, leemos en Libre Mercado (seis de enero de 2024): “en el año 2000, la economía de la UE (la suma de los países que ahora forman la UE, aunque en aquel momento no pertenecieran al club) suponía el 20.1% de la mundial. En 2023, había caído al 14.4% (…) Francia, Alemania, España, Italia llevan dos décadas de estancamiento relativo”. Y según el FMI en 2024 el PIB de la UE creció 0.8% (-0.1 menos que el año anterior).
Sobre las causas de esta crisis, vale recordar que históricamente Europa alcanzó su grandeza inicial explotando trabajo esclavo y saqueando recursos de las colonias; pero eso terminó: están cayendo los últimos bastiones del colonialismo, como vemos en el Sahel y en Latinoamérica. Además, a partir de los años 70 del siglo pasado, con el petrodólar y el dólar fiduciario emitido sin respaldo desde 1971, se acentuó una perniciosa dependencia económica y política respecto a EE. UU.; éste ha parasitado a Europa y frenado su progreso; la economía europea ha resentido también el apoyo incondicional a las aventuras militares norteamericanas, donde hace de escudero.
Confrontarse con Rusia y China ha sido un error estratégico de consecuencias desastrosas. Renunciar al gas natural barato de Rusia y preferir el muy caro gas licuado estadounidense, creó una gravísima crisis energética que afecta a la economía toda, particularmente a empresas fundamentales como las automotrices. (Por su importancia, abordaremos este sector como caso especial). China, con su fortaleza exportadora, ha puesto en jaque a la economía europea. En 2022 el superávit comercial de China sobre Alemania fue el más alto desde 1950.
La caída de Francia tiene causas similares: “… desencadenada en parte por el rechazo de París a los recursos energéticos procedentes de Rusia y la pérdida del mercado ruso para numerosas empresas francesas a raíz de las sanciones occidentales contra Moscú (…) se vislumbra una posible salida de empresas francesas del país. TotalEnergies y Tikehau declararon que estudian la posibilidad de trasladar algunas de sus operaciones financieras a EU” (EIT Media, 29 de diciembre).
Las guerras –como la de Ucrania– han sangrado financieramente a Europa y, para colmo, ahora la OTAN le exige incrementar el gasto militar, impidiéndole así atender su maltrecha economía y las necesidades sociales. Por otro lado, algo fundamental: la UE ha perdido competitividad. El Economista, publicación española, puntualiza: “Según el Informe de Competitividad Europea 2024, Europa tiene un déficit de inversión tecnológica de más de 270,000 millones de euros respecto a EE. UU. Esta carencia no sólo impacta la productividad, sino también la capacidad de atraer talento y generar innovación local (…) El coste energético, hasta tres veces superior al de EE. UU., continúa lastrando la competitividad (…) Las recientes crisis globales han demostrado los riesgos de depender de cadenas de suministro internacionales para productos críticos (El Economista, siete de enero).
Sobre el factor tecnológico en la crisis alemana, estrechamente relacionado con la dependencia respecto a EE. UU, el economista Wolfgang Münchau, autor del libro Kaput: el fin del milagro económico alemán analiza, en entrevista con BBC Mundo (20 de noviembre). “Alemania tiene una de las peores redes de telefonía móvil de Europa. (…) En la década de 2010 (…) invirtió menos en fibra óptica e infraestructura digital e incrementó su dependencia de las exportaciones. ‘Es un modelo que por distintos factores quedó obsoleto’ (…) se volvió muy dependiente de unas pocas industrias, en particular de la automotriz. La mayoría de los países grandes tienen industrias diversificadas. No dependen de una o dos (…) Alemania, como país, está vendiendo productos obsoletos, que ya no están a la vanguardia de la tecnología. Esto se debe a que se perdió el Siglo XXI en términos de toda la revolución digital. Pasó años invirtiendo en tecnologías equivocadas (…) La tecnología digital invadió los dispositivos mecánicos en los que el país era puntero y no supo adaptarse (…) no tiene prácticamente ninguna representación en materia de inteligencia artificial (…) Hay una actitud antitecnología (…) nunca estuvo cerca de un accidente y, sin embargo, decidió deshacerse de sus centrales nucleares mientras que en otros países es una parte muy importante de su suministro de energía barato”. A esto agréguese que “sólo cuatro de las 50 principales empresas tecnológicas del mundo son europeas” (Sputnik, FMI, 29 de noviembre).
Y “En el año 2050 no va a haber ninguna economía europea entre las 10 más importantes del mundo” (Jorge Dezcallar, BBC Mundo, dos de enero). La importancia de Europa se ve mermada y se ahonda su dependencia hacia EE. UU., mientras el epicentro de la economía global se desplaza a Eurasia y el Sur Global representado por los BRICS, con 40 por ciento del PIB y más de la mitad de la población mundial. Y no se avizora solución al estancamiento europeo; al contrario, inhibe las inversiones la propuesta de Donald Trump de aplicar aranceles de 10 y 20 por ciento a importaciones de Europa (actualmente en tres y cuatro por ciento).
Para que Europa recupere su dinámica económica, dice el ya mencionado Dezcallar: “El informe Draghi ha sido muy claro al respecto. Europa necesita invertir 800 mil millones de euros anuales y crear una estructura industrial”. A ello debe agregarse un fuerte impulso al desarrollo tecnológico propio, fortalecer el mercado interno, elevando la capacidad de consumo de sus habitantes; en fin, dejar la política guerrerista a la que le arrastra EE. UU. Cada vez se escucha a más personas sensatas que proponen recuperar “la soberanía industrial de Europa”; pero eso implica, como condición sine qua non, recuperar su soberanía nacional en el más amplio sentido, misma que perdió desde la Segunda Guerra Mundial, y ello exige deshacerse de su clase política, ignominiosamente sometida a los dictados de Washington.
El ingreso de divisas por este concepto fue el más bajo en 12 años; factores políticos y económicos en EE.UU. estarían detrás del fenómeno.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.