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Como consecuencia de la retirada norteamericana y de la OTAN de Afganistán, Estados Unidos (EE. UU.), Europa, y la India, aliada de EE. UU., ven fuertemente mermada su influencia en Asia central. Por principio, todas las embajadas en Kabul están cerradas, exceptuando las de Rusia, China, Irán, Pakistán y Turquía. Para mejor entender la situación, la geografía importa. Afganistán está ubicado en una región de importancia geoestratégica. Colinda por todos los rumbos con aliados de China y Rusia: al oeste con Irán; al norte con las repúblicas centroasiáticas de la ex Unión Soviética (Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán), hoy asociadas en la Comunidad de Estados Independientes, encabezada por Rusia. Al oriente y el sur comparte más de dos mil kilómetros de frontera con Pakistán, aliado estratégico de China y confrontado, también, con La India. Finalmente, en una corta franja de 76 kilómetros, colinda al noreste con la propia China, hacia la provincia de Xinjiang, hogar de los uigures, de religión musulmana.
Rusia tiene intereses directos e inmediatos. Percibe una amenaza terrorista real de que el Estado Islámico (EI), enemigo suyo, de Irán y Paquistán, se desarrolle bajo el ala del nuevo gobierno afgano. Pero busca conjurar el peligro mediante la diplomacia. “El presidente Vladimir Putin dijo el viernes que el control de los talibanes era una realidad con la que tenían que trabajar (…) El embajador Dmitry Zhirnov se reunió con un representante de los talibanes en las 48 horas posteriores a la toma del poder y dijo que no había visto evidencia de represalias o violencia (…) El enviado especial del presidente Putin a Afganistán, Zamir Kabulov, incluso dijo que era más fácil negociar con los talibanes que con el antiguo ‘gobierno títere’ (…) los representantes del grupo han estado viniendo a Moscú para mantener conversaciones desde 2018 (…) El mes pasado, Rusia obtuvo garantías de los talibanes de que cualquier avance afgano no amenazaría a sus aliados regionales y que continuarían luchando contra los militantes del EI” (BBC, 25 de agosto de 2021).
Irán se fortalece también. No obstante las conflictivas diferencias religiosas, ha recibido delegaciones talibanes desde 2018. Está vinculado históricamente y en religión con la minoría étnica hazara en Afganistán, también chiita, que ha luchado en Siria al lado de Bashar al-Assad y sufre persecución del EI, al Qaeda y el Talibán, todos de religión sunita. El ministro de Exteriores iraní, ofreció incluso que los hazara ayudarían al Talibán a combatir al EI. Umer Karim, del Royal United Services Institute de Londres, explica: “… Irán lleva colaborando con los talibanes ‘desde hace algunos años’, especialmente a través de la Fuerza Quds, especializada en la guerra no convencional y operaciones de inteligencia militar considerada por EE. UU. como un grupo terrorista. El investigador asegura que esa república islámica “mantiene una relación de trabajo con los talibanes. Ha acogido a los líderes talibanes y también les ha proporcionado armas y apoyo financiero. A cambio, los talibanes se han mostrado más complacientes con los chiies afganos…” (BBC, 31 de agosto).
Pakistán, otra pieza clave, es receptor de las mayores inversiones de China en Asia Central y ofrece un corredor para salida al mar Arábigo, ramal importantísimo de la Nueva Ruta de la Seda. Posee vínculos históricos con el Talibán, cuyos cuadros pioneros fueron formados en las madrasas (escuelas religiosas) pakistaníes, y cuando éstos tuvieron el poder (1996-2001), solo fueron reconocidos por Pakistán y otros dos países; luego de la invasion norteamericana, dio refugio a la dirección talibán. Ciertamente, existen fricciones por añejos diferendos limítrofes, pero China facilita la alianza regional, como ha declarado el ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, en conversación telefónica con su homólogo pakistaní Shah Mahmood Qureshi: “China y Pakistán necesitan reforzar la comunicación y la coordinación para apoyar una transición estable en Afganistán (…) Qureshi dijo que como vecinos de Afganistán, Pakistán y China son los países que más esperan que Afganistán logre la paz, y que como socios cooperativos estratégicos para todo tiempo, deben reforzar la coordinación” (El Diario del Pueblo, 19 de agosto). Omer Aslan, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Ankara Yildirim Beyazit, Turquía, dice al respecto: “De una forma u otra, podemos decir que el nuevo gobierno afgano le será más útil a Pakistán, desarrollará buenas relaciones con China a mediano plazo y mostrará una postura contra India” (AA electrónico, 17 de agosto). Además, “La mayor parte del comercio de Afganistán pasa por Pakistán, incluido el de productos básicos (...) Esta dependencia económica podría animar a los talibanes a cooperar con Pakistán…” (BBC, 31 de agosto).
Pero el país que adquirirá mayor influencia es China, preocupada, obviamente, porque, refugiados en Afganistán, extremistas uigures desestabilicen Xinjiang. Pero actúa con pragmatismo. El 28 de julio, el ministro de Exteriores chino, recibió a una delegación talibán, y declaró que (eran) “… ‘una fuerza clave’ en el proceso de estabilización en Afganistán, en un espaldarazo para una milicia que anhela la legitimación de la comunidad internacional. Por su parte, Baradar (líder del Talibán) expresó el compromiso de su grupo a no permitir que otras fuerzas utilicen el territorio afgano para preparar acciones de violencia que puedan perjudicar a China” (El País, 23 de agosto). El Talibán ha expresado que: “China es nuestro socio más importante”, y “Con la ayuda de China, el Talibán luchará por una recuperación económica en Afganistán, como declaró Zabihullah Mujahid, el vocero talibán, al diario italiano La Repubblica el jueves dos de septiembre. Agregó que el grupo en el gobierno se apoyará principalmente en financiamiento chino. Asimismo, que el Talibán apoya el programa chino de la Nueva Ruta de la Seda” (Whion Delhi, tres de septiembre). En rueda de prensa en Kabul, dijo: “China es nuestro país amigo, nos han ayudado mucho y les hemos pedido que nos ayuden, que cooperen con nosotros, también solicitamos al Gobierno de China que reconozca oficialmente a nuestro Gobierno y mantenga relaciones diplomáticas con nosotros”. De acuerdo con el portavoz, los talibanes están en disposición de brindar su “cooperación y apoyo total para la seguridad” de los proyectos económicos de China en la región” (Infobae, EFE, siete de septiembre). Al respecto, China tiene una importante inversión en la mina de cobre de Mes Aynak, segundo yacimiento más grande del mundo, en contrato por 30 años firmado, en 2007, con el gobierno afgano: “… la mayor inversión extranjera y el mayor negocio privado de la historia de Afganistán. Una inversión de 3,000 millones de dólares” (El País, 27 de abril de 2013).
Ya en su conjunto, la situación permite colegir que podrá cerrarse un bloque regional con Afganistán en el centro, hasta hoy cuña estadounidense. Ante tal perspectiva resulta comprensible que, después de la cruenta guerra que ellos desataron, EE. UU. y Europa sientan verdadera alarma de que China, Rusia y sus aliados logren, por fin, estabilidad y desarrollo en Afganistán, y acrecienten así su prestigio e influencia. Lo ocurrido, y lo que se perfila como inminente, representa un golpe demoledor a la imagen del imperio. El riesgo es que busque reconstruir su maltrecha autoridad mediante golpes militares espectaculares en otras tierras.
Más allá de la geopolítica, desde una perspectiva histórica, los hechos revelan el debilitamiento de EE. UU. como la potencia hegemónica que llegó a ser después de la Segunda Guerra Mundial. Es un serio revés a la guerra de conquista y saqueo, a la arrogancia de querer moldear a todas las naciones a su imagen y semejanza –como un lecho de Procusto mundial–, pretendiendo imponerles su modelo económico, su régimen político y su ideología, ignorando historia y circunstancias y violentando el derecho a la autodeterminación. Es un fracaso de la política de atropellar culturas, dejando una estela de dolor y pobreza, por más que ideólogos oficiosos como Samuel Huntington le llamen eufemísticamente “choque de civilizaciones” u “ocupación”.
Francis Fukuyama escribió a finales de los ochenta que, habiéndose agotado otros ensayos de organización económica y política, en el mundo quedaba, solo e insuperable, el modelo capitalista americano. Hoy la realidad lo refuta y, paradójicamente, en estos días el propio Fukuyama afirma que después de la derrota en Afganistán “Los Estados Unidos no van probablemente a recuperar su estatus hegemónico” (Le Monde, 23 de agosto). Se consolida, pues, un mundo multipolar, más equilibrado, con contrapesos crecientes al poder omnímodo del imperio americano, para bien de la humanidad.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.