Casi el 40% de la población gana el salario mínimo de ocho mil 500 pesos mensuales.
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Escribir sobre futbol es caminar siempre en una cuerda floja; ya que se anda sobre un terreno arenoso donde es sumamente fácil hundirnos. El tema resulta muy manido; y en un instante, a la menor provocación, nos arrastra irremediablemente a los mismos lugares comunes cada vez más cursis y estériles, y a las mismas consignas que se pronuncian fácilmente sobre este “hermoso deporte”. No hacerlo quizá es lo más prudente, pero reflexionar sobre este juego resulta tan seductor como mirar correr la pelota.
Por ello quizás sea necesario debatir, ya que el futbol es un asunto serio y ha sido objeto de estudio, aunque sea tangencialmente, de grandes pensadores. Nicolás González Varela escribió, en 2009, un artículo titulado Pier Paolo Pasolini y el futbol-poesía. En este texto, el filósofo argentino, como guía de turistas, nos muestra la preocupación de Jean Paul Sartre, Albert Camus, Antonio Gramsci y el propio Pasolini, por pasar de la práctica a la teoría del futbol y buscarle una ontología.
Pero, ¿cuál es la oferta social de este deporte? ¿El futbol es en verdad un aliado de las clases bajas? ¿Un rito de entrega, un drama, una pasión, una fórmula de solidaridad, entendimiento y reconocimiento del otro? ¿Puede servirnos como punto de identidad colectiva? Estas preguntas representan un quebradero de cabeza; y las respuestas no terminan por articular un consenso.
Hubo, de hecho, un rechazo importante de ciertos sectores intelectuales que interpretaron al futbol como el opio moderno de los pueblos o, como escribió Terry Eagleton, el crack cocainómano. A partir de esta interpretación, el futbol fue considerado como un instrumento de nuestros amos políticos para adormecer la conciencia del pueblo y distraerlo de la explotación laboral, el saqueo y la barbarie. Era un artefacto cultural tan sofisticado que Terry Eagleton lo consideró como una manera refinada de (simular) resolver los problemas del capitalismo. El futbol es visualizado como las flores imaginarias de las que Carlos Marx escribió que servían como fantasías y consuelo del sujeto que se encuentra encadenado.
Incluso intelectuales como José Emilio Pacheco, por poner el ejemplo de un polígrafo mexicano muy humanista y sencillo, no lograron evaluar adecuadamente la influencia social generada por el futbol. Encaramado sobre la tesis de que el futbol sirve para adormecer a las masas, Pacheco decía que, mientras la educación y los espacios culturales languidecían, el Estado y el nacionalismo promovían al futbol.
Quizás esta crítica sea válida, pero no ataca de fondo el problema del futbol. ¿Por qué es tan importante y por qué ejerce ese magnetismo enajenante en los hinchas que lo sienten y lo supuran? En este sentido, quizá por comodidad intelectual y para no reflexionar más allá, nos situamos en la hipótesis que Pablo Alabarces propone en varias investigaciones, entre las que destaca Historia mínima del futbol en América Latina. Siguiendo los pasos del sociólogo brasileño Rodolfo de Matta, quien afirma que el futbol permitía una representación de los dilemas y conflictos de la sociedad y no su ocultamiento, Alabarces emite esta tesis: el futbol impulsa una igualdad transitoria, una democracia imaginada, un espacio donde el débil pueda vencer al poderoso.
Pero quizá sea el único espacio, el deportivo, donde existe la única posibilidad de vencer a los opresores de la sociedad capitalista en la que, sin embargo, hasta el futbol se ha convertido en una mercancía global. He ahí donde radica el dilema futbol. Es la prefiguración de cierta autonomía revolucionaria. Sin embargo, el futbol no es el socialismo. Nos queda luchar por preferir la flor viva, arrancándonos las cadenas.
Debo reconocer que el problema no está resuelto ni tengo una respuesta satisfactoria para entenderlo; pero si de algo podemos tener una certeza, es que existe un algo, un secreto nebuloso dentro de ese deporte, un llamado ancestral, un aglutinamiento colectivo que incita a la unión, al reconocimiento entre pares… lo siento, heme aquí cayendo en los mismos lugares comunes que critiqué al principio.
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Escrito por Aquiles Celis
Maestro en Historia por la UNAM. Especialista en movimientos estudiantiles y populares y en la historia del comunismo en el México contemporáneo.