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Este 1º de diciembre tomó protesta Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien fue electo por más de 30 millones de electores. Pareciera que ello le dio un cheque en blanco firmado por los que votaron por él para hacer de las instituciones y de la ley lo que se le venga en gana; sin embargo, eso es peligroso. La transición fue tersa, lo cual refleja que, dígase lo que se diga, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) entrega a la nación un país en paz, a diferencia de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto, en la que grupos cercanos a AMLO y a la corriente de Morena, tomaron con violencia el Congreso de la Unión y protagonizaron actos vandálicos. Cuando Monreal dio el posicionamiento de Movimiento Ciudadano, anunció el primer muerto del sexenio y en la siguiente intervención, el coordinador de los diputados del Verde Ecologista, Arturo Escobar y Vega, desmintió categóricamente el dicho de Monreal, demostrando que Morena pretendía colocarse en el papel de víctima con actos anarquistas que en esta transición no se vieron para nada.
Aún con la tersura del cambio, esta transición ha presentado más dudas que respuestas claras. Hay incertidumbre, euforia y escándalos artificiales. Parece que en el fondo se repetirá la máxima histórica: panem et circenses (pan y circo). Me explico. En la primera parte de su discurso, durante el cambio de poderes, AMLO emitió un diagnóstico claro y preciso de los efectos de las políticas neoliberales iniciadas, en 1982 durante el sexenio del presidente Miguel de la Madrid Hurtado, hasta el de Enrique Peña Nieto; y habló de que los únicos beneficiaros del neoliberalismo era una “minoría rapaz” y “la alta burocracia”, pero que eso se había acabado. Que el modelo neoliberal habría concentrado la riqueza en unas cuantas manos dejando a millones de mexicanos en la pobreza y que eso acabaría. Que las reformas estructurales neoliberales no habían cumplido con su cometido, pues no habían traído la inversión extranjera que anunciaron, dejaron endeudado al país y que los beneficios prometidos en cuanto a la baja del precio de las gasolinas, el gas y la luz, nunca habían llegado. En resumen, el resultado del modelo neoliberal fue: millones de pobres por un lado y un puñado de privilegiados que se han ensanchado los bolsillos gracias a ese modelo.
Ante este diagnóstico cierto, duro, pero correcto, ¿qué conclusión natural se saca? Que hay que combatir el neoliberalismo, que hay que acabar con el mal de raíz; sin embargo, las señales que se dieron no van para nada en ese sentido. En primer lugar, se reconoció abiertamente al Lic. Enrique Peña Nieto por la firma del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC), sustituto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En otras palabras, el nuevo Presidente de México aplaudió el símbolo principal del neoliberalismo: el libre comercio.
Ahora bien, partiendo de que el neoliberalismo existe y de la base de que como medida transitoria hacia una nueva sociedad, dentro del marco del capitalismo se puede atender como prioridades los cuatro puntos que ha planteado puntualmente el Movimiento Antorchista: 1. Cambio de política fiscal para que paguen más impuestos los que tengan más dinero, para que con ello elevemos la captación de recursos y con ello: 2. Generar los empleos que no pueda impulsar la iniciativa privada mediante la inversión pública. 3. Promover, en serio, el alza de salarios con control de precios para lograr el incremento del salario nominal, pero, sobre todo, el incremento salarial en términos reales. 4. Finalmente, es necesario reorientar el gasto público, pues el 32 por ciento del gasto social iba a parar al 20 por ciento más rico, que son unos cuantos; y el 13 por ciento del gasto social iba a parar al 20 por ciento más pobre, en otras palabras, que el gasto social favorezca en serio a los que menos tienen.
Pues bien, la segunda parte del discurso del Presidente se enfocó en que la causa de todos los males es la corrupción; y las medidas que propone para combatir a ésta y al neoliberalismo no van a la raíz del problema. En relación con la política fiscal, el Presidente dijo que no se crearían nuevos impuestos, lo cual ha recibido muchos aplausos; sin embargo, el pueblo trabajador es quien paga más impuestos, pues le quitan 32 por ciento de Impuesto Sobre la Renta (ISR) y de lo que resta, debe pagar 16 por ciento de Impuesto al Valor Agregado (IVA) y debe pagar el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) cuando hace uso del transporte público y debe pagar predial, etc.; por el lado del IVA, dijo que bajaría al 50 por ciento en la frontera, es decir, se cobraría el ocho por ciento, lo que reduce significativamente el ingreso fiscal y promueve incentivos al registrar el domicilio fiscal de las empresas en la franja fronteriza norte para pagar menos impuestos; asimismo, cuando Monreal presentó su iniciativa para acotar las comisiones bancarias, el entonces Presidente electo recibió una llamada del presidente de BBVA Bancomer desde España; el resultado de esa plática fue que no habría cambios significativos en las leyes fiscales en los siguientes tres años, en otras palabras, que el neoliberalismo siga funcionando tal cual. En relación con los salarios, AMLO solo se refirió a que incrementarán al doble (del mínimo, que es de 80 pesos a 160, es decir, de medio dólar por hora a un dólar por hora, mientras en Estados Unidos se pagan nueve dólares por cada hora) en la frontera, en otras palabras, seguirá el viacrucis del trabajador, que labora jornadas extenuantes, paga transporte y gana una miseria; el neoliberalismo seguirá igual. En relación con el tema del empleo, se dice que la realización del Tren Maya generará 400 mil empleos, que la siembra de árboles en el sur generará otros 400 mil empleos y que el canal seco con el Tren del Istmo, generará otros 400 mil empleos; finalmente, que dos millones de ninis recibirán una beca de tres mil 600 pesos mensuales y trabajarán así, de forma subsidiada, para las empresas, aunque éstas no los necesiten, pues de lo contrario ya los hubieran contratado. Actualmente, 3.4 por ciento de los mexicanos están desempleados, es decir, 2.7 millones de mexicanos; pero el nivel de informalidad en 2018 suma a 30 millones de la población económicamente activa (52.4 millones de personas), es decir, 57 por ciento de desempleo real. Finalmente, el gasto social que plantea ejercer el gobierno entrante se basa, principalmente, en los programas de transferencias directas, es decir, entrega de dinero de forma personal. Esta entrega de apoyos solamente logrará fortalecer al neoliberalismo, pues no se crean empleos y la gente se gasta el dinero que le dan en las mercancías que normalmente consume, mercancías que les venden las compañías trasnacionales; así, los programas que entregan dinero a la gente no sacarán a ésta de la pobreza, pero sí ayudarán a las empresas neoliberales a colocar sus mercancías.
Como se puede ver, el diagnóstico de la realidad mexicana es correcto, pero las medidas que se proponen no tienden a combatir el neoliberalismo, sino a mantenerlo y profundizarlo. ¿Estamos ante una nueva historia? Lamentablemente, no. El neoliberalismo seguirá y, por tanto, sus males.
El que las familias mexicanas lleguen a enero desgastadas y con una carga muy pesada se debe a dos factores que el país arrastra desde hace muchos años; uno son los bajísimos ingresos laborales.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.