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Jóvenes de la Sierra Norte de Puebla, entre los sueños y la opresión
Muy pocos jóvenes transforman la realidad que les toca vivir; la mayor parte se conforma con la vida que ésta le impone y acepta el camino ya trazado: convertirse en mano de obra barata y exportable a las ciudades del país y de Estados Unidos.


¿Usted conoce la Sierra Norte de Puebla? Permita que se la describa brevemente. Es un lugar con abundantes bellezas naturales, producidas por un relieve accidentado. Sus cordilleras y barrancas en meses soleados se llenan de la humedad y la frescura que provocan los vientos alisios del Golfo de México; en contraste, durante la temporada de lluvias, los apacibles vientos se tornan violentos y se convierten en huracanes que causan enormes estragos. La zona cuenta con una carretera en mal estado, que frecuentemente se encuentra incomunicada por los deslaves.

En esta temporada las familias indígenas padecen más; en los días lluviosos no pueden salir a trabajar en sus parcelas. El hogar queda en la indefensión y en peligro latente de que los derrumbes anuales cobren altas cuotas de víctimas debido a la pasividad de las autoridades que siempre responden a paso de hormiga a los desastres. La naturaleza desempeña un papel importante en la vida de los hombres. Los serranos que llegan a la juventud son fuertes y rudos porque la agreste naturaleza así lo exige. Pero no todos llegan a esta edad.

Según la Organización de las Naciones Unidas para Atención de la Infancia (Unicef), dos de cada 10 niños padecen desnutrición y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reporta una tasa de mortalidad infantil de más de 14.4 por ciento, la más alta del país; además, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) clasifica a estos municipios entre los más pobres. La pobreza afecta a más de 70 por ciento de la población; y en 10 municipios. Desde la época de sus ancestros, las comunidades nahuas y totonacas han padecido la marginación y la opresión de los caciques de la región, quienes acaparan los productos de su trabajo y los mantienen en la miseria.

La vida de los jóvenes transcurre igual de generación en generación. En sus comunidades de origen realizan sus primeros estudios en escuelas de muy baja calidad. Desde muy pequeños tienen que trabajar en actividades del campo y aprovechan sus vacaciones para buscar en las ciudades trabajo como albañiles, mozos o chalanes en el comercio formal, el informal o en “lo que caiga”.

Solo algunos llegan a la preparatoria y pocos tienen posibilidades de estudiar una carrera profesional. La meta principal de hombres y mujeres consiste en casarse a muy temprana edad y acelerar su reproducción ante la incertidumbre de su futuro. ¿Qué puede esperar un joven de la vida si de antemano le han arrebatado todo? Hasta sus sueños se simplifican con la satisfacción de sus instintos primarios.

Una vez terminada la escuela esperan encontrar un buen trabajo. La mayoría cuenta con familiares que trabajan en la ciudad y tienen la falsa creencia de que llevan una vida mejor, aunque renten o vivan en alguna casucha de arrabal y tengan trabajos muy precarios. En lo que menos piensan es en quedarse en la sierra. ¿Quedarse para qué, si en ella no hay trabajo y el poco que hay es temporal con salarios menores a 100 pesos?

Los que logran colarse en la universidad multiplican sus sueños, pero no van más allá de las ideas y los prejuicios que cargaron desde niños. La única diferencia con los otros jóvenes es que aspiran a un trabajo mejor, pero mantienen la misma religiosidad, creencias y valores que los demás, y con ello perpetúan el statu quo de los caciques. Éstos son los únicos que comen y viven bien; que pueden mandar a sus hijos a estudiar fuera de la sierra; los que saben que la preparación es fundamental para que sus vástagos ocupen los mejores puestos políticos y económicos de la región.

Para los profesionistas hijos de padres pobres, conseguir trabajo es un predicamento; el mercado laboral está muy restringido y pocos pueden emplearse. Forbes afirma que, en México, la mitad de los desempleados son profesionistas y entre éstos, los que logran emplearse en sus primeros años tienen salarios menores a cinco mil pesos mensuales. Los jóvenes serranos no están exentos de la terrible realidad nacional, que se ensaña más con ellos por ser indígenas.

Muy pocos jóvenes transforman la realidad que les toca vivir; la mayor parte se conforma con la vida que ésta le impone y acepta el camino ya trazado: convertirse en mano de obra barata y exportable a las ciudades del país y de Estados Unidos. Caen en el engaño de empresarios, caciques y partidos políticos, que los mantienen divididos. La trampa de la pobreza no les permite escuchar la voz del poeta que sentencia: “y cuando pasa sin mirar al cielo, ¡la tierra tiembla bajo sus pies!”.  


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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