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Omar Carreón Abud
Estados Unidos: la pandemia y el racismo
El racismo, como una manifestación de la opresión de clase, está vivo en EE. UU.


Antes de la pandemia, la situación en Estados Unidos (EE. UU.) ya era complicada, el poder y la influencia que había acumulado en los últimos cien años estaba decayendo, sus alianzas, como la que tenía con la Unión Europea, se estaban debilitando y los últimos treinta años en los que aparentemente se había quedado solo, como única potencia en el mundo, habían visto surgir incontenible el poderío de un gran competidor: China. En estas condiciones, le llegó la pandemia del virus SARS-Cov2 y le ocasionó gravísimos problemas económicos de los que la opinión calificada del mundo no se atreve a vaticinar cuándo va a salir. Así estaba la situación cuando mediante la casualidad se abrió paso la necesidad, en un lugar cualquiera, en este caso, en Minneapolis, en el estado de Minnesota, un policía de los millones que existen en EE. UU. y que son entrenados e ideologizados durante años para convertirlos en armas letales, asfixiaba a un ciudadano de color, a George Floyd, hincándole la rodilla en el cuello durante ocho minutos y 46 segundos cuando ya lo tenía esposado y completamente sometido; se cometía otro crimen racista.

Como consecuencia, una buena parte de la población de Minneapolis salió a protestar y a exigir que el policía directamente involucrado y otros tres que lo apoyaban, fueran procesados y castigados. Las autoridades de Minnesota se tomaron su tiempo para encausar al autor material, solo días después lo acusaron de crimen “involuntario” y todavía a la hora de redactar estas líneas mantienen sin cargos a los otros tres “guardianes del orden”. El homicidio y la reacción de las autoridades indignaron a los manifestantes iniciales y las protestas fueron cada vez más violentas, hasta se atrevieron a quemar la comandancia principal de la policía en Minneapolis. Horas después, las protestas pacíficas cada vez más numerosas surgieron en el estado de Nueva York, Filadelfia, Texas, California, Illinois, Utah, Washington, Florida, Delaware, Massachusetts, New Jersey, Pensilvania, Carolina del Sur y Tennessee, hasta llegar a 75 ciudades importantes, en 25 de las cuales se ha declarado el toque de queda. La masa justamente indignada estremece al vecino del norte.

El racismo, como una manifestación de la opresión de clase, está vivo en EE. UU. Si los gobernantes de ese país han hecho ostentación durante más de cien años de su poderío para imponer su forma de vida por la fuerza a buena parte del mundo, es perfectamente esperable que una parte de la población, las clases altas y algunos de las clases medias que no tienen el privilegio de ser explotadores de fuerza de trabajo pero que son blancos, se sientan y se comporten como raza superior. El nazismo no murió con Hitler. Las ciudades gemelas de Minneapolis y Saint Paul, en el corazón del próspero estado de Minnesota, son abrumadoramente blancas, solo el 25 por ciento de la población no es blanca (lo cual no es obstáculo para que el 55 por ciento de los conductores detenidos por “violaciones de tráfico” sean negros), pero los barrios en los que habita se caracterizan por ser los más pobres; en esta zona, la tasa de propiedad de vivienda negra es de las más bajas del país; la tasa de desocupación entre la población de color es de 18 por ciento mientras que la de la población blanca es del cuatro por ciento; en 2016, el hogar blanco promedio ganaba 76 mil dólares al año, en tanto que el hogar negro promedio ganaba 32 mil y el 6.5 por ciento de los hogares blancos estaba por debajo de la línea de pobreza, mientras que el 32 por ciento de los hogares negros estaba en ese rango. La agresiva diferencia en la distribución de la riqueza en todo su apogeo. Item más. Personas de 65 años de edad más o menos, todavía vieron letreros en tiendas y restaurantes en la cuna de los derechos humanos, en los que se leía: “Prohibida la entrada a perros y a negros”.

La grave diferencia no se limita a las Twin cities, es la característica de la nación entera, así como sus sangrientas consecuencias. Son ya famosas las protestas en EE. UU. por la violencia policiaca en contra de la población de color, hoy viene a la memoria el barrio de Watts en Los Ángeles, los brotes descontento en Newark y las inmensas manifestaciones luego del asesinato de Martin Luther King. Solo en la región en la que ahora se asesinó con premeditación, alevosía y ventaja a George Floyd, “I can´t breed!”, en 2015, 2016 y 2017 hubo sonados casos de asesinatos a personas de color en los que la autoridad se mostró muy renuente a castigar a los policías. EE. UU. ya ha transitado por inmensas manifestaciones populares que se oponen a la violencia racista. Pero eran otros tiempos.

Ahora las enormes protestas ciudadanas –porque no solamente participan personas afrodescendientes– se encuentran con que las familias de EE. UU. lloran a más de cien mil de sus parientes muertos por el SARS-Cov2, más que en todas las guerras que ha promovido el imperio en todo el siglo pasado; están, pues, en medio de una pandemia terrible; los fallecimientos con relación a su población total son ya 80 veces mayores que en China. La economía ya se contrajo en 4.8 por ciento y, consecuentemente, los desocupados, solo aquellos que tienen derecho a solicitar la ayuda por desempleo (es decir, sin contar a los empleados por su cuenta y los emigrados sin documentos), ya suman más de 40 millones, una cantidad estratosférica si tomamos en cuenta que en tiempos normales, los inscritos para recibir estos beneficios rondaban los 600 mil y, la situación tiende a empeorar, tanto, que algunos expertos calculan que la reducción del PIB llegará este año al 40 por ciento. A la pandemia pavorosa ha seguido una devastadora crisis económica que ya tiene en entredicho el poderío y la influencia norteamericana y, a todo eso, se ha venido a añadir un huracán de protestas sociales que todavía no incluyen a la clase obrera fabril. 

¿Diálogo? ¿Conciliación? ¿Castigo a los policías asesinos, como cabría esperar de un país cuyos dirigentes han impartido lecciones de respeto a los derechos humanos durante décadas a todo el mundo? No, nada de eso, los policías de buena parte de las ciudades de EE. UU., están dando cátedra de ferocidad y violencia, ahora testimoniadas puntualmente por los dispositivos portátiles; y el propio presidente los arenga a ser implacables, llama “débiles” a los gobernadores, amenaza con encarcelar diez años a los manifestantes violentos y llama a la capital a miles de soldados armados. El imperialismo hoy. ¿Y el de mañana? 

 


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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