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En las universidades y medios de prensa, profesores e intelectuales al servicio del sistema actual pretenden convencer (y han convencido a muchos), de que el desarrollo es un proceso abierto para cualquier país, que no discrimina, que todos podemos seguir para alcanzar el progreso. Nos dicen que sólo es cuestión de empeñarnos al máximo; como se dice coloquialmente, de “echarle ganas”, y por esa vía los países hoy pobres terminarán emparejándose con los ricos. Y ahí estaremos seguramente, nos dicen, los casi 196 países del mundo.
Admiten (¡faltaba más!) que anteriormente, durante el colonialismo, hubo una fuerte divergencia entre economías ricas y pobres, pero que eso está desapareciendo: “La Revolución Industrial y el colonialismo dieron lugar a una gran divergencia (Maddison, 2007). Entre comienzos del Siglo XIX y mediados del Siglo XX, la brecha entre el promedio de ingreso per cápita del “norte”, más próspero e industrial, y del “sur”, menos desarrollado, se incrementó de un factor de 3 o 4 a un factor de 20 o más (Milanovic, 2012). (pero, nos alientan) Esa divergencia se atenuó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el colonialismo llegó a su fin…” (Finanzas & Desarrollo, septiembre de 2012).
Y para que no perdamos la fe y sigamos su receta mágica, el FMI nos anima diciéndonos que existe la bendita “convergencia económica”: “La convergencia se produce cuando la diferencia en los ingresos de las economías más ricas y más pobres se reduce” (FMI). Y abundan al respecto: “La economía mundial ingresó en una nueva era de convergencia alrededor de 1990, cuando el promedio de ingresos per cápita de las economías de mercados emergentes y en desarrollo tomadas en conjunto comenzó a crecer mucho más rápido que en las economías avanzadas. La marcada división entre países ricos y pobres que caracterizó al mundo desde la Revolución Industrial de comienzos del Siglo XIX se está desdibujando” (Finanzas & Desarrollo, septiembre de 2012). Y más todavía: “… la nueva convergencia ha acortado la distancia entre las economías avanzadas y las economías en desarrollo si se las toma como dos agregados…” (Finanzas & Desarrollo, septiembre de 2012). Para justificar toda esta palabrería han ajustado el lenguaje, creando eufemismos ad hoc, como llamar a los pobres “países en vías de desarrollo”, tratando de sugerir que “ahí la llevamos”, que “ya mero llegamos”.
Finalmente: “La convergencia ocurre cuando las economías de menores ingresos per cápita registran mayores tasas de retorno de capital y, en consecuencia, altas tasas de crecimiento económico, en relación con las economías de altos niveles de ingresos (i.e. efecto catch-up)” (Ensayos. Revista de economía, Vol. 39 No.2, 2020). El famoso efecto catching up (ponerse al día, alcanzar, emparejarse), se logrará, nos aleccionan, 1) mediante el desarrollo tecnológico de los países pobres, y 2) por la vía de la inversión extranjera directa (IED) que insufla energías y dinamismo a esas economías. En la misma dirección nos empuja la “teoría de la filtración”, según la cual el crecimiento económico basta para que automáticamente mejore la situación de todos los países y de los habitantes de un país: una auténtica pifia teórica para ingenuos.
Todo esto es pseudoteoría, pues la evidencia histórica mundial muestra con creces cómo cada día los países pobres se hunden más y se tornan más dependientes de los ricos. El abismo entre ambos crece. Baste ver las marejadas de inmigrantes huyendo del hambre desde África a Europa, o de Latinoamérica a Estados Unidos en busca de empleo y sustento. La IED no es solución ni incentivo al desarrollo, es un sifón para succionar la riqueza de los países débiles, dejando a cambio desastres ambientales (por ejemplo, las empresas mineras o muchas industriales), y obligando a los gobiernos de los países “beneficiados” a subvencionar a los corporativos trasnacionales con dinero de los contribuyentes.
Simplemente no son damas de la caridad. Véase por ejemplo cómo los grandes bancos extraen inmensas ganancias de los países pobres, como México, donde cobran comisiones bancarias más altas que en sus países de origen. Sólo para ilustrar: el año pasado, el Banco Santander México registró utilidades netas por 29 mil 58 millones de pesos, 9.8 por ciento más respecto a 2022. En materia tecnológica nos han hecho dependientes y hemos de adquirir su tecnología (normalmente no la más avanzada) a precio de oro, gastando sumas estratosféricas en pago de patentes. Y no van a dotar a sus competidores con tecnología de punta para que les desplacen del mercado. Recuérdese todo lo que representó el beneficio de las vacunas Covid para las grandes farmacéuticas como Pfizer.
En fin, toda esto de la convergencia pretende hacernos olvidar que países pobres, como el nuestro, colonizados durante 300 años, víctimas de la política mercantilista de España, llegamos tarde al capitalismo: alrededor de tres siglos después que los países hoy industrializados y “avanzados”, cuando ya el mundo estaba repartido. Desde entonces quedamos a la zaga, sometidos y saqueados.
Y cuando los medios de sometimiento ya citados fallan; cuando los países pobres no aceptan entregar sus mercados o sus materias primas; cuando reclaman la soberanía sobre sus recursos naturales, entonces vienen las sanciones económicas de muy diversa índole; y si todavía ese recurso no funciona y no logra doblegar a los insumisos, ahí están, prestas, las cañoneras, para obligarles a abrirse y entregar su patrimonio nacional a los imperialistas. La guerra es la “estrategia competitiva” de última instancia empleada por las naciones poderosas, como las del G7, para imponerse económicamente.
En una palabra, los partidarios de la “teoría” de la convergencia pretenden taimadamente ocultar la existencia y el dominio férreo del imperialismo en el mundo; una estructura económico-política con la que los países “industrializados” imperialistas succionan riqueza de los países “en desarrollo”. Realmente serán sueños de opio si estos últimos piensan que siguiendo los dictados del FMI, Banco Mundial, Club de Roma, G7, etc., podrán prosperar e igualarse con éstos. Recordemos que si los países ricos lo son, es gracias a que los pobres son pobres: una cosa presupone, implica, necesariamente a la otra. El saqueo ha dejado en la indigencia a las naciones de África y América Latina y, para colmo, el escarnio: nos ofrecen que sigamos dejándonos saquear para… prosperar. Verdaderamente kafkiano.
Nos recuerda todo esto aquella fábula del burro y la zanahoria. Como el burro, cansado ya de malos tratos y del agotador trabajo, no quería jalar más el carro, el astuto amo puso delante de las narices del jumento una zanahoria colgada en el extremo de un palo y, sentado en el carro, movía la zanahoria frente al borrico; y tan tentadora lucía ésta, que el animal no sólo caminó: corrió tras ella, obviamente, sin poder alcanzarla nunca pero, eso sí, tirando del carro con gran fuerza y velocidad.
¿Quiénes se benefician y qué lograron con la masacre? Nada en claro, más que desestabilizar al recién reelecto presidente Vladimir Putin. Pero no consideran que, lejos de lograrlo, solamente consiguieron unificar con mayor decisión al pueblo ruso.
Los centenares de congresistas se comprometieron a derribar las modernas estructuras de odio que tales agrupaciones políticas ultraderechistas operan.
Noviembre ha hecho públicas una serie de declaraciones que dan cuenta del estado putrefacto y en fase terminal en que se encuentra Kiev, sólo esperando por una extremaunción que tendrá repercusiones más allá de sus fronteras.
No fue el huracán Otis el causante de la desgracia de Guerrero, sino un conjunto de factores. El principal es el alto número de pobres, que lo ubica entre los estados con mayor pobreza en la República.
A pesar del indiscutible rol que juegan los bosques, cada año disminuye su superficie debido al cambio de uso de suelo, tala clandestina e incendios forestales. De 2000 a 2018 se perdieron 13 mil 777 hectáreas.
La filosofía de Hegel estableció en efecto la idea de la unidad de lo material y lo espiritual, “de su acción recíproca y su devenir solidario”. Desde esta perspectiva, “el hombre es uno solo con la totalidad del ser”.
El sistema de residencias médicas en México ha sido sinónimo de un camino demandante, con jornadas de 80 horas semanales, condiciones de vida desfavorables, e incluso maltratos de compañeros y superiores.
Hoy tenemos un país más enfermo, sumido en el abandono gubernamental, un escamoteo que se pretende ocultar con el reparto de tarjetas que ni de lejos resarcen la pérdida sufrida en la salud de los mexicanos ni en sus mayores gastos en ese rubro.
Entrelazados a lo largo de una historia centenaria, el Tíbet y China comparten un único destino.
El andamiaje institucional internacional, parte de la superestructura político-jurídica, entra en crisis al perder el imperio el inmenso poder económico y político del que gozaba.
¿Por qué hacer futuro? Porque en unos años más, serán las manos y mentes que moverán el aparato productivo, político y social del país. ¿Por qué sostengo que el Estado mexicano tiene en el olvido a la juventud?
Las Dos Sesiones han demostrado plenamente la ley de oro del desarrollo de China. Con las cinco letras de la palabra China, quisiera analizar las cinco señales transmitidas:
¿Es la guerra mundial verdaderamente inevitable? Veamos
Me tocó ser uno de los disertantes en el Foro Diálogo sobre fake news el pasado 20 de noviembre, en la ciudad de Moscú, organizado por Lapsha Media y Dialog Regiony.
La inescrupulosa venta de ilusiones sobre un sistema de salud igual al de Dinamarca ha quedado desmentida con creces por la triste realidad. En la práctica, la salud de los mexicanos de más bajos ingresos está abandonada. Veamos.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.