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Es el corazón del marxismo hay una forma de concebir la política revolucionaria que, a mi juicio, es necesario comprender, asimilar y recordar siempre. Esta concepción es lo que normalmente denominamos socialismo científico y que, a muy grandes rasgos, consiste en buscar alternativas de transformación social para el beneficio y liberación de las clases oprimidas a partir del estudio científico de la realidad.
En otras palabras, el socialismo científico plantea que, para poder transformar el mundo con arreglo a nuestros planes e intenciones, es necesario estudiar la realidad de forma rigurosa y sistemática, es decir, de forma científica. El desarrollo de una ciencia crítica, que nos permita acercarnos a las verdades del mundo, es una condición indispensable para la liberación social porque sólo este conocimiento nos permitirá (1) hacer diagnósticos correctos sobre los problemas que queremos resolver; (2) elaborar objetivos, planes y estrategias realistas para actuar; (3) definir los mejores caminos o tácticas de acción para lograr dichos objetivos; y (4) aprender a corregir cuando sea necesario hacerlo.
Para el marxismo, la ciencia debe servir como guía para la política. Sin embargo, es preciso hacer un par de aclaraciones. En primer lugar, hay que señalar que esa ciencia no está acabada. Sería ilusorio creer que la ciencia que ha de servirnos como guía ya está contenida en alguno o varios libros, como si la verdad del mundo hubiera sido ya revelada. Pero no. La ciencia sólo puede existir como una actividad en constante construcción y esto es así, precisamente, porque la realidad que la ciencia intenta conocer es infinita y está en constante cambio. Por eso mismo, la ciencia debe ser también una labor colectiva, cotidiana y constante.
Pero hay una segunda cosa que aclarar, y es que el mero conocimiento científico no va a transformar el mundo. Para lograr esta transformación es preciso que las clases oprimidas entiendan y asimilen las verdades de la ciencia. Aunque aquí se debe tener cuidado, porque la ciencia no es sólo ni fundamentalmente un conjunto de creencias verdaderas. Por eso, para politizar desde un punto de vista revolucionario, es decir, para educar en el socialismo científico no es suficiente con difundir verdades o consignas (aunque éstas sean correctas).
La ciencia es una actividad en la que, sí, intentamos alcanzar las verdades del mundo, pero de forma reflexiva y crítica. En otras palabras, la ciencia trata de llegar a la verdad siendo consciente de los razonamientos, métodos, evidencias y limitaciones que tiene para alcanzar dicha verdad. Si queremos que las clases oprimidas entiendan y asimilen las verdades de la ciencia, no basta con que conozcan y repitan las verdades conocidas; es necesario, además, que aprendan a pensar científicamente, es decir, de forma reflexiva y crítica; es preciso que conozcan la verdad, pero por las razones correctas, para que ellas mismos se convenzan de forma razonada y consciente.
Sé que lo que digo suena muy difícil de lograr. Algunos incluso dirían que es utópico, porque en las condiciones actuales de nuestras sociedades, llenas de desigualdad, pobreza, precariedad, violencia y demás problemas estructurales, la educación popular no puede alcanzar estos objetivos, o al menos no de forma completa. Y estoy parcialmente de acuerdo con la objeción. Sin embargo, me parece que la lejanía o dificultad del objetivo no es razón para no avanzar en esa dirección, sobre todo en este caso.
La politización de las clases populares, es decir, su educación política en un sentido revolucionario, no es una tarea accesoria o complementaria; es, en realidad, una de las tareas sustanciales para la revolución y una labor de primer orden para sus activistas.
En La sagrada familia, por ejemplo, Marx y Engels criticaron duramente a un grupo de pensadores de la época, conocidos como jóvenes hegelianos o hegelianos de izquierda, precisamente por no alcanzar a entender estas cuestiones.
La crítica tenía al menos dos caras.
Por un lado, Marx y Engels cuestionaban la manera en que estos pensadores entendían la ciencia, pues todo parecía indicar que, para ellos, la ciencia era una cuestión eminentemente teórica. No es que Marx y Engels desdeñaran la teoría; lo que pasaba es que ellos veían a los jóvenes hegelianos muy desentendidos del estudio de la realidad; era como si sólo con sus esquemas teóricos ellos ya pudieran interpretar el mundo sin tener que estudiarlo seriamente. Esto es lo que Marx y Engels cuestionaban, pues la ciencia no se puede construir sólo teóricamente, sino que necesita aproximarse a la realidad para desentrañar de ella la verdad.
Por otro lado, Marx y Engels denunciaban que los hegelianos de izquierda concebían a las masas populares como sujetos pasivos y carentes de conciencia que, por lo mismo, debían limitarse a obedecer lo que ellos (los poseedores del conocimiento) tuvieran que decirles. Para Marx y Engels, los jóvenes hegelianos reducían a la masa a la única cualidad que podían atribuirle, “la cualidad del perro, la pura devoción a su amo”.
Para Marx y Engels, en cambio, la cuestión es muy distinta. Para ellos, sí, la ciencia debe guiar a la política. La verdad es la autoridad. Pero esta verdad y estos conocimientos ni están ya acabados ni son privativos de un grupo de iluminados. Por supuesto, los científicos comprometidos con la revolución pueden colocarse a la vanguardia, pero no deben asumir que la tarea de la masa es obedecer de manera ciega y devota. Por el contrario, la obligación del científico revolucionario es, como diría Lenin años después, explicar pacientemente para convencer de forma consciente y racional, para ayudar a elevar la comprensión de los trabajadores y que sean ellos mismos quienes, de forma autónoma, puedan realizar su liberación.
Es destacable la claridad que tenía Lenin en torno a estas cuestiones. Ya desde 1901 es posible encontrar un breve texto suyo donde critica una revista de divulgación socialista llamada Svoboda precisamente por caer en la vulgarización y no contribuir a la elevación de la conciencia popular. Lenin señala lo siguiente:
“El escritor popular no presupone un lector que no piensa, que no desea o no sabe pensar; al contrario, en el lector poco desarrollado presupone el serio propósito de trabajar con la cabeza y le ayuda a efectuar esa seria y difícil labor, le conduce, ayudándole a dar los primeros pasos y enseñándole a seguir adelante por su cuenta. El escritor vulgar presupone un lector que no piensa y ni es capaz de pensar; no le empuja a asimilar los primeros rudimentos de una ciencia seria, sino que le ofrece ya ‘preparadas’ –en una forma monstruosamente simplificada, salpicada de bromas y adagios– todas las conclusiones de una doctrina conocida, de modo que el lector no tiene siquiera que masticarlas y debe limitarse a tragar esa papilla”.
La posición es clara: educar no significa sólo ni fundamentalmente difundir creencias u opiniones, sino ayudar a elevar la comprensión y reflexión de la gente. Por supuesto, para poder realizar este tipo de educación, es necesaria también la existencia de una ciencia revolucionaria que esté ligada al movimiento socialista y que contribuya a analizar sus experiencias, así como a estudiar los distintos fenómenos de la realidad social.
Esta doble y estrecha relación entre ciencia crítica y educación popular es central en la concepción que Marx y Engels tenían del socialismo científico y es también muy clara en la propia concepción de Lenin. Esto es notorio en un artículo suyo de 1905, donde explícitamente compara “al partido socialdemócrata con una gran escuela”:
“Nunca, en circunstancia alguna, deberá esta gran escuela descuidar la enseñanza del abecé, de las primeras letras del saber y de los rudimentos del pensamiento independiente. Pero si a alguien se le ocurriera dejar a un lado los problemas de la ciencia superior y se redujera al abecé […] daría con ello pruebas de una increíble miopía. Inclusive contribuiría de este modo a desvirtuar todo el sentido de esta gran escuela ya que la ignorancia de los problemas de la ciencia superior no haría más que ayudar a los charlatanes, demagogos y reaccionarios a desorientar a quienes sólo han aprendido las primeras letras”.
Precisamente por esto, la tarea de educación popular y revolucionaria es inaplazable, aunque parezca lejana y difícil. La revolución socialista implica el progresivo desarrollo de la conciencia popular. No existen atajos, y dicha tarea se vuelve más urgente ante el surgimiento de charlatanes y demagogos que sólo buscan inflamar los ánimos de la gente con discursos de odio o lecturas simplistas del mundo, ya sea para beneficio propio o de las clases dominantes, pero nunca para la liberación de los oprimidos.
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Escrito por Pablo Bernardo Hernández
Licenciado en psicología por la UNAM. Maestro y doctor en ciencia social con especialidad en Sociología por el Colegio de México.