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Veíamos en ocasión anterior cómo la política guerrera de Estados Unidos (EE. UU.) y Europa contra Rusia pierde apoyo en la opinión pública europea, debido en buena medida a las complicaciones económicas. Y era de esperarse. Rusia es primer exportador mundial de gas natural, segundo de petróleo y tercero de carbón. “En 2020, el petróleo, el gas y el carbón rusos representaban una cuarta parte del consumo energético de la Unión Europea” (DW, 1º de junio). Imposible imaginar a la Unión sin el gas ruso, al menos en un mediano plazo. Y hoy, por orden de Estados Unidos, bloquea su importación.
Reporta Le Monde, 17 de junio: hace una semana Francia dejó de recibir gas ruso, y en el otoño reducirá su consumo en ciertos sectores industriales para dedicarlo a los hogares. El 14 de junio, Gazprom redujo en 40 por ciento sus entregas totales a Europa, cuyas reservas están al 53 por ciento, y había cortado ya el suministro a Bulgaria, Polonia, Finlandia, Países Bajos y Dinamarca, por negarse a pagar en rublos. La italiana ENI solo recibe la mitad de lo que demandaba, y algo similar ocurrirá con la austriaca OMV. Y no hay fuentes alternativas viables, ni en África ni en Oriente Medio. Entonces, Europa aumenta la compra de gas licuado norteamericano, 40 por ciento más caro que el ruso (una causa de inflación). Alemania, para generar electricidad recurrirá más al carbón, fuente que proyectaba suprimir para 2030. En suma, Europa no puede romper con solo desearlo, por razones puramente políticas o por un prurito ideológico, su dependencia energética de Rusia, de profundas raíces estructurales. EE. UU. la azuza, pero no puede garantizarle soluciones.
Ciertamente, y como efecto de las sanciones a sus energéticos, Rusia vende menos cantidad a Europa, lo que, según los planes norteamericanos, debería estar derrumbando la economía rusa. Pero no. Sus ingresos por ese concepto no solo no caen: aumentan. Según estudio del Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio, Finlandia (France 24, 28 de abril de 2022): “Rusia habría duplicado sus ingresos por combustibles tras el inicio de la guerra (…) ganó 66,500 millones de dólares con las exportaciones de combustibles fósiles desde el 24 de febrero…”. En mayo, China aumentó en 55 por ciento anual sus importaciones de petróleo de Rusia, lo que convierte a este último en su principal proveedor (Le Monde, 20 de junio). Otro factor explica el aumento en los ingresos rusos. Por la escasez, suben los precios de los energéticos: el gas en Europa es cinco veces más caro que hace un año (Thierry Bros, profesor de la escuela Sciences Po París, Le Monde, 16 de junio). Y esto tiene efecto multiplicador en todas las cadenas productivas y el transporte. “La tasa inflacionaria se duplicó en todo el mundo este año, desde marzo de 2021, según la OIT. En la eurozona, la inflación alcanzó el 8.1% el mes pasado, un récord…” (DW, 1º de junio), y en Estados Unidos fue de 8.6 por ciento, la más alta en 40 años.
Para frenarla, los bancos centrales suben las tasas de interés: Europa, a niveles no vistos desde hace una década. La Fed, en una medida sin precedente desde 1994. Pero al encarecer el dinero castigan el consumo, la inversión y el crecimiento. Han caído las ventas al menudeo y las acciones en la bolsa de valores. Para 2023, la OCDE prevé crecimiento cero en el Reino Unido y el peor desempeño económico del G20 “a excepción de Rusia” (cursivas mías, APZ) (Le Monde, 16 de junio). En 2023 Europa crecerá en 1.6 por ciento, Estados Unidos 1.2 y Reino Unido, cero (de hecho, está ya en recesión, -0.3 por ciento en abril, y se pronostica 0.3 por ciento para este trimestre). JPMorgan Chase estima en 80 por ciento la probabilidad de recesión en EE. UU., y “Bloomberg Economics estima que hay un 80 por ciento de probabilidad de que la mayor economía del mundo caiga en recesión en el primer trimestre de 2024…” (El Financiero, 17 de junio). Y agrega: 68 por ciento de los analistas consultados por Financial Times esperan una recesión en EE. UU. el próximo año. Y esto significa más desempleo. En contraste, China pronostica para este año su crecimiento en 5.5 por ciento (en el primer trimestre creció 4.8), aunque la calificadora FitchRatings lo reduce a 4.3 por ciento, y 5.2 por ciento para 2023; de todas formas, muy superior a las sombrías expectativas de EE. UU. y Europa.
Obviamente, Rusia no escapa a la recesión, por las sanciones sufridas. Su PIB caerá en 7.8 por ciento este año, aunque menos que el 10 por ciento esperado por el Banco Central (Ministerio de Economía, Swissinfo, 17 de mayo). “… se recuperará en 2023 (…) crecerá ya un 3.2 % en 2024 y un 2.6 % en 2025, previsiones que han sido consensuadas con el Ministerio de Finanzas” (Ibíd.). Es decir, la caída no será tan grave como lo predecían, y esperaban, los peores augurios de sus adversarios. Asimismo, con el aumento en los ingresos antes señalado, “El rublo se refuerza frente al dólar hasta valores no vistos en siete años (…) hoy se negociaba en su valor más fuerte desde junio y mayo de 2015 (…) ha crecido en más del doble en casi cuatro meses…” (Swissinfo, 21 de junio). Esto gracias a la intervención del Banco Central y al control de divisas. Rusia, pues, resiste y se crece al castigo. Cierto que una fortaleza exagerada podría afectar a la economía.
Rusia es determinante, e imprescindible, en la economía global, y ello se ve también en otros mercados. Según el Servicio Agrícola Exterior del Departamento de Agricultura de EE. UU. (Rusia Beyond, cinco de noviembre de 2020), como primer exportador de trigo, Rusia aporta el 20 por ciento del total mundial (dos veces más que hace diez años). En 2020 produjo 83 millones de toneladas, de las cuales exportó 39 millones. Le sigue, de lejos, EE. UU., con 27 millones, y la Unión Europea, con 25.5. La cosecha de este año será de 87 millones de toneladas, superior al promedio de los últimos cinco años. Y el mundo resiente la falta del trigo ruso, tanto que, precisamente hoy, desafiando las sanciones, zarpó del puerto de Mariúpol, controlado por Rusia, el primer barco turco cargado con el cereal.
Ya no está Rusia en la precaria situación de las postrimerías de la URSS, cuando fue el mayor importador de trigo. “… en 1963, compró a los EE. UU. 10.4 millones de toneladas de grano y 2.1 millones de toneladas de harina (…) La cantidad récord de importaciones de cereales se registró en 1985, cuando la URSS tuvo que comprar 47 millones de toneladas (…) Debido a la fuerte caída de los precios del petróleo en la segunda mitad del decenio de 1980, las autoridades soviéticas no disponían de suficientes divisas para comprar cereales y se vieron obligadas a aumentar drásticamente la cantidad de préstamos extranjeros” (Rusia Beyond, cinco de noviembre de 2020). Rusia se ha levantado, por eso la ataca el imperio.
En fin, volviendo al presente, se acercan el otoño y el frío y Europa resentirá aún más la falta del gas ruso en términos de bienestar social y de competitividad frente a China, que sí está recibiendo los energéticos necesarios, en inmejorables términos comerciales. La inflación desatada afecta a hogares e industrias, y las economías occidentales se frenan. En conclusión, sancionando a Rusia, el imperialismo se ha dado un tiro en un pie; no puede resistir los efectos de sus propias acciones, evidenciando así su debilidad económica; y los pueblos, de países ricos y pobres, pagan con hambre, inflación y desempleo la aventura guerrera de EE. UU. y Europa… pero, como veíamos anteriormente, están empezando a reaccionar. Nada bien pintan las cosas para el imperio.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.