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Declarar el fin del neoliberalismo y a la vez arremeter contra el derecho de organización de los trabajadores es un absurdo. El presidente López Obrador afirma que no tratará con organizaciones, que “ayudará” directamente a los pobres, sin intermediarios, porque ha habido corrupción; así justificó la desaparición de Prospera y el retiro del apoyo a las guarderías infantiles. Envuelta en una retórica antineoliberal, esta política es asombrosamente... neoliberal. Discurso y práctica de la 4T son sorprendentemente idénticos a los del Vicente Fox presidente, quien no se cansaba de decir: “yo no trataré con organizaciones, solo con individuos”.
La historia enseña que el liberalismo clásico y el neoliberalismo comparten el rechazo a la organización de los trabajadores para limitar su capacidad de protesta y facilitar la acumulación de la riqueza. Negar la acción colectiva mientras se exalta el papel del individuo es piedra angular del liberalismo. En economía lo postularon en su forma clásica Adam Smith, Ricardo y Malthus, entre otros. En esa visión, el individuo maximizador, compitiendo con todos los demás seres humanos es el meollo de la economía, base del desarrollo y del bienestar social. Pero a la clase adinerada no le bastan las teorías.
Al triunfo de la Revolución Francesa, la Asamblea Nacional Constituyente promulgó, en 1791, la Ley Le Chapelier, que prohibía la asociación y protestas de trabajadores. Decía: “Art. 2º. Los ciudadanos de un mismo estado o profesión, los empresarios, los que tienen comercio abierto, los obreros y oficiales de un oficio cualquiera, no podrán, cuando se hallaren juntos, nombrarse presidentes, ni secretarios, ni síndicos, tener registros, tomar acuerdos o deliberaciones o formar reglamentos sobre sus pretendidos intereses comunes [..]. Art. 8º. Todas las manifestaciones compuestas por artesanos, obreros, oficiales, jornaleros o promovidas por ellos contra el libre ejercicio de la industria [...] serán disueltas por los agentes de la fuerza pública, tras los requerimientos legales que les serán hechos y después con todo el rigor de las leyes contra los autores, instigadores y jefes [...] El sentido de esta ley aparece más claro en la nota explicativa que la Asamblea aprobó el mismo día, que dice: La Asamblea Nacional, considerando que el decreto que acaba de aprobar no concierne a las Cámaras de Comercio [...] [cursivas mías, APZ]” (Nota de Fernando Prieto) (Duvergier, J.B. Collection complète des lois, décrets, ordonnances, en Fernando Prieto, La Revolución Francesa, citado por Geografía e Historia). En Inglaterra, en 1799, fueron promulgadas las Combination Acts, para enfrentar la acción de las tradeuniones (sindicatos obreros), autorizando para ello el empleo del ejército. A la postre, la resistencia obrera conduciría a la derogación de estas leyes en 1824. Con el correr del tiempo, en el siglo pasado, el liberalismo clásico devino neoliberalismo (liberalismo nuevo), en cuya formulación destaca Friedrich Von Hayek y, más tarde, Milton Friedman. Ronald Reagan y Margareth Thatcher fueron sus adalides políticos. Bajo el nuevo modelo, la riqueza creció, y mucho, pero terminó concentrándose.
Y es que el mercado no distribuye: está diseñado para concentrar. En la realidad, la proporción de la riqueza apropiada por cada clase social, trabajadores o empresarios, es resultado de una correlación de fuerzas: entre las clases sociales, a mayor capacidad organizativa, mayor fuerza, y a mayor fuerza, mayor capacidad de apropiación del ingreso; y no solo del reparto de la plusvalía, sino de la distribución del gasto público. De ahí que el liberalismo promueva la atomización de la clase trabajadora. El hombre aislado es más débil, sobre todo si es pobre; queda totalmente sujeto al poder del Estado, y del capital. Individualmente, a diferencia del rico, carece de información, educación apropiada, influencia ante el poder. La fuerza del pueblo radica en su número, pero éste no pesa cuando faltan organización y conciencia. Su unidad es su única defensa real y segura; sin ella queda inerme.
Para reducir la capacidad organizativa y de movilización social, el neoliberalismo dispone de todo un arsenal de recursos: ordenamientos legales y, como su encarnación física, la policía y las cárceles; el uso de los medios para difamar y aislar. Y, quizá más peligroso aún, se ha creado una cultura que permea a toda la sociedad, sobre las “desventajas” de la acción colectiva (Von Hayek y Friedman aportan mucho a la versión moderna): que es mala, que las personas caen en manos de vivales que “utilizan” a quien se organiza, que más vale solos, que se pierde libertad, etc. En las universidades, profesores represores amenazan a los estudiantes para “convencerlos” de que es moralmente malo organizarse. Atrapados en esa lógica, sectores sociales como los hoy damnificados por la “austeridad”, aceptan pasivamente su suerte (salvo protestas aisladas y efímeras), ante un dilema de hierro: o el despido, que es malo, u organizarse y resistir políticamente... que es muy malo. Han caído en una trampa.
Pero el modelo 4T es incongruente y maniqueo. Si la regla es no tratar con organizaciones, ¿por qué no se aplica la medida a las que representan a los grandes empresarios? Y ahí están, presionando, exigiendo atención y, tras bambalinas, no solo haciéndose respetar, sino obedecer; por ejemplo, la Asociación de Bancos de México (ciertamente es su derecho). Esto aclara la lógica de la política seguida y los intereses que protege: que los ricos se organicen, los pobres y clases medias, no; lo que en unos es derecho, en otros, delito. Más aún: ¿qué es Morena? ¿No acaso también una organización? Hoy, un partido político, pero por años un “movimiento”. ¿También la desaparecerán?, o ese “intermediario”, ¿sí es bueno? ¿Quién lo determinó así? En fin, bajo la 4T solo pueden organizarse los empresarios, Morena y sus adláteres, y punto. Los demás, cuídense.
Por si algo faltara, estamos ante una flagrante violación del Estado de derecho, de garantías individuales constitucionales, como los derechos de organización y de petición. El Artículo 8o dice: “Los funcionarios y empleados públicos respetarán el ejercicio del derecho de petición...”, o el 9o: “No se podrá coartar el derecho de asociarse o reunirse pacíficamente con cualquier objeto lícito...”.
En esta política contra la organización del pueblo, desde el inicio de su administración, López Obrador centró sus ataques contra el Movimiento Antorchista y su dirigente, el ingeniero Aquiles Córdova Morán, distinguido egresado de la Escuela Nacional de Agricultura, uno de los mexicanos que más ha hecho, en la realidad, por mejorar las condiciones de vida de los más humildes; ha desarrollado una abarcadora concepción filosófica de la historia, la economía y la sociedad toda, perspectiva desde la cual analiza científicamente las calamidades que sufre el pueblo y plantea soluciones a lo inmediato y lo trascendente. Para saber qué es Antorcha y cuál es su obra, invito a quien guste, a quien esté libre de prejuicio, a visitar Tecomatlán y Huitzilan, en Puebla, municipios modelo de progreso, y Chimalhuacán e Ixtapaluca en el Estado de México, gobernados por el Movimiento Antorchista y bajo el liderazgo del ingeniero Aquiles Córdova; también invito a leer con detenimiento sus escritos; ahí podrá apreciar no solo una vastísima cultura, sino un profundo sentido humanista, un firme compromiso con los que menos tienen, y una enérgica oposición, ahí sí, al neoliberalismo. ¿Y por qué se ataca tanto a Antorcha? (y conste que al atacarla la destacan). No por aquello de “intermediaria”, los “moches” o el “enriquecimiento personal” (y menos aun de forma ilícita); nada de eso han probado ni el Presidente ni nadie; solo afirman y repiten, pero afirmar no significa probar, ni demostrar (Joseph Goebbels dijo: una mentira repetida mil veces se convertirá en verdad; la falacia ad nauseam). La ataca porque sabe que es la organización popular más fuerte (más de dos millones de organizados), la más disciplinada y unida, la mejor estructurada, con mayor claridad de objetivos, con capacidad de movilización e independencia económica y política. Aquí también la lógica es clara: esa ofensiva busca descabezar al pueblo y desactivar su capacidad de resistir y progresar. El pueblo sabe que en la ofensiva contra Antorcha es su bienestar lo que está en juego, no algo ajeno a él, y sabrá defender lo que es suyo, su presente y su futuro.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.