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Mend-Ooyo Gomonjav
Ha publicado unos cuarenta libros de poesía, ensayo y narrativa.
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Poeta mongol, nació en 1952 y se crió en una familia de pastores nómadas, donde su vida consistía en la estepa interminable, el cielo azul y las estrellas, el ganado, los caballos veloces, el canto largo, las historias populares y las caravanas de camellos. Comenzó a escribir poesía a los trece años. Se graduó de la Escuela de Formación de Profesores de Ulaanbaatar en 1970 y del Departamento de Lengua y Literatura de Mongolia del Instituto Estatal de Formación de Profesores en 1978. En Sukhbaatar aimag, trabajó como maestro, editor y editor en jefe del Departamento de Artes y Cultura de la Radio de Mongolia, director ejecutivo, vicepresidente y presidente de la Fundación Cultural de Mongolia, y jefe del Departamento de Cultura y Artes del Gobierno.

Ha publicado unos cuarenta libros de poesía, ensayo y narrativa. Su obra ha sido traducida a más de cuarenta idiomas. Desde 2006 ha organizado una exposición anual de caligrafía, y entre 1990 y 1996 participó en el desarrollo del complejo Mijid Chenrezig, que unió la historia y la cultura de Mongolia. Está directamente involucrado en el resurgimiento de la cultura de escritura tradicional y las técnicas artísticas, y en el estudio y protección del patrimonio cultural; en sus poemas explota las riquezas del idioma mongol y de la cosmovisión nómada. Sus escritos hablan de la vida de los pastores nómadas de Mongolia, su cultura y conocimientos culturales. Sus obras han sido traducidas a más de cincuenta idiomas. Su novela Gegeenten recibió el premio anual Golden Feather a la novela del año. Su última novela, Shiliin Bogd, fue publicada en marzo de 2015. 

 

Mi secreto

Hoy soy un acertijo no leído, un tenue crucigrama,

Un témpano mayor casi hundido en el mar.

Mis ideas se esconden en el fondo de mi ancho corazón.

Las oculta ese símbolo patrio que me ilumina.

 

Existo en la hermosura de la Naturaleza.

Sus ricas melodías me entornan horizontes.

Las estrellas remotas y miles de planetas

[tendrán que descubrirme.

Me podrían mostrar todo el paso del tiempo.

 

Nueve granos de arena me sabrán orientar.

Una señal de estrellas podría concienciarme.

Los días más felices que mis lágrimas vierten
                        [me abrirán un espacio

hacia la oscura noche que custodia el misterio.

 

Los ojos vigilantes de alguno de nosotros podrían darme luz.

Mi secreta actitud hacia cada persona,

incluso las amargas palabras de los celos

y los más fuertes vientos del odio

[han de entregarme todo el orbe.

 

Nuestro gran Natsagdorj me guía en sus poemas

y los sabios ancianos con grandes enseñanzas.

Mis hijos, carne y sangre de mi vida

junto a cosas insólitas no vistas e ignoradas

[me impulsan a seguir.

 

Esta historia del mundo hasta hoy me ha creado.

Mi existencia y mis luchas me definen.

Mi voz, mi poesía, me podrían salvar.

Y si alguna vez puedo tocar

[el corazón de mi pueblo, también.

 

El significado último de mi vida podría iluminarme.

Quien me dé sus respetos habrá de conmoverme

y las flores que crezcan junto a mí me abrirán

los recuerdos de cosas ya vividas.

 

Nuestro mundo se oculta en mi interior.

Mis ideas se esconden en el fondo del alma

y todo lo que existe me conmueve

porque a través de mí se expande el Universo.

 

Soneto del vino

Con sigilo me muevo en búsqueda del mundo,

[absorto ante el poniente

silencio inusitado. En el recinto brilla una trémula vela.

Llenaremos dos copas de vino haciéndolas cantar.

Caminaremos juntos por los años pasados.

 

La lumbre de la vela se detiene en las copas de vino.

Algo arderá después dentro del corazón.

Encenderé el deseo de una vida radiante.

Recorreré la senda que hasta allí me conduce.

 

La Luna ha de salir una vez más en los años pretéritos.

Dentro de unos instantes, prenderé un poema

[en el fuego del alma.

A lo lejos relumbran los viñedos de otoño.

 

El roble es tan fragante; las estrellas titilan en las ramas

y de nuevo otra copa cantará el sabor de los años

y pisaré el bien y el mal y los veré cómo fermentan.

 

Cuatro hojas carmesí

Y mientras la humedad recorre los alerces

[que ya tiemblan de frío,

las hojas carmesí, tal encendido fuego, yacen ante nosotros.

Igual que encrucijadas que convergen y vuelven a apartarse,

las venas de esas hojas trazan nuestros caminos.

 

Espesa niebla blanca cuelga como telón sobre la escena

y el denso bosque adquiere aspecto de tocones mutilados.

Creía que tus frondas de deseos tenían abanicos de hojas verdes.

El abatido cielo parece derramar purpúreas hojas

[como si fueran lágrimas.

 

Cuando la última lluvia hace silbar las hojas carmesí,

el bosque emerge lento en el crepúsculo.

Y mientras los amantes sufren para gozar,

nosotros dos gozamos por sufrir.

 

A fines del otoño la lluvia helada forma sus copos en el aire,

la cortina de nieve se revuelve blanqueando los collados,

y las hojas de intenso carmesí parecen repintados corazones

y tienen que esconderse bajo el manto invernal.

 

El cristalino Herlen

Las elegantes grullas se peinan con esparto.

Vuelan todas en círculo, proclamando el regreso.

Sólo el Herlen y yo manamos por el cauce de la niebla otoñal

y allí nos reunimos en lejanas distancias.

 

Durante unos mil años ¿habrá su satinada superficie

acarreado en calma silentes multitudes?

Este río ha sanado los montículos

hendidos por la espada de la historia.

 

Durante mucho tiempo he pensado en sus aguas.

Sólo capté su voz cuando salté del muro.

Las aguas van fluyendo en larga sucesión

y en tantas ocasiones transparentes se aquietan.

 

La tierra lentamente se pudre y deteriora

y solamente el Herlen corre diáfano.

 

Contemplando las montañas

Colmadas de profundas ideas, las montañas se sostienen

lánguidas en la bruma inminente.

Como si recordaran las jornadas de antaño,

a veces largamente suspiran con el viento.

 

Tales lágrimas vertidas en los leves instantes de aflicción,

brillan azules cuentas de rocío en cada hoja.

Despejando la bruma y apartando sus penas,

las montañas me observan en su sabia quietud.

 

Suave en el más ligero vaivén de la arboleda,

caen lágrimas del cielo en las ramas mojadas.

Relumbran desde el aire las gotas de la niebla

[que se esfuma,

y un pincel solar pinta a todos los colores

[con su punta dorada.

 

Tejen rayos de Sol como bramantes, los hilos de la lluvia

dan hábiles puntadas en el olivo manto

[de majestuosas sierras.

Las flores oscilantes las laderas adornan

y bordan su linaje ante sus pies.

 

Aves de cualquier nido, dispuestas

[a posarse en los ramajes,

dirigen su melódica bandada.

Cada armonía se alza en tono mayestático,

cada piedra, hoja o hierba compone su canción.

 

Escuchan las montañas la voz de mi hijo niño,

la graban en la hondura de sus rocas caobas.

El canto del cuclillo –cítara de Hangai–,

resuena con el júbilo de las violáceas cumbres.

 

Aunque una simple hoja marchita en sus pendientes,

contara cien historias sobre la vida fértil de esta tierra,

no alcanzaremos a saber los hondos

[pensamientos de las grandes montañas

ni siquiera un momento de este planeta antiguo.

 

En medio de la masa verde azul de la hierba familiar,

nació una nueva flor.

¿No es acaso una obra de arte alimentada

[por las grandes montañas

que hoy halló su forma y cobró vida?


Escrito por Redacción


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Es traductor y autor de varios poemas en japonés. Actualmente es profesor asociado de la Universidad de Surugadai, y secretario general del Club de Poetas de Japón.

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