El canon económico clásico postula que el mercado es modelo de equilibrio y que en caso de desbalancearse se ajustará solo, sin intervención del Estado.
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La sociedad, enriquecida significativamente por los avances tecnológicos que han simplificado tareas y optimizado procesos productivos, se ha orientado a la disminución del pensamiento reflexivo, pues éste no se requiere en la mayoría de los trabajos. Para quienes están al frente de las grandes empresas no es urgente fomentar un pensamiento que vaya más allá del conocimiento de acciones mecánicas como el manejo de una máquina con sólo pulsar un botón. Esto ha llevado a una simplificación del pensamiento a escala global. Esta situación es conveniente para quienes se benefician de este modelo: aquellas clases sociales que obtienen mayores ganancias económicas. No es necesario implementar un pensamiento intelectual profundo si las actividades prácticas dentro de la fábrica no lo requieren, sobre todo si tal pensamiento intelectual significa el cuestionamiento del actual orden de cosas en la producción.
El impulso a no pensar es promovido también desde los medios de información, predominantes hoy en las redes sociales. No importa la verdad o la coherencia lógica, sino la viralidad: tener un mayor alcance, obtener más likes o visitas en las plataformas digitales, algo que se “venda más” o que sea más conveniente para determinados grupos. De manera que ha habido muchos casos en que se difunden noticias falsas que pasan por verdades a un nivel global.
Las noticias falsas están emergiendo como una industria independiente, con el trabajo de individuos remunerados que generan relatos sensacionalistas y titulares atractivos que presentan contenido sesgado o no verificado, que incluyen deliberadamente información falsa. Las redes sociales, que a menudo son utilizadas para verificar la autenticidad de los artículos en línea, paradójicamente contribuyen a la rápida propagación de mentiras. Según Statista, noticiero de datos de mercado, en 2022, los adultos usuarios de Internet de países subdesarrollados como Filipinas, Perú y México, están expuestos a información falsa en un 90 por ciento. Además, según el mismo portal, existe mayor probabilidad de que la población joven encuentre tales noticias y, aunque la mayoría cree detectarlas fácilmente, reconoce que no siempre es fácil discernir el contenido.
Las plataformas digitales han acelerado de forma impresionante el ritmo en que se propaga la información; de esta manera, son un buen mecanismo de difusión de ideas o personalidades políticas. Así, las plataformas noticiosas contienen una publicidad poderosa que busca la aceptación masiva. Quienes tienen mayores recursos económicos pueden financiar fácilmente una eficiente campaña en redes sociales; y utilizan tales medios para promover sus agendas. Este enfoque sigue las figuras políticas al no establecer acciones específicas que respondan a necesidades concretas de la sociedad sino a una estrategia de promoción personal. Esto equivale a mermar el pensamiento reflexivo que discierne la calidad de la información. La verdad deja de ser apreciada, se opaca o sustituye con las noticias falsas, lo que ocasiona, en última instancia, una afectación en la calidad de vida, pues es claro que al no saber la realidad no se puede actuar correctamente en favor de la solución a los problemas.
Quienes están al frente de los medios de comunicación socavan directamente la apreciación de la verdad, ¿qué verdad? Aquella que expone las injusticias, la pobreza, la marginación, la violencia o el rezago educativo. Esto embona perfectamente con la falta de pensamiento crítico, con el conocimiento a un nivel superficial. Esta unión, la de información falsa difundida a gran escala con la ausencia de un pensamiento más profundo, implica la inacción de la gente para exigir que se ajusten cuentas en torno a la justicia. No hace falta que se establezcan dictaduras que censuren abiertamente a quienes exigen mejoras sociales cuando hay, de hecho, ataduras ideológicas que dictaminan qué pensar y cómo pensar, lo cual determina en un buen grado la forma de actuar. Por eso es que, en la llamada era digital, tienen una valía imponderable las personas que se atreven a indagar en el fondo de los problemas y descubrir la verdad que las grandes corporaciones intentan ocultar.
El canon económico clásico postula que el mercado es modelo de equilibrio y que en caso de desbalancearse se ajustará solo, sin intervención del Estado.
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Con la disolución del bloque socialista, acaecida en 1991 el capitalismo se volvió el modo de producción dominante.
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Escrito por Betzy Bravo García
Investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales. Ganadora del Segundo Certamen Internacional de Ensayo Filosófico. Investiga la ontología marxista, la política educativa actual y el marxismo en el México contemporáneo.