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La otra caja idiota
La televisión ha sido utilizada por la clase dominante como un sistema de transmisión y control de ideas.
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Si por generaciones la televisión ha sido utilizada por la clase dominante como un sistema de transmisión y control de ideas, hoy éste se ha perfeccionado con el surgimiento de otros aparatos tecnológicos más modernos. Cien años han pasado de la primera trasmisión televisiva y ésta ha cumplido con creces su tarea de entretener a las familias, aunque en realidad las ha embobado porque, salvo excepciones, la programación es basura y carece de contenido y pensamiento profundo.

Gran parte de las personas degustan las telenovelas porque, en sus historias, la clase rica se victimiza y aprende que es mejor no ser rico porque la riqueza no alivia los problemas de amor y soledad, y porque los ricos terminan por ser más afortunados cuando se enamoran del más pobre entre los pobres, entre quienes sí existe el amor verdadero. Pero no sólo las historias telenovelescas distraen a la gente, los programas de variedades muestran el mundo de glamour y superficialidad en el que los “artistas” no solamente lucen exitosos, sino muy felices. Actualmente, la televisión ha agregado historias de personajes de la delincuencia organizada a su agenda, y de quienes consumen drogas, contenidos con los que reivindica su viejo nombre de “caja idiota”.

Pero hoy, con el surgimiento de la Internet y los nuevos dispositivos electrónicos, el público se ha mudado de la televisión a la pantalla de la computadora y el celular, ante los que el entretenimiento (o entrenamiento, para decirlo mejor) ha crecido exponencialmente. La televisión tenía o sigue teniendo un carácter familiar en el que todos eligen el programa por ver, pero el uso del teléfono celular constituye un acto privado e individual que, por tal motivo, resulta más íntimo y riesgoso.

En Internet puede encontrarse de todo; y los adultos no controlan lo que ven los niños y jóvenes. Estudios especializados reportan que, desde los tres o cuatro años, los infantes tienen acceso a un teléfono celular y que 61 de los 130 millones de mexicanos pasan por lo menos siete horas frente a un dispositivo conectado a Internet. Accidentes de tránsito o trabajo y bajo rendimiento escolar o laboral son algunas de las consecuencias del uso desmedido del celular e Internet por cuenta de muchas personas; aunque también ocasionan, sobre todo en los jóvenes, cambios de conducta y aislamiento social o presencial, a pesar de los múltiples “amigos virtuales” que tienen en otras ciudades o países.

Para muchos niños y adolescentes, al margen de su estatus social de clase rica, media o miserable, no hay preocupación por su entorno, porque lo más importante para ellos es la posesión de un celular, y no porque sea una herramienta de comunicación sino por el entretenimiento que les brinda. Una distracción por la que dejan de lado juegos infantiles, actividad física y deportes, porque les ofrece la posibilidad de ser “líderes” en los más altos niveles de algún videojuego y convertirse en los guerreros que más batallas ganan y más enemigos eliminan para controlar el mundo virtual donde navegan; aunque todo esto sólo pase en su imaginación y en niveles de éxtasis similares a los que producen las drogas y el alcohol.

El mayor problema radica en que sustituyen el mundo real por el virtual, se tornan solitarios y violentos, alejándose de sus familias y comunidades. En varios países se ha empezado a legislar sobre el uso de estos dispositivos y sus contenidos, pero, como siempre, las poderosas empresas que los producen han interpuesto amparos y otros recursos legaloides en nombre de la libertad de mercado para seguir vendiendo estos aparatos sin ninguna restricción. Por ello, el único camino a seguir por los azorados padres consiste en invertir más tiempo con sus hijos, educarlos de la forma más atenta y afectiva y advertirles que los medios de comunicación electrónicos más recientes o modernos pueden ser útiles si se les emplea para informarse de lo que pasa en el mundo y para acceder a libros, bibliotecas, museos y no sólo a videojuegos y chismes de redes sociales. 


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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