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El Estudio del imperialismo, de John A. Hobson (1902) y El imperialismo, fase superior del capitalismo, de Lenin, exhiben el dominio mundial de los monopolios y el capital financiero y, sobre esa base, de los países pobres por los ricos. Ernest Mandel dice: “El imperialismo es la política de expansión internacional y económica del capitalismo de los monopolios”; constituyen la piedra angular, y, entre otras razones, dañan porque pueden fijar los precios de las mercancías incluso por arriba de su valor, obteniendo así ganancias extraordinarias. La industria farmacéutica mundial es un ejemplo. Según el “Top 10 Compañías Farmacéuticas 2018 a Nivel Mundial”, entre las diez mayores, seis son norteamericanas (Pfizer, Bbbvie, Johnson&Johnson, Merck, Gilead y Amgen); dos suizas (Roche y Novartis), una francesa (Sanofi) y una de Reino Unido (GSK). En 2017, sus ventas conjuntas representaron 40 por ciento del mercado mundial; las 15 mayores facturaron 528 mil 617 millones, 51 por ciento del mercado (AIMFA, España). Cuatro corporativos producen 66 por ciento de las vacunas del mundo: GSK, MSD, Pfizer y Sanofi.
Aunque normalmente la producción de las potencias supera su capacidad de consumo, aquí cambian las cosas; la vacuna es un bien escaso, con precios muy altos, accesibles solo a los países ricos, que la acaparan. Apenas la Comisión Europea restringió exportaciones de AstraZeneca por incumplir con las dosis acordadas. En un régimen donde el mercado impone su ley a través de los precios, los gobiernos de países ricos resuelven primero su problema, y los monopolios aprovechan. “Las diferencias en el acceso a las vacunas han llevado al mundo a un riesgo de “fracaso moral catastrófico”, como definió el director de la Organización Mundial de la Salud, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, el hecho de que los países más necesitados vayan a tener que esperar años para inmunizar a su población” (BBC, 28 de enero). Igual ocurrió con la poliomielitis y la viruela, en su tiempo, erradicadas antes en los países ricos. Los pobres habrán de esperar a que baje la demanda, haya nuevas vacunas (hay 50 en investigación y prueba) y bajen los precios. Por lo pronto, los corporativos venden al mejor postor; además, los contratos incluyen la cláusula de que los potenciales efectos secundarios de las vacunas y las consecuentes indemnizaciones, no serán cubiertos por las empresas, sino por los gobiernos. En esta bonanza monopólica, según Bloomberg (El País, 26 de noviembre), Moderna, Novavax, BioNTech-Pfizer y CureVac sumarán ganancias por 24 mil millones de dólares en tres años. Las nueve empresas mayores aumentarán sus ventas totales en 48 mil millones. Ya las acciones de Moderna se multiplicaron por nueve; las de Vaxart, por 20; y las de Novavax, por 30. En 2021, los ingresos de Pfizer y Moderna serán 15.4 veces mayores que el año anterior.
Los monopolios tampoco absorben el costo mayor de la investigación: “En Europa, la CE usará 2,700 millones de dólares del nuevo fondo de emergencias para el mismo propósito. Y Francia, Alemania, Holanda e Italia han firmado un acuerdo similar con la farmacéutica anglo-sueca AstraZeneca [...] y Japón con Pfizer...” (lavanguardia.com). Otra fuente añade: “... en todos los casos estas compañías han recibido cientos de millones de Estados Unidos y la UE en subvenciones directas para la I+D de la vacuna o mediante los contratos de suministro” (El País, 26 de noviembre). Los gobiernos, léase los pueblos, han aportado ocho mil 600 millones de dólares para la investigación (BBC 15 de diciembre). Así aseguran el control de las vacunas y subsidian a los monopolios.
Pero éstos no comparten la tecnología. “Ellen ‘t Hoen, directora del grupo de investigación Ley y Política de Medicamentos, dice (...) Creo que fue imprudente por parte de nuestros gobiernos entregar ese dinero sin condiciones (...) Al comienzo de la pandemia, señala, las grandes compañías farmacéuticas mostraron poco interés en la carrera por una vacuna. Solo cuando los gobiernos y las agencias intervinieron con promesas de financiación, se pusieron a trabajar en ello (...) Estas innovaciones pasan a ser propiedad privada de estas organizaciones comerciales y el control sobre quién tiene acceso a la innovación y el acceso al conocimiento de cómo hacerlas queda en manos de la empresa (...)” (BBC, 15 de diciembre). En una sociedad capitalista, la medicina es mercancía, y más que valor de uso es un valor de cambio con plusvalía, aquí con refuerzo monopólico.
Se impone la economía del conocimiento en ciencia, tecnología e innovación, mientras México, dócil al neoliberalismo, desdeña la ciencia, incapacitándonos para competir y salvar vidas. Y fuimos potencia en producción de vacunas, concretamente la de tosferina: “... México la producía desde 1940. Y a finales de los ochenta exportaba a 15 países sus biológicos. México fue autosuficiente en la producción, control, almacenamiento y distribución de vacunas y se desarrolló todo un discurso a favor de la producción pública, se impulsaron las instituciones, se establecieron precios ajustados a los costos...” (Ana María Carrillo Farga, profesora de Salud Pública, UNAM, El País, 10 de junio de 2020). El neoliberalismo canceló la producción gubernamental en provecho de las trasnacionales.
Pero hay alternativas viables, como muestran China y Rusia, donde la medicina es, primordialmente, medio para salvar vidas; los gobiernos tienen una participación prominente en la producción y la ciencia sirve a la sociedad. Ellos proveen hoy con vacunas a países de Latinoamérica, África, el Sureste asiático. En Europa, Hungría firmó contrato con China, por cinco millones de dosis. Recientemente arribó a Belgrado un lote de un millón de dosis de Sinopharm, el presidente serbio reconoció la solidaridad y señaló la falta de apoyo de la Unión Europea. Y aunque rechazada por algunos comentaristas, por prejuicio ideológico, la rusa Sputnik V (totalmente certificada hoy por investigaciones de The Lancet) está llegando a muchos países, mientras las europeas y norteamericanas solo aparecen a cuentagotas. Cuba también, bajo el bloqueo, y en medio de limitaciones mil, ha devenido potencia en investigación biotecnológica.
Siguiendo esos ejemplos, el bienestar de la humanidad demanda, hoy como nunca, conjuntar conocimientos, cooperación, para potenciar y acelerar resultados, en un genuino esfuerzo solidario, como practicó en su tiempo el eminente médico y virólogo estadounidense Jonas Salk, creador en los años cincuenta de la vacuna contra la poliomielitis, que no quiso patentar: “Cuando le preguntaron en una entrevista a quién pertenecía la vacuna, contestó: ‘Yo diría que a la gente. No hay patente. ¿Puedes patentar el sol?’. La vacuna se pudo usar por todo el mundo para combatir la enfermedad” (El Independiente, España, 28 de marzo de 2020). En nuestros días, ante la mortífera pandemia de Covid-19, las vacunas deberían ser un bien público mundial, regido por un sistema equitativo, que atienda, más que la capacidad de pago, la situación sanitaria concreta. Algo intenta Covax (coalición de países en la que no participa Estados Unidos), auspiciada por la OMS, pero no garantiza. Sudáfrica y la India han solicitado a la OMS suspender los derechos de propiedad sobre las vacunas durante la pandemia para asegurar el acceso universal. Obviamente han sido ignoradas, y termina imponiéndose el frío pago al contado.
Una consideración final. Si bien las bárbaras prácticas del imperialismo no son responsabilidad del gobierno mexicano, este sí es responsable de no haber asignado recursos para la vacuna en el Presupuesto de este año; de desmantelar las instituciones científicas que pudieran ayudar, en el corto o mediano plazo, a enfrentar ésta y futuras epidemias; de no equipar los hospitales; de haberse sometido a la estrategia Trump frente al Covid-19; de mentir, diciendo que no llegan vacunas porque van a países pobres; de afirmar que había contrato con Sputnik V sin que fuera cierto; de estar usando las pocas vacunas conseguidas para inmunizar a los “Servidores de la Nación” y a influyentes del régimen antes que al personal médico. Tiene, pues, sus propias culpas; y combinadas éstas con el imperialismo, agravan la desgracia que hoy sufre México. Ambas calamidades serán superadas en un futuro, por el bien del pueblo.
Los biológicos chinos y rusos tienen la misma o mayor eficacia que las vacunas occidentales.
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“Las diferencias en el acceso a las vacunas han llevado al mundo a un riesgo de “fracaso moral catastrófico”: OMS
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.